Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Universalmente hablando, el presente siempre es mejor que el pasado y el futuro debería superarlo.


La humanidad ha avanzado, si entendemos por ello las condiciones creadas para disponer de mejores alimentos y condiciones de vida.

Pero como todos los tiempos del pasado, arrastra inequidades, pobreza y múltiples problemas cuya solución a algunos nos parece de una urgencia inaplazable. En realidad, semejantes desafíos y peores, existieron en otras épocas y la decisión de buscarles solución ha permitido avanzar hasta la actualidad.

Aunque mentes dotadas han facilitado la búsqueda de esas soluciones, descubriendo las leyes de la naturaleza, ideando la aplicación de técnicas que han hecho posible utilizar prácticamente esos descubrimientos, la labor de avanzar no hubiese sido posible sin la participación colectiva del género humano, es decir, sin la fuerza viva de las sociedades que lentamente se formaron.

Las escalas intelectuales, de capacidad e inteligencia, sólo distinguen al humano hasta el instante donde la energía de todos se hace imprescindible para materializar ideas y descubrimientos.

Por esa razón, en la medida en que el ser humano se juntó sin colectivizarse, el fruto de cada cual fue mejor.

La colectivización fue un paso previo de la humanidad hacia la socialización. En ese proceso no pudo superar la falsa visión de los superhéroes y la excesiva proyección del vigor físico, el genio y los atisbos casi siempre casuales, que permitieron aliviar la vida de grandes mayorías. Pero el conocimiento acumulado ha ido redefiniendo esas realidades.

La desigualdad individual del ser humano, por sus dotes y unicidad, ha sido una constante y quizás ninguna humanidad llegue a ser testigo de una etapa diferente en ese orden. Sin embargo, el acceso al producto del esfuerzo colectivo, del cual hemos sido víctimas en el pasado y el presente, es un fenómeno que se cuestiona desde hace siglos y cuyas condiciones para superarlas se dieron a partir del surgimiento de las ideas liberales, la explosión productiva ocasionada por la Revolución Industrial y los agudos fundamentos sentados por los pensadores y los movimientos socialistas.

Todos los trayectos han requerido de esfuerzos, pesares y en muchas ocasiones grandes tragedias personales y colectivas. Pero todos ellos estuvieron precedidos por tiempos de reflexión, aislamiento y una gran concentración desde los niveles más altos de intelectualidad, hasta las más simples labores de la actividad productiva.

La reflexión y la introspección o para decirlo mejor, la actividad de conocerse por dentro uno mismo, es esencial y requiere abandonar por momentos o etapas las actividades cotidianas.

La generación que nos ha tocado vivir, donde la aplicación de las soluciones tecnológicas se equipara cada día más al sueño de viajar en un rayo de luz, da la impresión de estar limitando y eventualmente impedir, la observación del paisaje donde convivimos. O sea, la sociedad que conformamos a través del primitivo bregar de cincuenta siglos, la perdemos de vista embriagados por la rapidez del viaje.

La tecnología, esa bendición que nos ha hecho mejores como factores dominantes del resto de la naturaleza, parece conspirar contra la supervivencia de ese complejo evolutivo que trascendió nuestra individualidad con el propósito contradictorio de fortalecerla. La sociedad siempre ha estado en peligro pero hasta hoy ha avanzado y como en el pasado, muchos nos preocupamos por engrandecerla y evitar su extinción.

La era digital ha acelerado el crecimiento e impulsado el desarrollo, pero parece dominarnos, hasta el punto de perder el destino que nos ha hecho posibles, me refiero a la sociedad y su mejor y más horrenda creación: el Estado.

Ensimismados en las virtualidades que a diario nos inventamos, la mayoría de ellas como pasatiempo y estímulo de curiosidad, más que verdaderos instrumentos para nuestro desarrollo y crecimiento, nos alejamos de los conflictos que las nuevas maneras de producir originan en nuestro medio existencial.

Por todo lo dicho y por aquello que no cabe en un par de cuartillas, quiero destacar la opinión de Arianna Huffington.

Arianna es la cofundadora de The Huffington Post, el blog informático más importante y leído en la actualidad.

En su nota habitual de dicho blog, Arianna dice que estará unos días entre familiares y amigos y con ella misma. Para lograrlo clama por “una dieta digital”.

La solicitud es genial y aplica con enorme puntualidad para una sociedad que sufre de sobre peso digital. Si la grasa, tan necesaria, se ha convertido en uno de los enemigos más temibles de la salud humana, la digitalización excesiva y no procedente, amenaza con bloquear las arterias del entendimiento humano respecto a sus problemas existenciales y colapsar el cuerpo social.

En estas celebraciones de Fin de Año, con sus festividades navideñas y las alegrías que traen aparejadas, sería bueno separarnos momentáneamente de los trajines que nos agobian y concentrarnos en nosotros mismos y también en el factor humano más inmediato que nos da la felicidad personal, o sea, la familia y los amigos. Alejándonos nos acercaremos después con mayor prudencia a la sociedad y su Administración.

También es bueno que meditemos sobre la meta que se ha propuesto para los próximos años la publicación fundada por esta periodista de origen griego, Anrianna Huffington.

Dicha propuesta plantea redefinir el éxito, más allá del Poder y el Dinero.

Yo diría, plantearnos el éxito en términos humanos, sintetizándolo en los cuatro aspectos fundamentales que plantea Arianna.

Este éxito debe estar dado por el bienestar de cada cual; la sensatez, la curiosidad por el saber; y corresponder con aquello que recibimos, o sea, ser solidario.

A mayor salud personal, ponderación, estímulo de aprender y reconocimiento del esfuerzo que los demás hacen por nosotros, mayor será el éxito de nuestras vidas.

El mundo de mañana es posible que resulte mejor si somos capaces de evitar que el cuerpo creado por nosotros, con el propósito de ser mejores y empujar con mayores eficiencias el carro de la vida, no colapse sumergido por la esclerosis que parece estar causando una indigestión digital desatendida.

Felicidades para todos.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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