"Ya Rousseau afirmó que no es posible que haya democracia en sociedades donde unos pocos poseen demasiado y muchos carecen de lo más elemental"

Agnerys Rodríguez Gavilán y Alina Perera Robbio - Juventud Rebelde.- Lo afirma de forma lacónica y tajante: «Decir que se ha llegado al final en el ejercicio democrático es una muestra de incultura». Ricardo Alarcón de Quesada sabe sostener esta apreciación. Es un hombre que ha estudiado a fondo las experiencias de los sistemas de gobierno, desde que estas comenzaron a tomar forma en la sociedad esclavista.


Imaginábamos que cuando le propusiéramos este diálogo nos solicitaría de antemano las preguntas. Las próximas elecciones de los delegados provinciales y diputados a la Asamblea Nacional del Poder Popular tendrán lugar en un escenario nuevo, que ha levantado las mil especulaciones en los medios políticos, periodísticos e intelectuales.

Pero Alarcón sortea muy bien cualquier análisis circunstancial, y prefiere ubicar ese acto de libertad ciudadana que ejercitarán los cubanos el próximo 20 de enero en la tradición revolucionaria democrática del país y sus desafíos hacia el futuro. Y al hacerlo delimita muy bien las diferencias entre las formas en que en esta isla se han decidido los destinos públicos y las extrañas fórmulas que no pocas veces intentaron imponérsele.

Fue una conversación en la sede de la Asamblea Nacional, que se extendió por cerca de tres horas, en las que habló desde los conceptos democráticos de Pericles, pasando por las experiencias constitucionales en tiempos de nuestras luchas por la independencia, hasta los mecanismos interventores del señor Bush.

—El Artículo 3 de la Constitución de la República establece que en nuestro país la soberanía reside en el pueblo, del cual dimana todo el poder del Estado, y ese poder es ejercido directamente o por medio de las Asambleas del Poder Popular... En estos días, de cara a las elecciones, la gente se inquieta por cómo un diputado que no fue propuesto de manera directa podrá representar eficazmente los intereses cotidianos del pueblo...

—La clave de la pregunta es quién es el que propone al candidato. En el mundo, no es la gente. Los candidatos se proponen a sí mismos o lo hace una maquinaria electoral por medio de un gran despliegue publicitario. Una gente decide llevar tal candidatura y acercarla al pueblo, convencerlo de que vote a su favor, pero ese pueblo no va a votar por alguien que él mismo haya propuesto.

«En Cuba todos saben de dónde salió su delegado, de su circunscripción. A lo mejor un ciudadano no fue a la asamblea de su área, pero sabe que esta se realizó y, además, quién es el candidato y hasta qué vecino lo propuso. Todos conocen que los delegados a las asambleas municipales fueron elegidos por gente del pueblo, entre varios que habían sido nominados. Es algo que no existe en ninguna otra parte.

«Cuando llegamos a la provincia y a la nación, es imposible, desde el punto de vista práctico, emplear el mismo mecanismo, salvo que fueran maquinarias las que propusieran, y no el ciudadano directamente.

«En Cuba se ha creado un sistema que, como toda obra humana, tiene defectos pero trata de acercar la democracia que funciona más abierta y claramente para elegir al delegado a la asamblea municipal, a esa escala más inasible que es la nacional. ¿Cuál es?: los precandidatos a delegados provinciales y a diputados son propuestos por las organizaciones sociales —las que agrupan a los trabajadores, las mujeres, los campesinos, los estudiantes—; y quien decide sobre esa candidatura es la asamblea municipal cuyos delegados fueron elegidos de manera directa por el pueblo. La propuesta de candidatos a delegados provinciales y a diputados se lleva al escrutinio público, a que finalmente la gente se pronuncie sobre eso.

«La situación ideal, de la que nadie tiene dudas, es cuando nosotros tres, cuatro o cinco nos reunimos y decidimos que uno representará a los demás. Esa es la democracia directa en puridad. Aplicarla en una sociedad moderna, en una sociedad compleja, es muy difícil. En nuestro caso todos tienen la posibilidad de pronunciarse. Agrega a lo ya dicho que más o menos la mitad de los candidatos a delegados provinciales y a diputados son delegados de base. Es una conexión que no se da en ningún otro lugar».

