Enrique Ubieta Gómez - La Jiribilla.- Ahora se ven las cosas de otro modo, se ven mejor. Ahora podemos ver que entre 1991 y 2001 se gestó, si no un siglo, al menos un orden político militar nuevo. De cierta forma, aquella fue una década minimalista: las inquietudes sociales fueron canalizadas hacia espacios mínimos, estancos, parciales. El horror a los metarrelatos (léase, a las explicaciones globales) se vendió como un estadio superior del conocimiento humano en la era postcomunista y permitió que la izquierda vergonzante se refugiara en el reformismo. Los radicales eran estigmatizados como fundamentalistas, aunque, tal como afirmara José Martí, ser radical es ir a la raíz de los problemas.


En los medios académicos y de comunicación se estableció una aduana intelectual que requisaba la conciencia. Los ascensos, los premios, las becas, las ediciones, la propaganda, en fin, la aureola del intelectual brillante, se concedió a quienes aceptaron las premisas, los conceptos y el lenguaje de la "nueva época".

Pero entre 2002 y 2003, después de más de diez años de remodelación mediática –chantaje y soborno incluidos–, del pensamiento tradicional de la izquierda por la derecha victoriosa (porque, créase o no ahora, hubo un instante en que los ideólogos de la derecha determinaban el canon de conducta de la izquierda "inteligente"), que lo hizo débil, transparente, inocuo, tímido, lo que en el lenguaje impuesto significaba moderno, realista o, según se prefiera, poscomunista y postmoderno, pudimos felizmente rehacer el mapa. Varios hechos desencadenaron el necesario desenmascaramiento de esa izquierda reciclada: en primer lugar, el estrepitoso fracaso de las políticas neoliberales en América Latina, que se extendió a algunos países asiáticos y amenazó al gigante ruso. El movimiento antiglobalización, que era, claro, antineoliberal, surgió con el ímpetu de una cascada largamente contenida por diques. Algunos gobiernos latinoamericanos fueron barridos: Sánchez de Lozada, en Bolivia; De la Rúa, en Argentina. El pueblo se lanzó a las calles, pero el pensamiento de izquierda no tenía propuestas. La falsa izquierda de ideologemas fue rebasada por la izquierda del compromiso con los pobres, y aunque nadie podía explicar con exactitud lo que quería, la gente empezó a ver cada vez más claro lo que no quería. El movimiento antineoliberal fue haciéndose poco a poco anticapitalista.

Por otra parte, la guerra del imperialismo norteamericano contra Iraq, desató grandes manifestaciones en Europa y en los propios Estados Unidos. La autollamada izquierda democrática ciertamente se opuso a la invasión. Nos oponemos a la violencia, dijeron. Conocí a un intelectual de la "nueva izquierda" que me comentó, cuando ya la invasión se consumaba: "ahora tratemos de que la guerra sea breve, que los norteamericanos tomen rápidamente la capital; así serán menos los muertos". Fue entonces que se produjo el milagro: descubrimos que muchos de los antiguos señores y señoras de izquierda, ya no lo eran. Fue un descubrimiento doloroso, de cierta forma desconcertante, pero saludable. Mientras el ejército imperial ejecutaba a decenas de miles de iraquíes inocentes, sin juicio previo ni aprobación internacional, por cohetes teledirigidos, un grupo de ex izquierdistas y de izquierdistas despistados (junto a la derecha tradicional) firmaba una condena contra Cuba –que había sido considerada por el emperador como parte del llamado eje del mal–, porque actuaba con severidad en defensa propia, de acuerdo al veredicto de juicios, según leyes previas aprobadas por un Parlamento. Estamos contra toda violencia, dijeron, provenga de donde provenga. Estamos contra la violencia del tigre y contra la violencia del ciervo que se defiende. Ya sabemos que el tigre es malo, pero tratemos de que el ciervo no desarrolle su instinto defensivo y conserve la ternura, y la confianza en Dios. Leyendo sus nombres, por un instante creímos que la izquierda había desaparecido, que la propaganda goebbeliana había convertido en verdad la mentira, pero digo, fue solo un instante, porque la realidad social es tan obstinada que no permite prolongados desvaríos.

