Daysi Rubiera Castillo - Negracubana.nireblog.com.- Nada me pareció mejor para comenzar estas reflexiones que un fragmento de la poetisa África Céspedes: “¿Nos invitáis a luchar?¡Pues lucharemos!(…) Reflexionemos, pues, sin hacer separación alguna de razas, sobre el juicio que de la mujer tiene formado la mayoría de los hombres y hasta algunos meritotes de baja esfera, al mismo tiempo que a nosotras, las que de la raza negra, se nos considera en las últimas capas de este infame juicio”[1].
Y realmente hemos reflexionado en la experiencia histórica de las mujeres negras que el discurso clásico sobre la opresión de la mujer no ha recogido en su totalidad. Así como tampoco se ha dado cuenta del efecto cualitativo que esa opresión sufrida tuvo y tiene en su identidad femenina, tomando en cuenta de que su historia está vinculada a uno de los mayores flagelos de la humanidad ya vivido y cómo impactó profundamente, desde un inicio y de diferentes maneras, la vida de las mujeres negras. Desconocerlo, invisibiliza toda una historia de resistencia y de lucha en la que ellas fueron protagonistas en su afán de convertirse en seres humanas plenas, con posibilidades y oportunidades independientemente de su condición de clase, raza y sexo.
No es querer ser reiterativa al insistir en la necesidad de que nuestros textos de historia –fundamentalmente blancos- expresen el papel desempeñado por las mujeres negras y mulatas en cada momento histórico de nuestro país; en cuestionar su sistemática ausencia que en el discurso oficial nos ofrece, y el deliberado o no olvido académico -salvo alguna excepción [2]- no solo de las que se desenvolvieron durante los siglos XVI al XVIII, sino de quienes vivieron en la sociedad cubana durante el siglo XIX y el XX y que formaron parte tanto de las capas pobres, como la clases media y alta.
Recuperar el lugar que estas mujeres ocuparon y ocupan en la historia nacional nos permitirá comprender alguno de los rasgos que, en cada contexto histórico, adquirieron sus pensamientos y así reconocer, además, la influencia que ellas ejercieron en el proceso de consolidación de la identidad nacional, independientemente, de que “en los momentos en que se fijaron los estereotipos femeninos que se avenían con el pensamiento liberal y con el proyecto de construcción de la identidad nacional y la nación (…) quedaron excluidas de dicho modelo”[3]. Esos procesos de invisibilización social de las mujeres negras cubanas representan la significativa, y evidente, ausencia cultural que históricamente las ha caracterizado.
En la sociedad cubana de todos los tiempos su imagen ha sido construida a partir de estereotipos negativos. En el período colonial “la negra lujuriosa” y “la mulata seductora” fueron utilizados como una vía de justificación y de liberación de la culpabilidad por la violación u opresión sexual que sufrían por parte de los hombres blancos quienes eran transformados en víctimas de aquellas mujeres [4]. De igual manera, “la negra bruja”, estereotipo racial y cultural que conjuntamente con “el negro ñañigo” y otros factores relacionados con la religiosidad, convirtió a aquellas mujeres en una amenaza, lo cual animó la represión de la práctica de las creencias religiosas africanas y su ulterior racialización, independientemente de que fueran practicadas por personas de cualquier color de piel. Intención que después de abolida la esclavitud y en los primeros años de la república fueron planteadas como una “desafricanización” de la cultura cubana.
Muchos de aquellas imágenes negativas y racistas que aparentan ser consideradas reminiscencias del periodo colonial subsisten hoy día en el habla popular cubana, manteniendose la construcción de un cuerpo conceptual referencial racista, comúnmente usado en letras de canciones, refranes, chistes, telenovelas, seriales, donde sobresalen terminos como “pasa”, “pelo malo”, “bemba”, “ñata”; en lugar de pelo, labios y nariz. En, etc.
Es harto reconocido el protagónico papel de los medios de difusión, en especial la televisión, en la transmisión de valores relacionados con la cultura hegemónica que sigue considerando al ideal femenino como: blanca. citadina, heterosexual… En este sentido, las imágenes que nos proyectan muchos de los programas televisivos cubanos podemos re-descubrir un lenguaje excluyente, por ejemplo Tomasa, personaje de la telenovela El eco de las piedras y Bombón en Si me pudieras querer, sin contar que la familia negra o mestiza cubana, apenas aparece en la televisión.
Desafortunadamente para nuestro proyecto social, el que ha logrado romper con múltiples de estereotipos, aún no se ha podido de-construir aquellos que persisten y estan ligados a la mujer negra o mulata; los cuales han sido muy reforzados por la televisión y la radio “al proponer constantemente un modelo exclusivo de relaciones en las que el protagonismo del negro [y de la negra] queda reservado solo para significar su desventaja social en una etapa histórica anterior; o en el caso de propuestas que aborden la contemporaneidad, para roles que reafirmen el estereotipo negativo”.[5]
Esa constante agresión de la cual ha sido receptora la mujer negra, acompañada de su lucha por el reconocimiento y aceptación de sus valores, mantiene una permanencia y adquiere, en medio de una sociedad socialista, nuevos ropajes y funciones en momentos que, debido a la crisis económica que se está viviendo, ”los prejuicios raciales, la discriminación y el racismo, tienden nuevamente a recomponerse como parte de la realidad social cubana actual y amenaza con reinstalarse en la macro conciencia social”[6].
