Tadeo Sevilla – Insurgente.- Después de más de dos décadas de intensos ataques y truculentas maquinaciones del gobierno de los Estados Unidos y sus acólitos en el seno de la Organización de Naciones Unidas para mantener a Cuba en la lista negra de los países violadores de los derechos humanos, se estrellaron contra el muro de la dignidad internacional todos los intentos del imperialismo por desacreditar a la Revolución Cubana en el terreno del respeto a la dignidad plena del hombre.
 

En la conclusión del quinto período de sesiones del nuevo Consejo de Derechos Humanos de la ONU, se tomó una decisión histórica que se adeudaba con esta «isla insurrecta», como calificara el Canciller cubano Felipe Pérez Roque, al dejar sin efecto el mandato injustamente otorgado por la desprestigiada y disuelta Comisión de Derechos Humanos a un Relator Internacional para verificar in situ la situación sobre el tema dentro de la Isla.


Cuba, en estos 48 años de Revolución, ha sido y es un ejemplo internacional en asuntos de derechos humanos. De eso tiene sobrada constancia el mundo en pleno. Solo que los Estados Unidos y sus cortesanos europeos jamás reconocieron que una pequeña isla del Caribe, se haya mantenido digna e inclaudicable por casi medio siglo, sin bajar la vista ante las botas del Imperio.

Los mandantes gringos en Washington y sus mercenarios cubanos de Miami deben estar atribulados y coléricos. Los primeros, al ver que el mundo aprendió a sacudirse de encima la zanahoria que el Tío Sam usa para chantajear a los pueblos. Los segundos, -me refiero a los apátridas- por su falta de credibilidad, su cobardía, su falta de entereza y su servilismo sin límites.

La historia de una supuesta «violación flagrante de los derechos humanos» en Cuba se tejió desde el principio en los entramados de la mafia anticubana de Miami. De eso se han ocupado siempre los testaferros de la Fundación Nacional Cubano Americana (FNCA), los “disidentes” de esta, agrupados en el Consejo por la Libertad de Cuba y el almacén de pistoleros decrépitos de Unidad Cubana, por mencionar a solo tres pandillas de terroristas disfrazados de “demócratas”.

De sobra se conocen las historias. Cada año agregan un par de miles de nombres a la lista de “fusilados” y “desaparecidos” y cualquier acción dentro de Cuba contra la delincuencia o contra los que atentan contra la seguridad nacional, también termina en los kilométricos y poco creíbles informes que cada año redactan a solicitud de sus pagadores. Pero jamás estos críticos de pacotilla han levantado sus voces para censurar aunque sea moralmente a los torturadores, asesinos y esbirros que después de enlutar la isla bajo la bota de la dictadura batistiana, fueron a buscar seguro refugio en las cálidas avenidas de un Miami repleto de historias dantescas y mucho menos para criticar las barbaridades que cometen hoy las tropas de ocupación yanqui en suelo irakí, en las galeras repletas de prisioneros en la Base Naval de Guantánamo o en las cárceles secretas de la CIA que están diseminadas por toda Europa.

Entre las tantas escenificaciones que hacen los “exiliados” cubanos cuando teatralizan en Miami sobre el tema de los derechos humanos por conseguir adeptos en Naciones Unidas para censurar a Cuba, está el caricaturesco “Memorial Cubano”, copia al carbón –digo, al plástico- del cementerio de los héroes de guerra norteamericanos de Arlington, reproducido en el Tropical Park del South West miamense. Porque estos cubanos de Miami que pasan por “demócratas”, piensan en Cuba, pero con el espíritu anexionista de ver convertida la Isla en el estado cincuenta y uno de la Unión Americana y hasta para homenajear a sus supuestos “mártires” tratan de hacerlo a imagen y semejanza de sus amos, con banderita americana incluida en el show.

Un memorial que de año en año incrementa sus cruces –habría que investigar quien tiene el contrato de fabricación- y donde pretenden demostrar al mundo, entre flores y lágrimas escondidas detrás de oscuros lentes de Prada, los supuestos “crímenes” del comunismo en Cuba, aunque para ello tengan que tomar los nombres de los criminales ajusticiados ejemplarmente por la justicia revolucionaria, o el de los invasores que sucumbieron ante las balas de los fusiles empuñados por un pueblo dispuesto a defender con su vida la soberanía nacional.

Estos y no otros son los verdaderos “mártires” del exilio de Miami. Los bandoleros armados y financiados por Estados Unidos que asolaron las montañas del Escambray ahorcando campesinos y maestros. Los terroristas que pagaron con sus vidas al tratar de sembrar terror y muerte en la sociedad cubana. Los traidores que se vendieron como Judas ante la imposibilidad moral de sacrificarse por todo un pueblo.
Entre las “víctimas” del “terror comunista” no hay ni obreros humildes, ni campesinos pobres. Entre esas “víctimas” no hay cubanos dignos. Las lamentaciones solo se escuchan a favor de los explotadores que perdieron lo que habían robado al pueblo y para los politiqueros que se burlaron de todos para llenar sus bolsillos aunque cambiaran de color las banderas políticas.

Y no podían faltar los mercenarios de adentro, los dudosos “disidentes” y “opositores” que están concientes que cada vez que sus nombres aparezcan en estas listas de “violaciones de derechos humanos” en Cuba, se incrementan sus posibilidades de recibir la gracia de una visa del Imperio para llegar a las tierras soñadas de un exilio que le tiene reservadas un par de algarabías como tributo a su apostasía.

Para hablar de derechos humanos en Cuba hay que tener demasiada moral acumulada en el alma. Porque Cuba es un ejemplo para los países del Tercer Mundo y para la Humanidad toda. Pocas naciones, incluidas del Primer Mundo, pueden hablar como Cuba de los derechos ciudadanos de sus habitantes, protegidos por un sistema de salud que está a la altura del mundo desarrollado, a pesar de las carencias y las dificultades propias de un país ferozmente bloqueado y asediado por el Imperio. No hay que depender de seguros médicos para garantizar la salud del pueblo, ni hacer colectas públicas para salvarle la vida a un niño y como muy pocos, puede ofrecer la ayuda generosa de más de 42 mil médicos, enfermeras, maestros, ingenieros y técnicos en diferentes ramas en más de 100 países.

Esta isla heroica, vilipendiada por el Imperio y sus secuaces de la retorcida mafia cubana de Miami, ofrece sus aulas universitarias a más de 30 mil jóvenes de 118 países y le ha devuelto la visión a casi 700 mil personas de 31 países por sus servicios de oftalmología.

Gracias a la Revolución Cubana, en estos 48 años de dignidad, el campesino de monte adentro pudo mandar a sus hijos a las universidades, el negro limpiabotas de antes tiene un hijo científico y nadie duerme con el temor de ser desalojado de su casa. Gracias a la Revolución Cubana nuestros atletas son ejemplo de dignidad en todo el mundo y nuestros niños se educan en la forja martiana del estudio y el trabajo.

Luchar y aniquilar a los desclasados, a los que pretenden vivir del sudor ajeno y a los que sueñan con volver a poner en bandeja de plata nuestra patria en manos yanquis, es también una forma de defender los derechos humanos de doce millones de cubanos que saben que esta tierra nuestra, jamás volverá a ser traspatio del imperialismo norteamericano, porque aunque los “eruditos” del Departamento de Estado en Washington no lo entiendan y la gusanera frustrada de Miami se revuelque en el estercolero de la Historia, Cuba será por siempre, para los cubanos.

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