Joel del Río - Juventud Rebelde.- La Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, aporta diez nuevos cortometrajes y cuarenta jóvenes profesionales al cine latinoamericano.


La graduación número 16, la más reciente de las generadas por la Escuela Internacional de Cine y Televisión (EICTV) de San Antonio de los Baños, en sus veinte años de existencia, aporta diez nuevos cortometrajes y cuarenta jóvenes profesionales al cine latinoamericano. Este es la primera generación de egresados que experimentó la reinstauración de los tres años para el Curso Regular, con la consiguiente profundización en los programas de aprendizaje (particularmente en la práctica del lenguaje televisivo).

La prórroga al trienio, la ampliación de las instalaciones, la realización de los ejercicios de tesis en el país del estudiante-director, y la construcción de un moderno estudio televisivo y de salas de edición, fueron algunos de los más importantes pasos verificados por la EICTV en el periodo precedente, dirigido por el cineasta, teórico y fundador del ICAIC y del movimiento del Nuevo Cine Latinoamericano Julio García Espinosa, quien hizo valer una vez más su enorme experiencia y sagacidad en la conducción de proyectos audiovisuales, porque como ha reiterado en sus artículos y ensayos, «un país sin imagen, es un país que no existe, y la EICTV se propone hacer visible nuestro continente».

El día 19 y 20 de julio, cuando ocurrieron respectivamente la primera exhibición pública de las diez tesis, y el acto de graduación con la presencia de importantes personalidades de la cultura latinoamericana, estaba llegando al final una etapa e inaugurándose otra.

Los primeros veinte años de la Escuela, principal proyecto académico de la Fundación del Nuevo Cine Latinoamericano, estuvieron jalonados por la experiencia y la sensibilidad de cineastas en activo, incluso los directores de la Escuela fueron elegidos entre personalidades vigentes en lo más dinámico del sector audiovisual en sus respectivos países: el argentino Fernando Birri, el brasileño Orlando Senna, el colombiano Lisandro Duque, el español Alberto García Ferrer, el venezolano Edmundo Aray y el cubano Julio García Espinosa convirtieron la Escuela en una institución de considerable y justificado prestigio.

Pero sin abandonar los preceptos fundacionales, se abre otra época. Los egresados de las primeras generaciones se han convertido en «cineteleastas» conscientes y acreditados, de modo que ha llegado el momento de entregarles la dirección de la Escuela que nadie conoce y respeta más que ellos, pues en este medio se desarrollaron como creadores.

A partir de septiembre, la Escuela será dirigida por Tanya Valette, cineasta, editora y promotora cultural dominicana graduada en la primera generación. Como parte de esta sucesión orgánica y natural, a partir de septiembre los egresados, hoy profesionales, de los más diversos países, comenzarán a regir paulatinamente los destinos de la Escuela en sus siete especialidades: dirección, documental, producción, guión, fotografía, edición y sonido.

Sobre las tesis de ficción, que realizaron los de tercer año y que dentro de unos meses iniciarán su periplo por los festivales cubanos y del mundo entero, cuatro se produjeron en Cuba: las dirigidas por la ecuatoriana Renata Duque (Siberia), la borinqueña Claudia Calderón (El año del cerdo), el panameño Caleb Ortega (Campeón), y la que emprendió el colombiano David Covo (El jardín de los expósitos).

En Argentina rodó David Hartmann, junto a su equipo multinacional, el corto titulado Ícaro. De entre estas, tienen tema definidamente cubano solo las dos realizadas por mujeres, Siberia y El año del cerdo, pues los otros trabajos no prefijan demasiado su contexto cultural y sus tramas pueden acontecer en cualquier parte.

Siberia trata el tema de un cubano, profesor de ruso (sólidamente interpretado por Alexis Díaz de Villegas) que en 1992 ve desmoronarse su entorno político, profesional y afectivo, mientras que El año del cerdo apuesta por la comedia irónico-farsesca, y por una trama falsamente complicada, que describe los retozos del azar con el destino de un grupo de personajes que habitan un edificio enclavado, al parecer, en el barrio chino.

Se enfatiza en los cinco trabajos de ficción una especie de academicismo, un retorno a los géneros y a la narración aristotélica, que brillaba por su ausencia en ciertas y numerosas tesis de anteriores generaciones, más inclinadas al cine de autor, más o menos hermético y experimental.

