Por Lázaro Fariñas*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación.- El gobierno de Cuba le ha pedido a los emigrados que opinen sobre la nueva Constitución. Creo que es muy bueno que haya tomado tal medida, por supuesto, mientras eso sólo se quede en buscar opiniones de cubanos bien intencionados que residen en el exterior. Soy un profundo convencido de que los ciudadanos que, por cualquier razón abandonan el país donde nacieron y se radican a vivir en el extranjero, no deben tener ningún derecho de  inmiscuirse en los asuntos internos de su país originario. Creo que cuando uno toma la decisión de abandonar el país, sea por la razón que sea, se está sometiendo a las leyes, reglas y costumbres de su nuevo alojamiento y que por lo tanto, ha dejado de someterse a esas reglas, leyes y costumbres del lugar que dejó.


Al pasar los años, esta afirmación mía me ha traído, en no pocas ocasiones, discusiones, algunas veces álgidas, con compatriotas míos fuera de Cuba que tienen una creencia diametralmente diferente. Siempre he pensado que para tener derechos, hay que tener deberes y definitivamente, no se tienen deberes con el país en donde no se vive.

No quiero decir con eso que los cubanos que vivimos fuera de Cuba no podamos criticar o apoyar lo que allá sucede, pero una cosa es hacer críticas o proclamar apoyos y otra muy diferente es tener derechos tales como elegir gobernantes.

Hay muchos países en América Latina que aceptan que sus ciudadanos participen en las elecciones que allí se realizan y eso, sinceramente, me parece una anormalidad sin sentido. ¿Cómo es posible que se tenga el derecho a elegir a un gobernante que simplemente no lo va a gobernar a uno? Para mí es absurdo que alguien pueda tener derecho a elegir a una persona para que sea la autoridad y que esta no tenga autoridad sobre los hechos del elector.

Cuando el gobierno de Cuba convocó allá en1994, en pleno Período Especial, a una serie de cubanos que residíamos en el extranjero para que fuéramos a La Habana para hablar sobre diferentes temas, lo hizo con la idea de que se hablara sobre los problemas que atañían a los emigrados en su relación con el país, problemas lógicos que atañen a ambas partes para normalizar una relación migratoria. No fuimos a La Habana a discutir de política interna del país, ya que esa no era la intención de la convocatoria, aunque en la mente de muchos de los que  asistieron a la cita sí tenía cabida la dislocada idea de que allí se iba a discutir el futuro de Cuba. Pensaban, quizás, que iban a participar en una negociación política con el gobierno revolucionario. No sé por qué algunos se hicieron ese  tipo de ilusión, ya que, ni el gobierno cubano estaba negociando nada con nosotros, ni nosotros teníamos nada para poder negociar.

En esa primera reunión de La Nación y la Emigración, hubo algunos de los que fueron desde Miami que hasta se sintieron disgustados por el mismísimo nombre que se le había dado a la cita.

En aquella reunión que desarrolló el gobierno de Cuba con los emigrados y en tantas otras que se han llevado a cabo durante muchísimos años, siempre se ha hablado de temas migratorios. Creo que, al cabo de los años, se han eliminado tantísimas de las trabas que existían entre los cubanos en el exterior y el Estado y creo que ha sido muy positivo.

Los residentes en el exterior deben de tener una relación normal con su país de origen, viajar a él cada vez que lo deseen, tener fácil acceso a los derechos consulares para la obtención de documentos, buscar ayuda de sus funcionarios en casos necesarios, etc.  Pero de ahí a tener derecho a inmiscuirse en los asuntos internos del país, va un largo trecho. Para poder hacer uso de ese derecho, la persona tendría que dar el paso de repatriarse y someterse a las leyes internas.

Si la comunidad cubana en el exterior fuera monolítica, las cosas fueran más fáciles.  Pero el problema es que no lo es. Fuera de Cuba viven cubanos o hijos de cubanos que la odian y que hacen todo lo posible por hacerle daño. Muchos de ellos viven de eso, recibiendo millones de dólares para llevar a cabo esa labor. Esos son los menos.

Hay una gran porción de compatriotas que viven indiferentes a lo que pasa o no pasa en la isla. No hacen nada para hacerle daño, pero tampoco para hacerle bien. Esos son los más.

Pero hay otra porción de cubanos que sí quieren lo mejor para Cuba, que se alegran de sus triunfos y sufren con sus derrotas. Es esa porción a la que creo que le va a interesar dar opiniones sobre la nueva Constitución y deseo que lo haga, al igual que lo desea el gobierno cubano. Opinar de buena fe creo que siempre es algo positivo. Espero que muchos se embullen y opinen, como espero hacerlo yo.

*Lázaro Fariñas, periodista cubano residente en los EE.UU.

Martianos-Hermes-Cubainformación

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