Rosa Miriam Elizalde - Cubaperiodistas.- Conocí a Fina García Marruz y a Cintio Vitier gracias a Agustín Pi. El “miembro silencioso del Grupo Orígenes” era el corrector de estilo de Granma, diario al que me enviaron en enero de 1986 a hacer mis primeras prácticas como estudiante de Periodismo y, por razones misteriosas, el Doctor Pi, como reverencialmente le llamaban en la redacción, me acogió como su “discípula”.


En agosto de ese año, en el homenaje por el décimo aniversario de la muerte de José Lezama Lima, Pi me presentó a los esposos Vitier-García Marruz. A partir de entonces fui con frecuencia a los encuentros y conferencias que ellos ofrecían, salvo en el paréntesis de un año en que, como recién graduada, realicé el servicio social en las montañas de Holguín. En Juventud Rebelde comenzarían a aparecer artículos y entrevistas con Cintio que concertábamos en aquellas citas a las que me reincorporé apenas regresé a La Habana a fines de 1990.

Después de la muerte de Agustín en 2001, hablamos muchas veces de hacerle un homenaje. La oportunidad llegó con Aitana Alberti, que coordinaba unas magníficas tertulias en el Centro Dulce María Loynaz y armaba para aquellas ocasiones cuadernillos artesanales sobre los autores a los que se dedicaba el espacio.

He rescatado tres de las colaboraciones que hice para Fe de Vida: Imagen y palabra, los cuadernillos editados por Aitana con ilustraciones de su padre, Rafael Alberti, que son prácticamente desconocidas: dos entrevistas y una conversación con unos pocos amigos para celebrar el centenario de Medardo Vitier, y que grabé y luego edité con Cintio y Fina en la oficina que compartían en el Centro de Estudios Martianos.

Incluyo, además, la entrevista que me concedió Fina al conocerse que había recibido el Premio Iberoamericano de Poesía "Pablo Neruda”.  He respetado las notas introductorias de estos diálogos que transcurrieron entre 2005 y 2008, y eliminé mis preguntas, salvo cuando eran imprescindibles para seguir el hilo narrativo.

Tengo mucho material disperso de los encuentros con el matrimonio durante años y espero reunirlo algún día en un libro más reposado. Adelanto cuatro “iluminaciones”, título del poemario homónimo de Arthur Rimbaud, que Cintio tradujo y prologó en 1954 y que consideraba “el libro más importante que he publicado en mi vida”.

Cintio y Fina, juntos, iluminaban de una manera indescriptible cualquier hallazgo erudito y lo convertían en una verdad transmitida desde la sencillez y la naturalidad de una conversación. Trasladar algunos de esos diálogos tal como ocurrían es una empresa tan imposible como la de intentar apresar con redes el agua del mar, pero aquí va, de todas formas, un humilde intento.

 

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