—¿No implica una contradicción que haya diputados representando a territorios en los que no residen?

—Sí. Aparentemente. He escuchado esas opiniones. En un sistema como el nuestro, que es más parecido al parlamentario clásico, es normal que haya diputados representando a territorios en los que no residen. Lo importante es cómo ese diputado cumple su función de relación con el municipio por donde fue elegido.

«Lo anterior plantea un reto y es que debe primar la sabiduría, el equilibrio, porque no se trata de que ese diputado o delegado provincial sea solo representante de una porción del país. El diputado, por ejemplo, está obligado a mantener una vinculación especial con su área de procedencia, pero a la hora de legislar no puede pensar en términos estrechos, de un municipio, de un distrito.

 

«Esta es una discusión que se remonta al período de la Revolución Francesa. ¿A quién representa un diputado? El consenso fue que a la república, a la nación, no al distrito por el cual salió electo. Quiere decir que debe pensar con un sentido más universal, más general. Ese problema se le plantea a todos los representantes de todas las sociedades, independientemente del régimen».
—A su juicio, ¿qué reservas aún no exploradas tiene el Parlamento cubano en el ejercicio de la democracia socialista?

—Creo que hay muchas reservas, diría que algunas han sido exploradas, incluso practicadas, pero aún no lo suficiente. Esta es una marcha que no concluye fácilmente. Tiene que ver con la discusión a fondo sobre la democracia. Decir que se ha llegado al final en el ejercicio democrático es una muestra de incultura. Al único tipo que se le puede ocurrir la tontería esa de decir que él va a exportar la democracia es a George W. Bush, porque quien conozca un poquitico sobre el tema se da cuenta de que la democracia real es sinónimo de la utopía.

«El autogobierno de la gente, o la participación de todo el mundo en la dirección de la sociedad es una meta, una aspiración, es como el horizonte que te sirve para avanzar, marchar, seguir explorando. Hay que seguir haciendo mucho. No te puedes dar por satisfecho con nada que hayas alcanzado.

«Hemos sido capaces de elaborar una fórmula más creadora, más autóctona. El sistema nuestro tiene una serie de virtudes, de ventajas. Su desafío es el de todo sistema político: la democracia es necesariamente representativa. Estamos hablando de elecciones ahora. Se va a elegir a un grupo de ciudadanos. No serán los once millones de cubanos sino una parte de ellos que debe representar a todos. Ahora bien: ¿Cómo lograr que la democracia representativa se acerque lo más posible a la democracia directa? Plantearse esa interrogante es la única forma de combatir aquello que unos cuantos teóricos occidentales describen como la ficción de la representación.

«En las condiciones de las sociedades divididas en clases la representación es una ficción, y la democracia participativa es una ficción, es una falsedad, y eso lo explicó Jean Jacques Rousseau. No es posible que haya democracia, decía él, en sociedades donde unos pocos poseen demasiado y muchos carecen de lo más elemental. Claro, que él no pudo imaginar en su época sociedades como el comunismo.

«La única posibilidad es en una sociedad más igualitaria, y en la que se establezca un nivel de control de los elegidos por los electores, un nivel de participación en el gobierno de aquellos que eligieron a sus representantes. O sea, no es como el concepto burgués, que tú haces elecciones, eligen a los gobernantes, y al día siguiente no eres nadie. ¿Cómo evitar eso? La única forma es tratando de hacer la democracia representativa lo más cercano a la democracia directa. Eso se llama promoción de la participación real de la gente, control popular sobre la gestión del representante, parlamentarización de la sociedad, o sea, que no solamente se legisla en el parlamento, sino también en las fábricas, las escuelas, donde la gente discute los problemas y se vincula a las decisiones principales de la sociedad en términos reales.

«No puedo decir que hayamos alcanzado en eso la perfección ni mucho menos, pero no conozco muchos países donde se haya practicado más eso que aquí. Recordemos aquellos parlamentos obreros cuando comenzó el período especial, miles y miles de reuniones donde la gente discutió los problemas que teníamos entonces, y más recientemente el debate que generó el discurso de Raúl, el 26 de julio del pasado año.

