Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- El más reciente debate entre Bernie Sanders y Hillary Clinton pareció centrar sus diferencias en cuál de ellos apoyaba la actual Administración y quién la rechazaba. 


En este punto ambos parecieron estar de acuerdo, aunque Sanders mostró un carácter crítico a diferencia de Hillary, quien prácticamente se auto nombró depositaria del actual legado presidencial, anunciando así una continuidad del status quo.

Sanders opina que el Presidente se quedó corto en sus promesas, especialmente en relación a la banca y Wall Street, el sistema de salud, la educación y otros aspectos.

Clinton por su parte, expresa que el Presidente ha hecho bien en todo. Algunos analistas piensan que su defensa desmedida del gobierno de Obama, es una estratagema para ganarse el voto negro, independientemente de que Hillary es sinónimo de conservadurismo cuando se trata de reformas trascendentales.

Libres de fanatismo podemos decir que ambos apoyan al Presidente. La diferencia estriba en que Sanders quiere avanzar hacia una transformación radical y Hillary defiende una ruta que mejore los logros de esta Administración, sin afectar esencialmente el sistema político.

Nadie puede decir que la elección de Sanders o de cualquier otro, puedan cambiar fácilmente el actual sistema político, pero la realidad social muestra que existe maduración en el país para alcanzar legislaciones que apunten en esa dirección, aunque esto tomaría tiempo y es posible que no sea Sanders quien pudiera encabezar esa transformación desde el Ejecutivo. Quizás su mayor aporte quede relegado al valor de llevar esa visión al gran público despojada de vestimentas contemporizadoras.

El discurso de ambos coincide en muchos aspectos, porque es imposible que dos personas hablando de políticas administrativas de Estado discrepen en todo o al menos no encuentre líneas convergentes en la identificación de los problemas, aunque existan distanciamientos respecto a las soluciones.

La preparación de las próximas elecciones muestra diferencias sustanciales con todas las anteriores. En el devenir de la Revolución estadounidense, materializada con la aprobación de la Constitución de 1787, han existido cuatro etapas diferenciadas, pero durante las campañas presidenciales anteriores, exceptuando en cierta medida la segunda con la llegada del Presidente Jackson en 1828, ninguna propuso transformaciones radicales con tanta diafanidad como ésta contienda del 2016.

Jackson contribuyó a consolidar el sistema partidario como hoy lo conocemos, ampliando la participación ciudadana hasta entonces controlada y manipulada por los Electores (cuerpo escogido generalmente por las legislaturas estatales) y por los ciudadanos más letrados, donde sólo tenían derecho a votar los poseedores de propiedades, también acentuó la independencia relativa de los estados y sentó las bases para la fundación de una verdadera Unión que hiciera posible la existencia de un país. Pero nada de esto, excepto su animadversión por el Banco Central y los sucios ataques personales que definieron la contienda electoral de 1828, fue prometido o debatido públicamente. Primeramente, porque no existían los debates públicos que hoy conocemos y, en segundo lugar, porque las comunicaciones no hacían posible informar a la población como en la actualidad.

En estas elecciones se dan situaciones muy diferentes a las anteriores. Para entenderlo mejor sólo hay que considerar que la tecnología inclina a variaciones sustanciales de las prácticas económicas, donde la economía, al tiempo que se globaliza, vuelve a acentuar los desarrollos locales. Esto último no es un regreso al nacionalismo, sino el mecanismo más socorrido de las poblaciones nacionales para reclamar la porción desmesurada de riquezas que se engullen las concentraciones de capital, administradas por un pequeño número de personas, aprovechándose de las ventajas que la globalización les ha dado. En Estados Unidos la población joven menor de cuarenta años tiene aspiraciones que nacen de sus altos niveles de información y reclama garantías para sostener su estabilidad y el desarrollo de sus hijos. Es aquí donde Sanders hace efectivo su mensaje. Además, no es menos cierto que el fuego de la juventud derrite con su calor el conservadurismo de sus mayores, quienes terminan apoyándolos en sus deseos.

No sabemos qué proporción de ciudadanía apoyaría un proyecto de esa naturaleza y esto hace difícil asegurar que el triunfo de Sanders tenga grandes probabilidades.

La preocupación del Comité Democrático Nacional es precisamente que ante la posibilidad que tiene Sanders de ganarle a Hillary las primarias, no cuentan con suficientes candidatos que le disputen la nominación. No es el caso de los Republicanos que cuentan con una enorme bancada de candidatos con quienes intentar cerrarle el paso a la elección de Trump. Al menos con eso podrían soñar.

Los demócratas tienen pocos márgenes para bloquear la nominación de Bernie Sanders porque entre otras cosas, su discurso apela a denuncias que son temas señalados por ellos desde hace muchos años y especialmente durante los dos períodos de Obama. Esto ha facilitado que ese tipo de denuncias cale en la conciencia de muchos, dándole vigencia a esos temas. La diferencia con lo sucedido hasta hoy es que, diciendo lo mismo en su forma, plantea soluciones muy distantes de las tradicionales. Sanders no es un tradicional y quienes lo apoyan son una combinación de la izquierda más letrada y de los inconformes con el statu quo, quienes aceptan todo cuanto lo desafíe aun cuando no lo entiendan en profundidad.

No se trata de estar en contra del legado del Presidente Obama sino de superarlo y es aquí donde surge la diferencia entre Hillary Clinton y Bernie Sanders.

Así lo veo y así lo digo.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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