Por aquí, por allá, fueron apareciendo los intelectuales revolucionarios; no traían verdades absolutas, pero sus dudas teóricas habían sido arrasadas por el movimiento popular. Y no es que aparecieran de súbito, estaban allí, algunos desde los años sesenta y setenta, pero no los veíamos, porque los medios mezclaban nombres y epítetos, hacían que todos parecieran iguales. Son los que nunca se avergonzaron de compartir la suerte de las mayorías explotadas. También, los que fueron rescatados en la arena al subir la marea. "No porque haya caído la Unión Soviética voy a dejar de ser socialista –le dice a Esther Pérez el brasileño Frei Betto–, como mismo no dejé de ser cristiano al conocer la historia de la Inquisición. Para mí el socialismo no tiene su raíz en el marxismo. El socialismo tiene su raíz, como también el marxismo, en la existencia de la desigualdad social. Si no hubiese gente en la miseria, si no hubiese gente en la pobreza, en la exclusión, no habría marxismo, no habría socialismo y no estaríamos hablando de estas cosas." Llegaban desde diferentes recodos del pensamiento o de la acción social, traían conceptos y percepciones variadas, aparentemente contradictorias, pero todos confluían en la certeza de que el capitalismo es insostenible e inviable para la humanidad. Ahí estaban los zapatistas en Chiapas, los bolivarianos en Venezuela, los Sin Tierra en Brasil, el movimiento revolucionario de las naciones indígenas en Ecuador, Perú, Bolivia, los activistas del Foro de Sao Paulo. Comunistas, como la chilena Gladys Marín; líderes indígenas, como la kichua ecuatoriana Blanca Chancoso; ambientalistas, como el poeta brasileño Thiago de Mello; académicos marxistas, como el hispano mexicano Adolfo Sánchez Vázquez o el egipcio Samir Amin; sociólogos de los medios, como el belga Armand Mattelart o el hispano francés Ignacio Ramonet. Una pléyade de honestos intelectuales norteamericanos, que mantenían o recuperaban el ímpetu de los sesenta, algunos más cercanos a la academia, como Noam Chomsky, Howard Zinn o James Petras; otros al activismo político, como Tom Hayden o el abogado de las causas justas, Leonard Weinglass.

En el contexto de la defensa de Cuba, y luego de Venezuela, y apoyados en las posibilidades abiertas por el ciberespacio, surgió la Red de Redes en Defensa de la Humanidad, mecanismo de concertación de los intelectuales (en el sentido más amplio de la palabra) que se oponen al avance del neofascismo internacional, de los llamados neocons, sean republicanos o demócratas en Estados Unidos, laboristas en Gran Bretaña, o populares en España. "Ese tipo de redes que articula grupos autónomos –explica el mexicano Pablo González Casanova, uno de los principales artífices del movimiento–, está apareciendo como una forma de organización que permite acciones conjuntas de personas que tienen coincidencias en algunos puntos, que les permiten avanzar al mismo tiempo, a reserva de separarse y distinguirse en los terrenos en los que no tengan afinidades o simpatías. El problema enorme de juntar este tipo de fuerzas es realmente superior a la idea de los frentes populares, es superior a la idea de las coaliciones de la historia tradicional."

El movimiento desembocó en un gran Encuentro Internacional en Caracas, y en la creación de redes nacionales en algunos países, como México, Cuba y Venezuela. Una de las acciones de la red nacional en Cuba fue la creación, en 2003, de la Videoteca Contracorriente del ICAIC, una memoria fílmica del pensamiento contemporáneo de la izquierda, que pone a disposición de estudiantes, activistas políticos y televidentes en general, la visión, las dudas y certezas de hombres y mujeres que no han cejado en sus esfuerzos de construir un mundo más justo. El nombre se tomó de una revista de pensamiento –de la que fui director– surgida en Cuba en 1995 y desaparecida en 2004, y el propósito fundamental fue contrarrestar –desde el pensamiento revolucionario crítico no vergonzante–, la tendencia mundial a la apatía y al derrotismo. En sus inicios recibió la ayuda del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales, bajo la conducción entonces del argentino Atilio A. Boron.

