Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- La Encíclica del Papa Francisco sobre el cambio climático, ha revivido el tema del Estado y la Iglesia.


Para políticos como Jeb Bush, católico practicante, se trata de una injerencia en los asuntos de Estado. Sin embargo, opiniones como esas se contradicen con la defensa feroz que los conservadores hacen de la importancia de la sociedad civil como uno de los garantes de las libertades públicas.

Las Iglesias aglutinan en su seno multitudes de fieles y son por derecho, una parte innegable y a su vez importante de la sociedad. Sus opiniones fijan pautas respecto a las formas de vivir. No sólo para quienes son devotos y practicantes de cada una de ellas, sino para muchos que sin ser religiosos o ni siquiera creyentes, reflexionan y aquilatan sus mensajes, apreciando lo que tienen de bueno o negativo para la vida en sociedad.

La opinión de una organización que concentra sus esfuerzos en hallar soluciones para los pacientes de cáncer, tanto respecto a investigaciones como a la obtención de recursos, buscando apoyo de las autoridades oficiales, criticando sus políticas y abriendo espacios de debate para que el asunto sea atendido debidamente, tiene peso en la vida del medio. Es una labor loable, necesaria y en gran medida más inmune a la lucha de facciones.

Estas y muchas otras organizaciones, donde las iglesias representan uno de los grandes conglomerados que agrupa a personas, opiniones y consensos, no son parte del Estado. Ninguna de ellas tiene potestades represivas, ni autoridad para crear regulaciones de convivencia, aprobar leyes para las prácticas productivas o capacidad para recolectar impuestos de obligatorio cumplimiento.

Estas en general representan las llamadas sociedades civiles, organismos que están desligados del Estado pero que son los que le dan razón de ser, junto con el conjunto individual de la ciudadanía, cuyos componentes de alguna forma o en algún instante, integran algunos de esos movimientos o agrupaciones.

Todo sentir colectivo nace de algún tipo de movimiento cívico que en la medida de su capacidad para la eficiencia, se desligará de los intereses gobernantes, precisamente para contribuir a la erradicación de sus vicios y errores a los que desgraciadamente tienden los mandos protegidos por la inmunidad relativa que favorece el poder.

La encíclica del Papa Francisco es una luz, en medio de esas tinieblas creadas por las aventuras productivas favorecidas por un mercado incontrolado. Porque precisamente son estos conglomerados sociales, donde se agrupan las fuerzas generales de la sociedad, las que mayores posibilidades tienen de actuar al margen de intereses de poder y de diferencias económicas y de los niveles sociales existentes dentro de la ciudadanía. Son el pueblo en general, la sociedad que compone nuestras ciudades, industrias, escuelas, centros de salud y las actividades productivas en su conjunto, quienes determinan y escogen a los gobernantes, otorgándoles un mandato para resolver los asuntos urgentes que nos afectan.

No hay país donde abunden grupos que defiendan tan irreflexiva y fanáticamente el criterio del “Estado Pequeño” como Estados Unidos de Norteamérica. En cambio, se vanaglorian en exceso de su Constitución y su Declaración de Independencia, donde se proclama que “para asegurar esos Derechos (inalienables) se instituirán Gobiernos entre los Hombres, derivando sus justos Poderes del Consentimiento del Gobernado”.

O sea hay que crear Gobiernos que garanticen y favorezcan los Derechos ciudadanos. Los conservadores de Estados Unidos que han protestado por la encíclica papal sobre el Medio Ambiente, sólo pueden entenderse por la existencia de un pensamiento que quisiera deshacerse de todo cuanto ha hecho grande al país. Ellos constituyen una Reacción frente a esos logros que hicieron posible echar a caminar Trece sociedades, mantenerlas en equilibrio e integrar territorios que sin mucho denuedo una vez terminada sus fases turbulentas se integraron con la paz y armonía de una relativa y asombrosa estabilidad.

A los conservadores estadounidenses les ha molestado que el Pontífice romano, representante de más de 1000 millones de personas, diga que los países poderosos están en deuda con los países en vías de desarrollo y que el consumismo provoca distorsión de la actividad productiva y que no sólo se requiere de crecimiento para resolver el hambre y los requerimientos sociales básicos que nos agobian y asedian.

Está de más recalcar que las iglesias no sólo tienen derecho a opinar sobre los problemas que nos aquejan y sino además deben hacer propuestas de cómo solucionarlos en los foros políticos que se disputan la Administración del Poder.

A Jeb Bush, como a todos los conservadores les sucede lo mismo. Dicen querer un Estado pequeño, de manera que el máximo de influencia recaiga en “manos civiles”, pero cuando algunas de esas fuerzas “civiles” presentan poder e influyen decisivamente en la opinión pública, protestan y reclaman el derecho del Estado, porque en el fondo sólo aspiran al derecho absoluto y que sea el Estado quien gobierne. Decimos esto sin entrar en la concepción generalizada en la mente de los gobernantes de que el Estado son ellos, lo cual empeora aún más sus torcidas concepciones.

Fanfarrias y nada más. El Estado Administra, Regula y hace Cumplir las Leyes, pero quienes mandan, de uno u otro modo, son los ciudadanos, quienes conforman las instituciones y  los movimientos surgidos en el desarrollo de la sociedad. Ellos defienden y protegen sus derechos a través de un organismo llamado Estado, el cual es mejor y más confiable  mientras más fuerte.

Muy bien por el Papa Francisco, quien parece haberse propuesto rescatar la Revolución desencadenada por los sistemas liberales, muchos de los cuales, gracias precisamente a esa Gran Revolución, hoy transitan para convertir los Estados en un instrumento Social imprescindible.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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