«La Asamblea Nacional, en la medida de lo posible, trata de aplicar ese estilo. Un ejemplo fue el proceso previo a la aprobación de la Ley de Cooperativas Agropecuarias, en cuya redacción participaron todos los campesinos y los cooperativistas en decenas de miles de reuniones, quienes hicieron muchas propuestas. No fue una discusión entre los “elegidos”, los 600 diputados, sino una a la cual se incorporaron muchas personas. Hasta el título lo cambiaron en una reunión en la base. Un campesino propuso el cambio, lo argumentó y se aprobó.

«La reflexión nacional en una democracia verdadera no es el debate entre los elegidos en el parlamento, esa es una de las grandes mentiras de la democracia burguesa. La democracia implica que todos participen».

—El hecho de que el delegado esté en el medio de dos realidades, la de sus electores y la de las entidades, no implica un desgaste de su rol y su imagen como polea transmisora ante la falta de respuestas y soluciones?

—El asunto no deberíamos verlo solamente como lo que implica esa expresión de polea transmisora. El delegado, ante todo, es organizador, es el dirigente político de toda la comunidad.

«Si analizas la sociedad cubana, en el barrio el delegado es el único que representa a todos —a los miembros de las diferentes organizaciones políticas y de masas—, incluso a aquellos que no votaron por él. Debe ser ante todo el conductor, el guía, el dirigente de esa comunidad que ayuda a encauzar la acción colectiva, la participación de los vecinos en el ejercicio del gobierno desde abajo.

 

«El delegado no es un mago. Hay problemas que pueden ser resueltos por la misma gente. Los hay cuyas soluciones no dependen de él, incluso que no están relacionadas con lo material sino con las normas de convivencias, con cómo vivir mejor, cómo mejorar la calidad de vida del barrio. Aunque él puede aglutinar, dirigir, organizar, guiar a la gente, tomar decisiones. El delegado no está para administrar las bodegas pero sí para que alguien vigile cómo se cuidan y manejan sus recursos.
«El gran dilema del delegado son aquellas decisiones y acciones que lo trascienden más allá de lo que es la comunidad, la gestión que tiene que hacer frente a un organismo, una entidad, una instancia administrativa. Si lo ven como un transmisor, difícilmente conseguirá que los problemas se resuelvan. En la medida en que lo valoren como el representante de todos organizados, activos, su papel será más eficaz.

«Aquí realmente hay burócratas, hay funcionarios que cuando están hablando con un delegado no están respetando la Constitución de la República ni en su letra ni en su espíritu. Lo ven como un infeliz y no como al dirigente político principal de la comunidad, y eso conduce a que lo coloquen en medio de un fuego cruzado.

«Ahora, hay delegados y delegados, hay formas y formas de hacer las cosas. Hubo una época en que para muchos ser delegado era tomar nota de los planteamientos que hacían los electores, para ir a hacer la gestión a otro lugar y en la siguiente asamblea contar lo que él había hecho. Estamos insistiendo en que se pueden encontrar muchas soluciones con la participación de la gente, y así los electores no adoptan una actitud pasiva, del observador, lo cual es consustancial a la llamada democracia burguesa pero no a la real.

«Para llegar a que haya una participación real de todo el mundo hacen falta una serie de factores. Lo primero es una transformación social profunda como la que ha tenido lugar aquí. En Cuba —Fidel lo decía en una de sus reflexiones últimas— el mayor desafío que tienen los cuadros nuestros es que estamos hablando de un pueblo, de mucha gente con cultura, que cuestiona, que exige argumentos, que piensa. Ese es un requisito para la democracia verdadera en el cual hemos avanzado bastante.

«Walter Lippmann, el teórico del liberalismo norteamericano por antonomasia, periodista famoso, describiendo las sociedades democráticas habló del pueblo como un espectador en una sala de cine que está viendo a distancia una obra. Según él las teorías radicales convierten a ese espectador en una turba bulliciosa, ruidosa, que complica las cosas. El desafío está en que nadie sea espectador y tampoco parte de una turba y eso se logra con cultura, educación, comprensión.

