Francisco Rodríguez Cruz - Paquito el de Cuba. - Hace solo unos días recibí en mi casa la visita de un oficial de la Policía, quien fue a ofrecerme la respuesta sobre una queja que interpuse a inicios de este mes contra un patrullero que me condujo de modo arbitrario a la estación solo por transitar por un parque que solemos frecuentar hombres gais, travestis y mujeres transexuales.

El hecho ocurrió poco antes del amanecer, sobre las seis y media del pasado 4 de octubre, mientras salía de un conocido sitio de encuentro gay o cruising, en el municipio de Centro Habana, de esta capital.

Yo caminaba en compañía de una amistad con quien acababa de sostener una breve conversación en uno de los bancos del lugar, cuando un agente nos interceptó y pidió que nos identificáramos. Así lo hicimos sin poner ningún reparo.


El agente nos condujo hasta la patrulla donde le esperaba su compañero, verificó por la planta que no teníamos antecedentes penales, e incluso pidió revisar la maleta de la otra persona y la pequeña mochila que yo llevaba, a lo cual también accedimos.

A pesar de que tanto mi acompañante como yo, ante las preguntas del policía, le brindamos información y presentamos los carné acreditativos sobre nuestra labor profesional: mi amigo, subdirector de una escuela; y en mi caso, la identificación de prensa, el agente insistió en conducirnos a la estación de policía más cercana, con el argumento de que estábamos en una zona de “prostitución masculina”, y porque —según su apreciación en medio de la oscuridad reinante y a lo lejos—, nos levantamos al acercarse la patrulla y tratamos de eludirle.

En mi apreciación, sin embargo, al agente le molestó que nosotros nos mantuviéramos tranquilos y prosiguiéramos nuestra conversación, mientras él realizaba las averiguaciones de rigor. No atendió siquiera a la solicitud del profesor, quien le explicó su responsabilidad con la apertura de la escuela donde trabaja. Ante esa decisión abusiva, le repliqué que ese era un procedimiento anómalo, incluyendo el registro público al cual nos sometió. Al parecer, eso le enfureció todavía más.

Si como me explicaron después en la unidad policial, en ese oscuro parque  son frecuentes hechos violentos como altercados, asaltos y lesiones con arma blanca, todavía resultaba menos entendible la razón por la cual nos condujeron a nosotros dos, quienes, evidentemente, no encajábamos en ese patrón de conducta.

Ya en la estación de Policía el agente patrullero completó un formulario para cada uno de nosotros donde explicaba las presuntas razones para conducirnos hasta allí. En la carpeta, el oficial de guardia nos llamó enseguida para devolvernos el carné de identidad y dejarnos marchar.

Manifesté mi inconformidad con un procedimiento tan formal y rutinario. Ante mi protesta, confeccionaron entonces un acta de advertencia, para apercibirme sobre la peligrosidad del lugar en que me detuvieron. Había un escaque donde yo debía escribir mi opinión, y así lo hice, para dejar al menos alguna constancia de mi insatisfacción con esa detención arbitraria. Entonces pude irme. Ya era de día.

En la queja que entregué esa misma tarde en la Unidad Provincial de Patrullas, planteé mis serias dudas acerca de la efectividad real de un trabajo policiaco que determina conducir a dos ciudadanos con las características antes descritas.

“Más que una labor profiláctica o de prevención de delito —argumenté—, este tipo de actuación tal vez solo revela en el fondo los prejuicios homofóbicos de algunos agentes de nuestra Policía, que intervienen casi de manera aleatoria y mecánica en sitios como este, sin distinguir las verdaderas causales de peligrosidad que podrían justificar una detención, y solo juzgan a las personas por su presunta sexualidad y presencia en el lugar”.

Expliqué además en mi carta de reclamación que muchas personas en Cuba trabajamos de forma sistemática por defender a nuestro país de las campañas de desprestigio que dentro y fuera de nuestras fronteras utilizan como pretexto actuaciones policiales poco profesionales y pertinentes como esta.

“Lamentablemente, y a pesar de todo el esfuerzo que hace el Centro Nacional de Educación Sexual para la capacitación de soldados y oficiales sobre el manejo correcto de la diversidad sexual, todavía es necesario insistir en la implementación de protocolos de actuación más adecuados, más allá de los criterios o percepciones personales sobre la sexualidad que puedan tener los agentes del orden”, expresé en el documento, del cual hice llegar una copia al departamento de asesoría jurídica del Cenesex.

Debo admitir, no obstante, que la tramitación y respuesta a mi queja fueron ejemplares. Lo primero que me sorprendió fue el mecanismo de Atención a la Ciudadanía que tiene la Unidad Provincial de Patrullas, el cual no conocía, o al menos, no recordaba de una ocasión precedente, que estuviera tan bien organizado.

Con anterioridad, en situaciones similares, acudía a los departamentos homónimos de la Dirección General de la Policía, o del Ministerio del Interior. Pero también en Patrullas tienen una oficina donde radica un pequeño grupo de oficiales que fungen como supervisores y reciben las quejas o denuncias de la población sobre la actuación de sus integrantes.

El oficial que recibió mi carta incluso hizo la gestión para que en ese mismo momento me atendiera el jefe de la unidad. Como no fue posible, me dijo que fuera al día siguiente, a hablar con los supervisores. Así lo hice. En ese primer encuentro sostuve una discrepante, pero amigable conversación con un mayor, quien trató de justificar la actuación policial en el mencionado parque. Iban a cerrar el caso, pero un superior le indicó por teléfono que lo dejara pendiente hasta que entrevistaran a la tripulación de la patrulla involucrada.

Finalmente, el teniente que me llevó a la casa la respuesta oficial confirmó que la queja la declararon Con lugar, porque al discutir el asunto con los policías que nos condujeron al profesor y a mí, pudieron confirmar que “no tenían claridad sobre el modelo de actuación en relación con las personas homosexuales”.

No había, concluyeron, motivos para conducirnos a la estación policial, luego de que nos identificáramos y no constara ninguna sospecha consistente en nuestra contra. El incorrecto proceder de los dos agentes será objeto de análisis en una comisión de cuadros o disciplinaria.

Firmé el documento, y agradecí el tratamiento y la respuesta, con el más firme deseo de que críticas como esta —que todos podemos y debemos hacer cuando hechos así ocurran— contribuyan a aumentar la profesionalidad de nuestra Policía. Poco a poco, tenemos que lograrlo.

TOMADO DEL BLOG PAQUITO EL DE CUBA

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