Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Hay temas de los cuales no soy dado a opinar, excepto que guarden alguna relación con Cuba, mi país de origen. Uno de ellos es la inmigración en Estados Unidos. Sin embargo en esta oportunidad quiero expresar brevemente mi opinión sobre este asunto, a propósito del “incidente” del periodista Jorge Ramos en una conferencia de prensa que ofreció el candidato presidencial Donald Trump, de donde fue expulsado el periodista Ramos, por romper el orden de preguntas de dicha conferencia.


Me gusta el periodismo que asume en lo posible ser objetivo y por consiguiente, atempera la parcialidad. También admiro el periodismo  militante, siempre y cuando guarde su activismo para la opinión escrita o hablada. Pero no me gusta el entrevistador que convierte en norma manifestar su punto de vista, imponerse al entrevistado, desafiarlo y la mayoría de las veces, transformar la entrevista en un debate que el público educado por lo general no espera.

En Estados Unidos, la importancia cobrada por el tema migratorio comenzó cuando bautizaron al país como un “territorio de inmigrantes”.  En definitiva las migraciones son tan viejas como la humanidad misma. Pero a partir de ese bautizo, no pasó mucho tiempo sin que el controversial término fuera politizado, con buenas o malas intenciones y de ahí los grandes escándalos que florecen ante las coyunturas donde los migrantes están envueltos.

No estoy ni a favor ni en contra de quienes migran a Estados Unidos o a cualquier otro país. Pero no comparto la opinión de hacerlo contraviniendo su política migratoria.

Cuando alguien ingresa a otra frontera, desde que fueron creados los Estados Nación, sociológicamente es un migrante y legalmente es un inmigrante.

Todo país es una combinación de las migraciones que lo fundaron y de las inmigraciones que se incorporaron más tarde a sus estructuras económicas, sociales y políticas. Estados Unidos no es la excepción, aunque sus condiciones históricas y geográficas, población indígena escasa diseminada en 10 millones de kilómetros cuadrados, en un estadio primitivo rudimentario y surgido a partir de colonias fundadas por compañías inversionistas y no a nombre de la Corona británica, diferenció sustancialmente el asunto respecto a otros países.

Canadá, cuyo nacimiento se asemeja, ha sido un receptor mayor de inmigrantes que Estados Unidos. Decimos esto partiendo del concepto que considera inmigrante a quienes llegan a otro territorio donde existe previamente un Estado, con un orden político y jurídico definido e instituciones fundadas en sus realidades sociales. Sin embargo, nadie se refiere a Canadá como “un país de inmigrantes”.

A partir de esta opinión, considero que la cobertura mediática debiera circunscribirse a presentar el panorama político con que los aspirantes a las diversas funciones de Estado, asumen la cuestión y no atizar un fuego que sobrecalienta innecesariamente el Hogar Nacional.

El remanente (no tan pequeño) del racismo que precedió la fundación de Estados Unidos, donde un 93% de blancos excluyó del modelo parcialmente democrático que fundaron a otros colores de piel, incluyendo a las mujeres, acepta de buen talante esta polémica y agradece a la prensa que exacerbe el tema. Además, la reducción del asunto a una cuestión esencialmente latina lo polariza peligrosamente y facilita el surgimiento de personas de bajo nivel ético como un Donald Trump, quien satisface su racismo y ambiciones sin tocar por el momento, el álgido asunto del negro y otras razas.

Estados Unidos no es un país de inmigrantes, sino una composición de múltiples etnias y razas que se han fundido al Estado existente, incorporando y haciendo suyas el estilo de vida, sumándose de esta manera al sueño de los valores compartidos.

No estamos en el año 1864 cuando se aprobó la primera ley de inmigración, llamada Ley de Exclusión China, por medio de la cual se prohibió la entrada de chinos al territorio y a los existentes se les privó de sus derechos. Acción que se extendió hasta la década del cuarenta del siglo XX. Pero mucho ojo con creernos que los nuevos tiempos, alentados por las novedosas concepciones progresistas que van surgiendo, por sí solas sean capaces de detener un fenómeno nacionalista que podría alcanzar tristes consecuencias en un país con muchas armas y una festiva vocación por la violencia.

Hoy mismo, 31 de agosto del 2015, un joven de 19 años mató en Tennessee a su familia de tres. En Estados Unidos, al margen de los miles de muertos por acciones delictivas todos los años, mueren otros miles, producto de violencias nacidas del odio y tergiversados valores, incluyendo la de las fuerzas represivas.

Nos hacen falta buenos periodistas como Jorge Ramos, siempre que entiendan su función periodística como forma de opinar o como entrevistadores, pero nunca como ambas a la vez, porque las parcialidades resultantes de una y otra función son diferentes. La buena entrevista tiene como resultado una parcialidad objetiva, mientras que la opinión posee un carácter militante. El primero balancea el asunto y deja espacio para que cada cual analice las respuestas del entrevistado, el segundo sólo sirve para encender el ánimo de sus iguales.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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