«En esta reflexión no se puede olvidar que todo el sistema funciona en un contexto único de genocidio contra este país. Sería una torpeza infinita no tomarlo en cuenta a la hora de analizar los aciertos y desaciertos. Por supuesto, hay problemas que no son resultado directo de esa política; están el descarado, el irresponsable, el insensible.

«En el caso de Cuba, cuando un burócrata, un funcionario actúa irresponsablemente, su falta tiene una dimensión mayor porque vive en un país que enfrenta una guerra brutal. Desde temprano, en 1959 definirían en Washington lo que querían hacerle al pueblo cubano: “La mayoría (...) apoyan a Castro... el único modo previsible de restarle apoyo interno es por medio del desencanto y la insatisfacción que surjan del malestar económico y las dificultades materiales...”.

«A veces la gente siente desencanto, insatisfacción por el trato que reciben en un centro de servicios, por la explicación estúpida que le da un funcionario. En un país que está enfrentando una guerra, nadie tiene derecho a agregar a eso motivo de incomodidad, como consecuencia de su torpeza y falta de sensibilidad.

«Tenemos que ser más vigilantes y librar la batalla con las entidades y los organismos, precisamente para apoyar al delegado, una figura bastante poco considerada que, por cierto, tiene aristas muy hermosas. Es una persona honrada y muy trabajadora».

—En un mundo donde predomina el multipartidismo la experiencia cubana suele ser cuestionada, y en oportunidades manipulada. ¿Cómo congenian democracia y unipartidismo en nuestro modelo?

—En el fondo la idea que hay de eso, es que la democracia es la competencia entre varios políticos. Y tú lo ves en todo, en la literatura, en las películas, una elección es un tipo por aquí con unos pasquines, otro por allá, a ver quién gana, y la gente decidiendo, pero la gente no decidió quién es el que está en el pasquín. Democracia nunca fue eso. Democracia fue el gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Siempre me gusta citar a Pericles, quien hace 2 500 años dijo, defendiendo el sistema ateniense, que su sociedad era democrática porque no la habían copiado de nadie, atendía a la idiosincrasia de su pueblo y tenía como propósito defender los intereses de la mayoría.

«No tengo la menor duda de que nuestro sistema es autóctono. A diferencia de otros países de América Latina el nuestro tiene una larga historia constitucionalista, jurídica, que es muy peculiar porque es anterior a la independencia. Los norteamericanos no tuvieron Constitución hasta después de ser independientes. En el caso de Cuba hubo cuatro constituciones, tenemos asambleas constituyentes, todo un sistema de gobierno, jamás fue diferente a como es ahora. A nadie se le ocurrió en la República en Armas tener dos cámaras. Era una sola, una asamblea de representantes. Ese invento vino con la ocupación yanqui.

«La elección del gobierno por la Asamblea, la unicameralidad, eso viene desde Guáimaro; se ratifica en Jimaguayú, en Baraguá, en la Yaya. ¿Por qué tenemos que copiar el sistema que inventaron en Massachusetts? ¿Por qué, si democracia es la que surge de tu cultura? Este país tuvo una tradición, tuvo dirigentes negros, esclavos que fueron generales antes de la República.

«La Cuba de la época de la guerra era más democrática que la Cuba de la República de la intervención yanqui. Legislaron y aprobaron todo tipo de leyes: de divorcio, de familia, procedimientos penales. Y la Constitución de Guáimaro (1869), que en su época proclamó que todos los hombres son iguales, que no existe la esclavitud. A ver si en París o en Nueva York podía decirse algo como eso... Lo que hemos hecho es regresar a las raíces».

—En 1993, cuando Fidel convocó al voto unido, dijo que era lo que más le convenía al país. Cuba entraba en el período especial y el gobierno norteamericano de turno creyó que era el momento de darle un golpe a la Revolución. ¿Quince años después el voto unido sigue teniendo la misma trascendencia?

—La línea estratégica norteamericana contra Cuba sigue siendo la misma. Documentos recientes de diciembre de 2007 dan cuenta de cómo dedican más recursos a las medidas que toman contra Cuba que a la lucha contra el terrorismo y otros asuntos. También reconocen cómo han multiplicado por cinco el presupuesto destinado a organizar dentro de Cuba una llamada oposición, los llamados disidentes.

