Beatriz Ramírez López - Revista Mujeres.- Desde el comienzo de las gestas independentistas cubanas el 10 de octubre de 1868, fueron muchas las mujeres que se destacaron en las diferentes contiendas. Sin embargo, en la historia no se les ha dado el suficiente reconocimiento o se les ha encasillado en los roles “acordes” a su género.


Las mujeres solo aparecen como heroínas en muy contados casos; pero, sobre todo, se pone énfasis en la excepción y protagonismo en su condición de madres y esposas fieles a los líderes patriotas, como es el caso de Mariana Grajales y María Cabrales, madre y esposa de Antonio Maceo, refirió la académica Ivette Sóñora Soto en el estudio “Feminismo y género: el debate historiográfico en Cuba”.

En palabras de la profesora Lourdes Fernández Rius, en su artículo “Roles de género”, lo que caracteriza el papel de la mujer cubana en esta etapa es su relación definida a través de los lazos con un pariente masculino revolucionario y una firme determinación de ser parte de la rebelión. Oficialmente no se resaltaba su papel activo, sino su espíritu de sacrificio. Su misión principal era recordar al hombre, y entre sus virtudes resaltar la abnegación, el sacrificio y la fortaleza en el martirio.

Durante el siglo XIX, tanto la sociedad cubana como la española eran de carácter patriarcal y jerárquico, dependiendo así la posición de los hombres y las mujeres del estrato social al que pertenecían. La movilidad social era restringida y el carácter conservador de las normas sociales estaba reforzado a través de la institución del matrimonio y la familia, y consolidados por el poder de un catolicismo penetrante. La rigidez de los códigos sociales de la clase media y alta de las sociedades hispano-cubanas se ejercía, principalmente, sobre las mujeres, explicó Brígida Pastor en El discurso de Gertrudis Gómez de Avellaneda: identidad femenina y otredad.

No obstante, muchas mujeres cubanas alcanzaron un nuevo nivel político durante la segunda mitad del siglo XIX. En todo el archipiélago se alistaron en clubes revolucionarios para ayudar a los mambises en sus esfuerzos político-militares. Se destacó Ana Betancourt, quien participó en 1869 en la primera Asamblea que se reunió en Guáimaro con el objetivo de establecer la República en Armas. En dicha asamblea solicitó hablar a favor de la mujer cubana. Ese discurso constituye una de las primeras declaraciones feministas registradas en la historia latinoamericana.

La mujer en esta época no solo se limitó a los papeles tradicionales de madre y esposa. Muchas rompieron con estos roles y estuvieron activamente en el campo de batalla. Adela Azcuy es un ejemplo de ello. Destacó en los trabajos conspirativos de José Martí, se unió a las filas insurrectas como miembro de la Sanidad Militar por sus vastos conocimientos de Medicina y Botánica, en mayo de 1896 fue ascendida a subteniente y ya en junio de ese mismo año ya ganó los grados de capitana. Participó en más de 50 grandes combates.

Al terminar la guerra, la comisión de liquidación en la que figuraban “coroneles” y “brigadieres” -que nunca habían visto la cara al enemigo ni disparado un tiro- le pretendió negar su derecho a la Capitana de más acciones en el campo de batalla, ya que por ser mujer no pudo haber prestado esos servicios. Adela, vestida de completo uniforme, se encaminó a ver al generalísimo. Al llegar, emocionado, cuentan que Gómez dijo: «- ¿Quién es esa mujer con tantas estrellas?»  Naturalmente que no pudieron obviarla. Ya en la República defendió el derecho de la mujer a la plena igualdad, hasta su muerte el 14 de enero de 1914, según recogen Fé E. Díaz Cuellar y otros autores en el texto La mujer cubana: evolución de derechos y barreras para asumir puestos de dirección.

Por su parte, el investigador cubano Julio César González Pagés asevera que alrededor del Partido Revolucionario Cubano (PRC) se crearon los «Clubes femeninos», los cuales propiciaron la formación de un movimiento feminista espontáneo que, si bien careció de una dirección y organización estables, irrumpió con las primeras voces de mujeres que comenzaron a exigir unos derechos igualitarios negados hasta entonces.

Para Maikel Colón Pichardo, en el artículoRacismo y feminismo en Cuba: ¿dos mitades y una misma naranja? Claves históricas para su estudio”, tres de estos clubes en la inmigración, en su mayoría nucleados en torno al PRC, contaron en sus respectivas juntas directivas con mujeres negras y mestizas: Club Céspedes y Martí (Nueva York), Club José Maceo (Nueva York) y Club Mariana Grajales de Maceo (Cayo Hueso).

«Ello sugiere que estas estaban involucradas activamente dentro de este movimiento organizativo que se convirtió en el primer bastión político en el que se desarrolló la primera acción concreta de sufragio, con la intención de no excluir a ningún sector económico y social».

Como explica González Pagés en su libro En busca de un espacio. Historia de mujeres en Cuba, la última década del siglo XIX en Cuba se caracterizó por un marcado ascenso de las ideas nacionalistas e independentistas. En medio de este convulso proceso, las mujeres emprendieron su lucha por los derechos no reconocidos socialmente. Las cubanas se valieron de disímiles formas para lograr estos objetivos.

En esta etapa, con su apoyo a las luchas revolucionarias, las mujeres se alejaron del molde tradicional femenino y recibieron un tratamiento ambiguo, si no abiertamente hostil.

Conforme a los académicos Arencibia y Hernández, en “Evolución de los derechos de la mujer cubana a partir de 1868”, pocas de estas cubanas recibieron compensación por su labor a favor de la Cuba libre. Pero bien desafiaran las normas sociales o no, las mujeres que participaron vieron sus vidas transformadas por el conflicto. La lucha contra el poder colonial aportó también a la mujer cubana una nueva conciencia de su poder como agente histórico. Gracias a esta nueva conciencia las mujeres empezaron a desplegar sus alas.

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