En tres años de vida, la Videoteca ha filmado a sesenta y dos importantes voces de la izquierda mundial, de dieciséis países. El espectro de opiniones es amplio, intencionalmente polémico. Hay comunistas, teólogos de la liberación, marxistas, revolucionarios eclécticos y también socialdemócratas y reformistas radicales, que navegan a la deriva, porque la socialdemocracia institucional, después de la debacle del socialismo soviético, se alió a la derecha. Hay actores, cineastas, filósofos, escritores, políticos, sociólogos, historiadores, periodistas, teólogos. Los entrevistadores comparten las profesiones de sus entrevistados, y en muchos casos son personalidades relevantes en Cuba. El mundo sobre el que debaten es "un avión que no puede bajar en ninguna parte para abastecerse, pero está dividido en primera clase, en clase ejecutiva y clase económica, y si no puede bajar hay que decidir, vamos a matar a la clase económica o vamos a compartir los bienes para que todos podamos vivir con dignidad", al decir de Frei Betto. Es un mundo que debe revisar los nuevos conceptos que el Poder ha impuesto, como el de globalización o, que ha distorsionado, como el de imperialismo. Para Samir Amin, por ejemplo, este último no es la fase superior del capitalismo, sino su estado natural, y la peculiaridad actual es que "hemos pasado a una fase de centralización del capital que ha impuesto a las potencias im­pe­rialistas, en plural, el convertirse en un centro capitalista unificado, el imperialismo colectivo". El argentino Atilio A. Boron ratifica de cierto modo esa percepción al añadir: "La novedad del imperialismo contemporáneo es que, por ahora –lo cual no quiere decir que no vuelvan a resurgir–, las rivalidades interimperialistas se procesan en un plano distinto del militar. Pero el imperialismo se ha vuelto mucho más agresivo en cuanto a los pueblos de la periferia, en contra de los pueblos del Tercer Mundo." Se habla de la solidaridad internacional ya no de los proletarios, o no únicamente de ellos, sino de todos los pueblos sometidos, de todos los explotados.

Pero este libro apenas contiene una selección incompleta, en parte arbitraria, de las entrevistas grabadas, y por tanto de las opiniones expresadas en ellas. Quise completar (o complementar) en lo posible algunos tópicos: por ejemplo, el de Chile, el recuerdo de Allende, de los errores cometidos por la izquierda revolucionaria –porque es tema de discusión en algunos proyectos actuales–, y reuní las voces del escritor comunista Volodia Teitelboim, de la revolucionaria Gladys, honesta, flexible y, a la vez, incorruptible en cuanto a los principios –posiblemente sea esta su última entrevista filmada antes de morir de cáncer–, ambos dirigentes máximos del Partido Comunista en etapas diferentes, y de Andrés Pascal Allende, dirigente del Movimiento de Izquierda Revolucionaria, entrevista que realizara para la revista Contracorriente –único caso que no pertenece a la colección de la Videoteca–, pero que no llegara nunca a publicarse en sus páginas. Sobre los sesenta hablan los estadounidenses Zinn, Hayden y Weinglass, y creo que es jugoso el contrapunteo de sus experiencias y recuerdos, porque de cierta forma se viven años parecidos a aquellos. Hay reflexiones de tipo organizativo, de tipo conceptual, que hacen que el libro –estoy esperanzado con esa idea– sea útil para abrir el debate. Cada una de estas entrevistas ilumina a las restantes, realza los méritos y las carencias de las demás, y nos completa el entramado de esperanzas, logros y perspectivas del movimiento revolucionario. Hay entrevistas realizadas en 2003, en 2004, en 2005 y en 2006; algunos temas tratados entonces han sufrido variaciones en el tiempo, pero no por ello pierden interés y actualidad: el lector sabrá contextualizar el comentario y recoger del análisis las enseñanzas pertinentes. No será este el único volumen que recoja el resultado de la Videoteca Contracorriente del ICAC, en permanente crecimiento. Pero nos sentimos felices de que este primer volumen salga ya al combate en Defensa de la Humanidad.

Por la izquierda. Veintidós testimonios a contracorriente. Selección y prólogo de Enrique Ubieta Gómez. Ediciones ICAIC-Editorial José Martí, 2007.                          

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