«Los riesgos y amenazas se han multiplicado. Por eso siguen plenamente en pie las razones estratégicas que sustentan la convicción del voto unido. Como en aquella ocasión explicara Fidel, no es solamente una necesidad para salvar la Patria y defender la Revolución, sino también para mejorarla. Es la única forma posible de asegurar que en nuestras asambleas esté representada toda la sociedad, todo el pueblo, incluyendo los menos conocidos, los que no son famosos, pero que tienen muchos méritos como los tiene el pueblo anónimo.

«El voto unido es lo opuesto a la supuesta competencia que los países capitalistas presentan como el elemento principal, el más notable de sus llamadas democracias. Por supuesto allí no compite ningún trabajador humilde, ninguna gente desconocida, sino que es una competencia entre varias facciones de un mismo grupo gobernante.

¿Cómo lograr en Cuba que en su Asamblea Nacional, en nuestras asambleas provinciales, estén representadas gente que no tienen notoriedad? Hay una diferencia grande entre los candidatos nuestros por las responsabilidades que desempeñan; los hay intelectuales, artistas prominentes, dirigentes religiosos o políticos, pero hay muchas personas que no son conocidos por toda la sociedad, aunque sí por una parte importante de ella. Todos los compañeros que son delegados de circunscripción fueron postulados y elegidos directamente por sus vecinos, ellos los conocen bien, pero no tienen un alcance nacional o provincial. Desde ese punto de vista el voto unido es la única vía posible para fortalecer nuestro sistema, para hacerlo más rico, más representativo de todo el conjunto de la sociedad.

«La otra razón es la defensa de la soberanía y de la independencia. Desde 1993 el mundo ha cambiado mucho y para peor. Vino Bush.

«Hay una idea muy importante en la que Fidel insiste una y otra vez en el discurso del año 1993, y es la necesidad de explicar que el voto unido no es una consigna, sino una idea estratégica, que hay que explicarla para persuadir y convencer. Hay que darle argumentos a la gente, tratarlas como lo que son, parte de un pueblo libre y culto.

«El ciudadano tiene, legalmente, todo su derecho de votar por uno, por varios, por todos o por ninguno de los candidatos. No se trata de una imposición, ni de una orden ni de una consigna. Lo que debemos buscar es que la mayoría de nuestro pueblo comprenda que se trata de un voto libre, consciente, expresión del ejercicio responsable de un criterio sólido.

«En encuentros de los candidatos con el pueblo, he puesto el ejemplo de nuestros cinco compañeros —Gerardo, Ramón, Antonio, Fernando y René—, quienes están presos en los Estados Unidos por luchar contra el terrorismo. No olvidemos que están cumpliendo su décimo año en prisión. La mayor parte del tiempo hasta en condiciones de aislamiento extremo. Están separados entre sí y de sus familias; enfrentan grandes dificultades para ser visitados; algunos no pueden recibir la visita de sus esposas.

«¿Cuál es la palabra que resume la situación que enfrentan nuestros compañeros? La soledad. ¿Por qué los tratan así? Por la pretensión vana de tratar de doblegarlos, de hacerlos abandonar sus convicciones, su patriotismo, su dignidad. Y lo que están demostrando es todo lo contrario. Nos están demostrando realmente que en nuestro país, en nuestra sociedad, hay pruebas muy hermosas de dignidad y de heroísmo, como las que encarnan ellos.

«El 20 de enero tendremos la posibilidad de darles a ellos el mejor homenaje. Porque en el momento de votar estaremos completamente solos; porque ese acto es cada cubano con su conciencia, con la boleta y un lápiz para marcar la cruz donde lo considere mejor. Pero no en una soledad de diez años, sino de apenas unos segundos, unos breves segundos. De lo que se trata es de que en esos instantes seamos capaces de recordar a esos cinco cubanos y de actuar conforme nos dicte nuestra conciencia, nuestra idea del patriotismo, de la dignidad y el sentido de independencia de la Patria».

 

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