La joven fotógrafa Yailén Ruz concibió una nueva serie documental dedicada a los hijos e hijas de las familias diversas en Cuba

Lisandra Fariñas - Red Semlac / Foto: Cortesía de la entrevistada.- Yailén Ruz está segura de que la quimera existe. Sabe que la felicidad es capaz de habitar allí, donde los patrones culturales establecidos en una sociedad binaria dicen que no es posible. La ha visto, la ha sentido y la ha capturado con su lente, como muestra de que la cotidianidad feliz de un niño que crece en una familia no heteronormativa es una realidad palpable.


Esta joven fotógrafa concibió una nueva serie documental dedicada a los hijos e hijas de las familias no heterosexuales y diversas en Cuba. “Donde habita la quimera (III)” muestra, mediante 27 instantáneas, la dinámica de vida de dos niños de 10 y 12 años: Sergito y Abraham, “los niños de esta historia, orgullosos de su día a día”, comenta a SEMlac la artista.

Ellos habitan en la zona rural de San Luis, un municipio de la oriental provincia de Santiago de Cuba, a 868 kilómetros de La Habana. Los menores viven junto al resto de su familia: sus dos madres biológicas, activistas de Las Isabelas, primer grupo de mujeres lesbianas y bisexuales de Cuba; su hermano mayor y el padre de los tres muchachos.

“Tiene muchos puntos en común con las dos entregas anteriores de esta serie, porque sigo el hilo de la temática de centrarme en el mundo infantil dentro de una familia no heteronormativa; pero también porque, como como fotógrafa documental, convivo con esas personas por unos días”, explica Ruz.

La fotógrafa explora las relaciones familiares que se establecen, construidas por lazos afectivos alejados de todo patrón de la heteronorma. Foto: Cortesía de la entrevistada

De esa imbricación en el espacio familiar y de convertirse en una más en el hogar, bebe la espontaneidad de las imágenes que propone la serie, dice.

La fotógrafa explora las relaciones familiares que se establecen, construidas por lazos afectivos alejados de todo patrón de la heteronorma, y nos devuelve el retrato de una familia que apela a construir y vivir la felicidad de estar juntos.

“Conocí a esta familia en enero de 2020 y, desde entonces, sostuve una comunicación estrecha con ella. En enero de 2022, cuando la pandemia de la covid-19 lo permitió y se restableció el transporte fuera de La Habana, viajé a pasar una semana en su casa. Había una base en la amistad, la confianza, de manera que yo pude introducirme con mi cámara, desde el interior de la convivencia de esta familia de campo”, cuenta la autora de la muestra.

Para Ruz, la ruralidad en la que viven, en una comunidad tabacalera del oriente cubano, es una de las diferencias con respecto a las muestras anteriores, enfocadas en historias citadinas.

También hay diferencias en la composición de esta familia respecto a las de los otros ensayos. “Aquí son tres hijos varones,  uno mayor de 20 años, aunque me centro en el mundo de los dos más pequeños: Sergito y Abraham, de 10 y 12 años, respectivamente.

“Hay dos madres biológicas, que son pareja, y el padre de los tres hijos, que convive en la misma casa y es amigo de estas dos mujeres desde hace muchos años, antes ser padre del mayor. Hay una relación de colaboración para el trabajo en la finca donde viven y para educar a estos muchachos. Es una historia muy interesante donde, a diferencia de las muestras anteriores, aparece la figura del padre en la familia que retrato”, refiere la artista.

Documentar la libertad

En 2021 Yailén Ruz presentó sus primeras dos ensayos fotográficos de la serie dedicados a desmontar, desde la imagen, los numerosos prejuicios existentes en torno a las familias no heteronormativas y, en particular, el ejercicio de la maternidad.

