Por Manuel E. Yepe*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Paradójicamente, las apoteósicas exequias por el fallecimiento del presidente venezolano Hugo Chávez Frías confirmaron, por su dimensión popular, que el proceso revolucionario latinoamericano de transformaciones económicas y sociales es indetenible.


Las manifestaciones de dolor se fundieron con profesiones de lealtad y de unidad de las fuerzas revolucionarias, algo que ocurrió no solo en Venezuela sino también en toda la región.

Nunca como ahora se había hecho sentir tanta claridad una expresión tan auténtica de solidaridad y voluntad unitaria de los pueblos de esta América nuestra como la que se manifestó en la triste circunstancia de la muerte de quien se había convertido en gran líder de sus luchas.

En Ecuador, pocos días antes, el triunfo electoral de Rafael Correa había devenido confirmación de la marea progresista que inunda a Latinoamérica desafiando la dominación estadounidense con las banderas de integración regional e independentista.

La idea de la Patria Grande Latinoamericana que acariciaban los próceres independentistas como algo natural y lógico, se vio frustrada por el desarrollo histórico durante dos siglos de América Latina con sus naciones absurdamente distanciadas unas de otras en compartimentos estancos.

En los territorios del norte del continente, en cambio, había tenido lugar una revolución independentista y republicana que, de inicio, desarrolló un modelo de organización por el que se unieron los estados que se iban formando o agregando.

Pero a comienzos del Siglo XIX, la Unión surgida proclamó la Doctrina Monroe, que redujo a los países divididos del Sur a la condición de patio trasero del poder hegemónico de los del Norte.

Desde entonces, las relaciones Norte-Sur en el continente han sido nexos de humillante subordinación, con intensidad y carácter dependientes siempre de circunstancias directamente relacionadas con los intereses y conveniencias de la parte más rica.

La obediencia del Sur a los dictados del Norte caracterizó estos vínculos durante un largo período en el que fueron invariablemente reprimidos con alevosía los casos de indocilidad.

Las amenazas de invasión u ocupación, de golpes militares para derrocar sus gobiernos, de suspensión de ayuda humanitaria o militar, han sido ejecutadas en múltiples ocasiones, precedidas por presiones desestabilizadoras y campañas mediáticas difamatorias.  En ocasiones, las acciones punitivas se han aplicado con fines ejemplarizantes, como correcciones disciplinarias.

Cuando innumerables científicos sociales, historiadores y otros especialistas discuten el intríngulis del fenómeno que ha provocado la resurrección de los sueños de San Martin, Bolívar y Martí de una América Latina unida, así como el extendido resurgimiento de una creciente identidad regional latinoamericana y caribeña, me ha venido a la mente un documento interno del gobierno de Estados Unidos, no muy difundido, que conocí hace 25 años.

Fue un informe al Presidente de los Estados Unidos, George W. Bush conocido como Santa Fe II, emitido en 1988, titulado “Una estrategia para América Latina en los Noventa”. En él se formulaban recomendaciones encaminadas a dar “estricta continuidad” a las contenidas en un primer documento similar (Santa Fe I), emitido 8 años antes, en mayo de 1980, para el entonces Presidente Reagan.

Santa Fe II contenía advertencias e indicaciones al gobierno de Estados Unidos encauzadas a lograr la destrucción de la revolución sandinista de Nicaragua, aportar fórmulas para revertir los avances de los movimientos guerrilleros en América Latina e incluso al desmantelamiento de la revolución cubana.

Entre mentiras y medias verdades, Santa Fe II formulaba propuestas sobre política exterior que debían ser aplicadas en el hemisferio occidental.

Eran recomendaciones para consumo y orientación del nuevo Presidente de los Estados Unidos, quien supuestamente podría acatarlas o no.

A la luz de la realidad posterior, llama la atención la predicción incluida en la Propuesta No.5, que alertaba de la existencia en los países latinoamericanos de una “estrategia marxista leninista adaptada por los nacionalistas a temas del subdesarrollo” y denunciaba que “el matrimonio del comunismo con el nacionalismo en América Latina proporcionaría el mayor peligro enfrentado hasta ahora por la región y por los intereses norteamericanos.”

Los ideólogos neoconservadores -que formularon Santa Fe II por encargo de la élite suprema que gobierna en Estados Unidos más allá del juego democrático representativo de los dos partidos- fueron capaces de predecir con gran objetividad lo que se le venía encima al imperio cuando las ideas revolucionarias del socialismo se fundieran con los sentimientos patrióticos de los pueblos de Latinoamérica, pero no pudieron impedirlo.

El legado de Hugo Chávez para los pueblos de América Latina, ciertamente, no pudo haber sido peor para los intereses imperiales, por los motivos que les fueron predichos por sus tanques pensantes en Santa Fe II.

*Manuel E. Yepe periodista cubano especialista en política internacional.

 

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