Todo lo anterior contribuye a que negras [os] y mestizas [os] no puedan desarrollar una coherente identidad racial; pues “sin conciencia de “raza”, no existe como individuo, porque no tiene conciencia de sí mismo, de quien es, de donde procede; por lo que su conciencia de nación, su identidad individual, de ese modo, deviene en un absurdo, sin asidero físico, moral o cultural.[7]
En su logro, no basta con la sola mención de mujeres como Mariana Grajales y María Cabrales y Dominga Moncada, quienes siempre aparecen en referencia a los otros (masculinos) como madre y esposa del General Antonio Maceo, las dos primeras; y como madre del general Guillermón Moncada, la última. De ellas se desconoce la labor exacta que desempeñaron en la sociedad que les tocó vivir a partir del hecho de ser mujeres, de sus subjetividades, sus acciones individuales como mujeres negras que eran.
En aras de reconocer la labor social realizadas por las mujeres negras durante la colonia, es importante apuntar que desde el siglo XVIII mujeres como María Josefa Aguirre, María del Rosario Sánchez, Juana M. Bastos y Asunción Ramírez entre otras, dieron todos sus esfuerzos por sacar del analfabetismo a parte de la población infantil negra en las llamadas “escuelas de amigas”.
También en los Cabildos van a desarrollar importantes roles. En el artículo “Los cabildos afrocubanos” se lee: “Cuando en el siglo XVIII se concedió el derecho de asociación a los esclavos, jugaron en las cofradías que aquellos formaron un papel muy interesante las mujeres”[8]. Labor que continuarán en las sociedades de instrucción, recreo y de ayuda mutua[9], llegando a crear instituciones de ese tipo con directivas integradas exclusivamente por mujeres, “aunque hubo algunas como La Caridad de Cienfuegos en 1879, donde el Gobierno colonial les vetó el Reglamento, porque no estaba de acuerdo se le diera a la presidenta el título de señora”.[10]
La Ley de Imprenta contribuyó a la circulación de una serie de periódicos y revistas, entre las que queremos destacar a Minerva, revista quincenal dedicada a las mujeres negras y mestizas y “era redactada por un grupo de mujeres que, aunque solo aparecían como colaboradoras [11], eran realmente las encargadas de confeccionar las diferentes secciones” [12]. De este modo fueron muchas las mujeres negras y mestizas que se destacaron en sus colaboraciones tanto en la primera etapa de Minerva, en la década de los 80 del siglo XIX, como en segunda, en la primera década del XX.
Debemos mencionar además que durante la etapa de la república mediatizada las mujeres negras estuvieron presentes en todos los movimientos sociales que se desarrollaron, independientemente de que su forma de participación, en aquellos momentos, se circunscribiera o no, a acciones complementarias y de apoyo al protagonismo de los hombres. Desde los clubes, asociaciones, gremios, sindicatos, partidos políticos, prensa plana, congresos nacionales e internacionales, el movimiento feminista hasta la lucha clandestina y armada.
Comencé con un fragmento escrito por una de las colaboradoras de la revista Minerva, y quisiera terminar con otro, “Gratitud”, escrito a finales del siglo XIX por Ursula Coimbra de Valverde, la Cecilia, de aquella revista: “Me siento orgullosa de pertenecer a una raza que por sí sola y a costa de sacrificios, procura elevarse a la altura de las demás y lucha, trabaja y estudia para vencer (…) bastante tiempo hemos tenido el dogal y la mordaza, tanto tiempo hemos callado, así pues el espíritu del siglo reclama que nuestra voz se levante”.
Notas
[1] Carmen Montejo: Sociedades negras en Cuba 1878-1960. Centro de Investigación y Desarrollo de la Cultura Cuba Juan Marinello, La Habana, 2004. P.77.
[2] Ver: María del Carmen Barcia: “Mujeres en torno a Minerva”, en Revista La Rábida, no. 17, 1998.. Huelva, España..
[3] Susana Montero: La cara oculta de la identidad nacional. Editorial Oriente. Santiago de Cuba, 2003, p. 62
[4] Ver Aline Helg: Lo que nos corresponde. Ediciones Imagen Contemporánea. La Habana, 2000, p.24.
[5] María del Carmen Caño:”Relaciones raciales, proceso de ajuste y política social”, en Revista Temas, no. 7, julio-septiembre, 1996.
[6] Esteban Morales: Desafíos de la problemática racial en Cuba. Fundación Fernando Ortiz. La Habana, 2007, p. 219.
[7] Ibidem, p. 294.
[8] Fernando Ortiz: “Los cabildos afrocubanos”, en Etnia y Sociedad. Editorial Ciencias Sociales, La Habana,1993. p. 56.
[9] De acuerdo con la Constitución de 1876 el pueblo cubano obtuvo un relativo régimen de libertades. Momentos en que se requiere que la población negra convierta sus cabildos y cofradías en asociaciones de instrucción, y recreo.
[10] Carmen Montejo: Ob cit, p. 76.
[11] En aquella etapa las mujeres no tenían entidad jurídica para ocupar cargos.
[12] María del Carmen Barcia: Ob cit, p.6.
[13] María del Carmen Barcia:0b cit p.7.