Campeón persigue la espectacularidad del cine que retrata el boxeo; El jardín de los expósitos pulsa las claves de las películas de suspenso y horror a partir de la historia en dos tiempos de una monja y un arqueólogo, ambos obsesionados por descubrir los misterios que habitan el jardín de un convento; mientras que Ícaro presenta el contraste entre dos amigos, a partir de las posiciones antagónicas en cuanto a la necesidad, o no, de sobrevolar la contingencia.

Respecto a las tesis documentales, en Cuba realizaron sus rodajes la brasileña Renata Meirelles (Solar) y el venezolano Ernesto Merizalde (Pa’lante), mientras que en México trabajó la salvadoreña Marcela Zamora (Xochiquetzal, La casa de las flores bellas) y en su país, República Dominicana, realizó Natalia Cabral El muro de la vergüenza.

La cubana Daniellis Hernández dirigió su documental en Gran Bretaña, exactamente en Manchester (Extravío), como parte del convenio de la EICTV con la universidad de Sallford. De entre ellos, merecen especial destaque Pa’lante, Xochiquetzal y Extravío, el primero por plantearse interrogantes pertinentes y responsables sobre el destino y los cubanos a partir de una jugosa entrevista con un rapero cubano; Xochiquetzal es hermoso y sensible testimonio sobre una institución que en México se dedica a ofrecerles abrigo y protección a mujeres de la tercera edad que ejercieron la prostitución.

Por último, Extravío verifica la sutil conversión del documental de tendencia antropológica (en este caso observación de las vidas y maneras de pensar de los emigrantes africanos en Manchester) en una obra intensamente autorreflexiva, en la cual la realizadora autoanaliza sus prejuicios, las limitaciones de su punto de vista, y el consiguiente extravío de un documental intenso y revelador. ¿Qué más puede pedírsele?

En la presente hornada de nuevos profesionales del cine se cuentan numerosos latinoamericanos, como ha sido habitual en el devenir histórico de la Escuela.

Hay colombianos (el fotógrafo Leonardo Cubillos, la productora Marcela Arenas Rosas), mexicanos (la fotógrafa Martha Verónica Guerrero, la editora Marisol Medel), boricuas (la fotógrafa Brendaliz Negrón, la editora Marie Alicia González) y brasileños (el editor Leopoldo Joe Nakata, el sonidista Gustavo Ramos, la guionista Iana Paro Cosio). No faltan estudiantes de países con escasa tradición audiovisual como Honduras, Guatemala, Panamá, Mozambique, Burkina Faso, República Dominicana, El Salvador y Ecuador.

El audiovisual cubano será enriquecido también por algunos egresados de esta 16 graduación. Además de la documentalista Dianellis Hernández, están el editor Juan Miguel Salas (trabajó en Campeón), el guionista Maykel Rodríguez, y la sonidista Angie Hernández (del documental El muro de la vergüenza).

Como siempre ha sido a lo largo de las últimas dos décadas, esta vez se contaron entre los evaluadores de las tesis algunos prestigiosos profesionales del habla hispana y también anglosajones.

Los estudiantes escucharon los criterios y recomendaciones de los realizadores cubanos Fernando Pérez, Daniel Díaz Torres y Juan Carlos Cremata; de los españoles Lola Salvador (guionista y productora), Manuel Pérez Estremera (productor y crítico), Néstor Calvo (fotógrafo) y Enrique Nicanor (teórico, productor y guionista); la editora francesa Jacqueline Meppiel; el documentalista peruano Javier corchera; los teóricos y especialistas en documental británicos Erick Knudsen y Maxine Baker; la productora uruguaya Irene Goncalvez; el crítico y publicista panameño Edgar Soberón y el documentalista y teórico australiano Russell Porter.

Este grupo de evaluadores apuntaron a veces que ciertos trabajos mostraban errores dramatúrgicos, inconcordancias narrativas o de tono, y algunas violaciones de reglas genéricas, pero la mayor parte de esta suerte de «jurado» coincidió en subrayar la calidad general de los trabajos, con muy especial resalte en la calidad alcanzada en los ramos de fotografía, producción y sonido.

La EICTV consolida su prestigio y expande el alcance de sus realizaciones, como lo demuestran estos diez nuevos cortometrajes y cuarenta profesionales noveles. Que así continúe a lo largo de los próximos veinte años, por lo menos.

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