Cuando el Presidente de los Estados Unidos amenaza al gobierno de cualquier otro estado con su extraordinario poderío militar, es obvio que lo que pretende es hacer que el pueblo de la nación en cuestión obligue a su gobierno a ceder ante Washington por temor a las represalias.
Pero cuando los que están siendo objetos de intimidación son los propios instrumentos de la superpotencia global única -incluso los ejecutores directos de los crímenes que deciden sus más altos mandos- y éstos se revelan, la humanidad recibe la noticia con cierta alegría y muchas esperanzas.
Ahora mismo, son funcionarios, expertos y trabajadores de los de departamentos de inteligencia de las instituciones armadas de Estados Unidos quienes, repugnados por las fechorías en las que han sido protagonistas o actores, se están rebelando y son perseguidos por haber dado a conocer sus tristes experiencias en patriótico esfuerzo por impedir que se siga enlodando el prestigio de su nación.
Estos exfuncionarios se han pronunciado contra la política de espionaje que practica su gobierno, no solo contra otros pueblos sino también contra el suyo propio. Han denunciado que el propósito de las autoridades superiores estadounidenses de inteligencia es provocar miedo en la ciudadanía del país, así como en los pueblos de otras naciones para prevenir levantamientos sociales.
En junio de 2012, el ciudadano de nacionalidad australiana Julian Assange, se vio obligado a solicitar protección de la Embajada de Ecuador en Londres, acogiéndose a las normas de asilo diplomático vigentes, argumentando que era “víctima de persecución en distintos países, por motivo no solo de sus ideas y sus acciones, sino haber publicado información que compromete a los poderosos, por publicar la verdad y, con ello, desenmascarar la corrupción y graves abusos a los derechos humanos de ciudadanos en todo el mundo”.
Obviamente la persecución política provenía de Estados Unidos.
Sin embargo, la furia represiva desatada por Washington contra quienes irradien información confidencial del gobierno en aras del interés público o divulguen datos sobre el espionaje que practica Estados Unidos con sus ciudadanos y el resto del mundo, contrasta con la protección o pasividad que se aprecia respecto a la vigilancia, control y castigo de los hechos delictivos denunciados o descubiertos.
En octubre de 2001, el matemático William Edward Binney, alto oficial de la Agencia Nacional de Seguridad (NSA) renunció a su cargo luego de haberlo desempeñado durante 30 años y denunció el espionaje que se ejerce por el gobierno sobre las comunicaciones de los ciudadanos. Fue por ello perseguido durante años por el FBI.
En 2007 hubo dos casos notables. Uno, protagonizado por otro ex empleado de la NSA, Thomas Drake, quien advirtió de la creación de un programa masivo de espionaje conocido por las siglas PRISM.
El segundo fue el ex analista de la Agencia Central de Inteligencia de Estados Unidos (CIA), John Kiriakou, quien reveló la práctica sistemática de torturas, en especial la conocida como “ahogamiento simulado”, que aplicaba en Paquistán el gobierno de su país.
Los más recientes casos conocidos de acusados por revelaciones de este carácter han sido los del soldado Bradley Manning y el ex agente de la CIA Edward Snowden, contra quienes se ha ensañado el gobierno de Estados Unidos.
Manning está siendo juzgado en estos días por haber pasado a la prensa información confidencial de numerosas fechorías ejecutadas por las fuerzas armadas estadounidenses. Pese a ser exonerado de la acusación de “ayuda al enemigo” que le habría valido la pena de prisión perpetua sin derecho a libertad condicional, la fiscalía presiona aún por obtener una condena de prisión que constituya advertencia ejemplar.
En el caso de Edward Snowden, el gobierno estadounidense ha desatado una cacería implacable que estuvo incluso a punto de provocar la muerte del Presidente de Bolivia, Evo Morales, con la complicidad de varios gobiernos europeos. Contra Snowden, Estados Unidos sostiene que ha revelado información pormenorizada sobre su red global de espionaje que abarca, además de países enemigos de Washington, sus socios y supuestos amigos.
Es esperanzador el hecho de estén surgiendo, en el seno del pueblo estadounidense gestos y acciones que auguran que el imperio podrá algún día ser detenido por la única fuerza capaz de hacerlo sin que la Humanidad deba pagar para ello el precio exorbitante en vidas y recursos que exigen las guerras, incluso las revoluciones.
*Manuel E. Yepe, periodista cubano especializado en política internacional.
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