Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- Dice Warren Buffett que el bitcom “es un espejismo”. Y al referirse a las llamadas “burbujas financieras”, dijo que el bitcom es la expresión real de una “burbuja”.


Las criptomonedas han nacido en la cazuela donde se hacen los mejores cocidos de especulación: La bolsa de valores. No significa esto que la misma sea algo ficticio, inventado, por pícaros para robar el dinero de los demás. Su razón, en una economía donde la inversión es fundamental para sostener y superar los requerimientos de las demandas, está perfectamente enmarcada en la realidad. El asunto negativo de la bolsa radica en las especulaciones que derivan de la existencia de instrumentos cambiarios derivados de otros valores y donde un elevado número de transacciones no están sustentadas en la producción industrial y los servicios.

Las criptomonedas son uno de esos casos inflados y uno de los más extendidos en los últimos años. Su principal problema es, como también dice Warren Buffet, que no producen valores, que es precisamente el fundamento material que justifica la existencia de las “bolsas”.

La dinámica actual de una economía que se ha globalizado, no por capricho de sector alguno, sino como consecuencia de los adelantos técnicos, especialmente con la velocidad de la comunicación y el transporte, impulsada geométricamente con el surgimiento de internet, ha dado como consecuencia una aceleración del desarrollo de incalculables proporciones permitiendo saltar etapas que sólo requieren a veces de unos pocos meses para provocar cambios radicales. Esto ha creado ventajas en los países pobres o en vías de crecimiento, pero también desequilibrios.

En aras de superar las desventajas, algunas políticas de Estado recurren en muchas oportunidades a improvisaciones, consistentes en caricaturizar procedimientos o tejidos funcionales de la economía, que fueron elaborados en el lapso de más de tres centurias en los países altamente industrializados. En ese afán, en vez de limitarse a seguir la corriente, respetando estructuraciones que son columnas vertebrales del funcionamiento económico en vigor, aun cuando poseen amplios márgenes de maniobrabilidad política, recurren a invenciones de dudoso efecto. Hacen esto en lugar de elaborar políticas propias que canalicen la dinámica de esas estructuras, para alcanzar no sólo un mayor desarrollo y crecimiento, sino una mejor distribución de la riqueza y en particular de los ingresos. Con sus variantes, en eso consiste el socialismo.

Los países pobres o en vías de desarrollo no tienen que enfrentar a los desarrollados para crecer, deben sólo copiar un número de instituciones básicas sin las cuales las economías de esos países en cuestión se derrumbarían, para instrumentar sobre ellas políticas de Estado que eventualmente los países más conservadores también estarán obligados a poner en vigor para canalizar los inevitables cambios evolutivos ajenos a toda voluntad humana y que, pocos economistas niegan actualmente, los cuales disolverán este tipo de economía comercial que hoy conocemos.

Para lograr esto, esos gobiernos sólo requieren de voluntad política, apoyo social mayoritario y una actitud agresivamente decidida de no permitir que los poderosos les impongan fórmulas o se mezclen en los asuntos internos que afecten su soberanía.

Pero inventar sustitutos cambiarios a estas alturas es algo irreal. La justificada oposición a las intromisiones de Estados Unidos de América en otros países en especial los más pobres, por ejemplo, ha demonizado al dólar. Alguien me dijo un día que China acabaría con el dólar y le contesté que China terminaría por apropiarse del dólar, pero no destruiría un instrumento cambiario eficiente, cuya existencia le había permitido desarrollarse y crecer, aplicando una política racional, acorde con las realidades económicas del mundo que vivimos. El objetivo único de China es crecer, distribuyendo la riqueza y la asignación equitativa de los ingresos, para lograr primero una sociedad de moderado confort y eventualmente alcanzar un porvenir de mayores libertades individuales.

Países como Venezuela con un sinfín de problemas internos y ataques malintencionados del exterior, propuso recientemente los PETROS que, en el mejor de los casos es una criptomoneda más y en el peor, una emisión de bonos amparados en dudosos activos. Hace unos años, en noviembre del 2008, Hugo Chávez propuso el SUCRE como moneda a utilizar dentro de un bloque llamador ALBA (Alternativa Bolivariana para las Américas).

Cuba, en medio de una crisis por encaminar la economía, amén de las dificultades que crean las Leyes del Bloqueo estadounidense, pero contando con experiencias tan positivas como las de Vietnam y China y con la dolorosa lección del derrumbe de la URSS, puja por definir algo tan elemental como la eliminación de tres monedas que saturan su mercado y cuyos valores son tan dudosos como la eficiencia de una producción que no cuenta con referencias que la obliguen a mejorarse ella misma para competir en el mercado nacional.

Cuba siempre ha tenido su propia moneda y hace casi treinta años despenalizó el dólar. Esa moneda única universal es el fondo cambiario internacional con el que cuentan las arcas cubanas y también las chinas por no hablar de los otros países. Un enorme porcentaje del dólar existente lo posee hoy China. Tan es así que cuando recientemente dijo que dejaría de comprar bonos estadounidenses, el precio del mercado se desplomó. Cuba no tienen ningún problema para declarar al dólar como patrón, tal y como lo hizo en el pasado y dejar flotar su peso oficial contra esa moneda. Al margen de las trabas que le impone el Departamento del Tesoro estadounidense para administrarlo en paridad con los demás países, hacerlo simplificaría un proceso que en la realidad se administra de ese modo, pero disfrazándolo con terceras monedas internacionales que en esencia se valoran contra el dólar.

La organización cambiaría es una de las más complejas de las requeridas por la economía actual y es a su vez el elemento esencial para evaluar su eficiencia. Cualquier medida que se disponga en ese sentido, obligatoriamente debe tener la producción como punto de arranque. Sin producción y sin eficiencia, sin competencia productiva y sin iniciativa, no hay reforma monetaria que valga.

Tal vez regresando a los inicios de los años noventa, cuando se despenalizó el dólar, reorganizando el sector productivo estatal dentro de los cánones de la economía de capitales prevaleciente en la realidad que vivimos, considerando los salarios de empleados y la remuneración adecuada a la iniciativa y dirección de sus directivos, planificadores y comerciales entre otras, se haría más fácil dar un paso que se ha propuestos desde hace años y cuyo motor de arranque parece congelado.

Quizás regresando a los orígenes de la despenalización del dólar, quedaría detrás algo que por momentos nos recuerda las discusiones de Bizancio. No creo que sea necesario continuar esperando para ver si descubrimos el agua tibia. Sé que el agua puede entibiarse por modos diversos, pero por ahora, acogernos al método por el cual optamos en una oportunidad y que improvisamos ante una de las tantas situaciones desesperadas que nos impone el agresivo vecino del Norte, lo mejor sería hacer lo primero que hicimos en los noventas. Sólo a partir de ese instante, podríamos enfrentar la tarea más importante que es la de organizar la producción nacional. Esta guerra se gana produciendo y la estabilidad monetaria sólo se alcanza produciendo y la tranquilidad de la gente y sus mejores esperanzas, sólo se obtienen produciendo.

No hay criptomenedas, ni bonos ficticios, ni caricaturas de los resortes organizativos esenciales que superen finalmente la inacción de una economía semiparalizada. El dólar no es malo, todo lo contrario, hay que apropiarse de su historia y de su vigencia. Para lograrlo, no podemos cabalgar sobre fantasmas de monedas imaginarias o voluntades de convento, sino como los chinos y los vietnamitas, agarrar las riendas del corcel y dominarlo con sabiduría y destreza, pero nunca con prejuicios y lamentos.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

Enviado por el autor a: Martianos-Hermes-Cubainformación

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