Con 30 y 40 instantáneas, respectivamente, la primera y segunda parte de “Donde habita la quimera” documentó el mundo de dos familias homoafectivas en La Habana: “la de Yamila y Niurka y sus dos hijos, un varón de nueve años y una niña de siete; y la familia de Pauli, un pequeño de dos años y sus dos madres, Dachelys y Hope”, recuerda la fotógrafa.

Si bien en las anteriores imágenes había trabajado el blanco y el negro, una de las novedades de esta entrega es que se trata de un ensayo a todo color.

“Decido utilizar el color por la belleza del campo, muy atractiva para las personas que vivimos en la ciudad. Estos colores ayudan a reforzar este mensaje de alegría, de expansión y libertad que tienen estos niños, corriendo por todos los lugares, bañándose en el río, trepando en las matas de guayaba…”, refiere Ruz.

A diferencia de la primera y segunda entregas de esta serie, la autora utiliza el color para mostrar la belleza del campo y reforzar el mensaje de alegría, expansión y libertad que vivencian estos niños, comenta. Foto: Cortesía de la entrevistada

A esa calidez de las imágenes se suma un efecto de desenfoque o movimiento intencionado, para transmitir la sensación de libertad que experimenté y conducir la mirada, dentro de las fotos, a lo que realmente importa, agregó.

“Al llegar a ese lugar tuve la sensación de cierto extrañamiento, de no saber realmente dónde estaba; porque en plena comunidad de campo, donde se piensa que hay más homofobia, más intolerancia a la diversidad sexual, me encontraba yo en una familia que era plenamente aceptada, que era casi el alma de esta comunidad, a la que visitaban los vecinos para tomar un café o hablar de la cosecha, bailar, compartir… Quise transmitir todo eso”, señala.

“Es una historia muy interesante donde, a diferencia de las muestras anteriores, aparece la figura del padre en la familia que retrato”, explica Ruz. Foto: Cortesía de la entrevistada

Las 27 instantáneas de la serie recorren varias temáticas, como la relación de sus protagonistas y el paisaje y la influencia de la cultura artesanal con que se crece allí.

“Estos niños construyen con sus manos sus propios juguetes, el columpio, el papalote…; toda esa cultura artesanal viene de las condiciones en las que viven y de la herencia cultural de su familia. Cultivan sus propios alimentos, crían a los animales y quise nutrirme de toda esta herencia de campo”, sostiene.

Ruz explicó que una tercera temática presente en el ensayo son las dificultades que tienen esta familia y la comunidad para acceder al agua del río. “Ello ha conllevado un decrecimiento de los cultivos, lo cual unido a la pandemia ha hecho que la producción de tabaco —el principal sostén de la comunidad— se haya deprimido de tal manera que muchas familias han emigrado hacia la zona más urbana de San Luis”, dice.

“Los niños conviven con esas dificultades económicas. Juegan en las casas abandonadas de las familias que han emigrado; acompañan a sus familiares todos los días a buscar el agua al río, a casi dos kilómetros de su vivienda. Colaboran, van jugando en el trayecto. Son situaciones muy difíciles, no todo es color de rosa. De ahí que retrato también el modo en que, en medio de esos avatares, esta familia cría a sus niños y cómo ellos reaccionan a esas dificultades”, agrega la autora.

“A pesar de todas estas condiciones, siguen adelante, festejan, bailan y, sobre todo, están unidos. El futuro puede parecer incierto por estas condiciones económicas, pero la única certeza que tienen es que están unidos y ese es de los mensajes fundamentales que quise plasmar en mis fotos: que esos niños son felices porque son criados con libertad, con amor…”, precisa.

“Donde habita la quimera III” fue expuesta brevemente durante las XVI Jornadas contra la Homofobia y la Transfobia en Cuba y ahora puede verse en las redes sociales de su autora. Es, desde la imagen, otro desafío a los prejuicios que aún persisten sobre estos hogares y la muestra de que las personas no binarias en Cuba pueden emprender sus proyectos de familia con felicidad, afirma Ruz.

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