Por Lorenzo Gonzalo*/Foto Virgilio Ponce -Martianos-Hermes-Cubainformación-Radio Miami.-   En el pasado gobiernos y formas de estado eran cambiadas muchas veces por insurrecciones y revueltas. El enorme poder alcanzado por los Estados modernos limita las posibilidades de transformaciones socioeconómicas planteadas fuera de sus estructuras.


Estos estados, al margen de las concepciones políticas que lo dirigen sólo pueden evolucionar o ser transformados por las fuerzas internas de poder. No obstante, las interrelaciones creadas entre los miembros de la sociedad como consecuencia del avance tecnológico, da lugar a una interdependencia de los diversos componentes sociales.

Esa retroalimentación entre la sociedad integrada al sistema y los protagonistas directos del poder, hacen factible las transformaciones. Toda influencia que se pretenda ejercer sobre una política de Estado debe ser protagonizada por factores representativos del medio socio político en el cual se desempeñan. Cuando son ejercidas por personas o instituciones no representativas del sistema político, se convierte en un inútil esfuerzo, muchas veces con resultados contraproducentes.

Aun cuando las llamadas democracias representativas dicen aceptar las voces ajenas al ideario de la gobernanza, en realidad, las quejas de quienes le son ajenos, ya bien sea por impugnación directa o por identificación con fuerzas políticas contrarias, se pierden dentro de las cuatro paredes donde vegeta la burocracia asignada para esos menesteres.

Los sucesos en el tiempo son cambiantes. Aquello que antes se lograba por las armas ahora sólo es posible a través del trabajo consciente de los integrantes de un sistema. Mantenerse fuera del sistema es ausentarse del juego que permite avanzar en el campo socio político y lo económico.

Partiendo de estas observaciones es curioso destacar la conducta de algunos cubanos emigrados, que se identifican como incondicionales del Gobierno de Cuba, que critican a otros emigrados por acción u omisión, quienes defienden la soberanía de su país y se oponen al Bloqueo. Dicha actitud implica que sólo ellos pueden liderar las gestiones frente a otros gobiernos solicitando su derogación y el respeto a la soberanía del país. Cuando en la realidad, no hay que estar de acuerdo con el gobierno cubano para apoyarlo ni con el sistema estadounidense para ser parte de este.

Los cubanos emigrados a los que me refiero no hacen gala de su apoyo al gobierno de Cuba. Participan en la política estadounidense haciendo escuchar sus voces, apoyan candidatos con sus votos y contribuyen monetaria o activamente con los movimientos políticos del país al tiempo que se identifican con su tierra de origen.

El patetismo de estos hechos aumenta cuando observamos que esas personas, ungidas de un amplio espíritu participativo y democrático y respeto por su país, invitan a todas las tendencias para realizar gestiones orientadas en esa dirección, sin consideración de afiliaciones políticas o criterios ideológicos o protagonismos.

Aun cuando soy un incrédulo de que la unidad pueda existir como elemento esencial para el buen funcionamiento de un sistema, ya sea político o productivo, sí creo que la unión del esfuerzo alrededor de un objetivo común no solamente es factible, sino que se convierte en algo necesario para la mejor administración de las gestiones en pro de ese objetivo.

En el Miami de la década del siglo 21 estamos presenciando qué, por primera vez desde los años noventa, un conjunto diverso de cubanos emigrados que por su edad y características no tenían presencia en aquellas circunstancias han vuelto a recrear el movimiento de ese tiempo, el cual creó conciencia en amplios sectores de cubanos residentes en el exterior, para presionar al Gobierno estadounidense a eliminar las sanciones a Cuba y abandonar su política de injerencia en sus asuntos internos.

Este nuevo movimiento representado en su mayoría por cubanos pertenecientes a una generación con una diferencia de más de 30  años respecto de aquellos que protagonizamos esos movimientos de la década del 90, han logrado cierta incidencia en las últimas olas migratorias del siglo 21 llegadas a Miami, para que se interesen en los asuntos de Cuba haciéndolos entender que muchas de las dificultades enfrentadas por los familiares que quedaron atrás, son causadas por la política injusta diseñada contra Cuba por el Gobierno de Estados Unidos.

En su mayoría son personas que se han acomodado al sistema de vida estadounidense y han logrado comprender que parte de la problemática que los hizo abandonar Cuba, está íntimamente vinculada a dichas políticas. Estos cubanos, en su condición de residentes en Estados Unidos, muchos de ellos nacionalizados, tienen de por sí un enorme poder político para hacerse escuchar en Washington e influenciar un cambio hacia Cuba que hará más factible el proceso de reformas del sistema socialista político de la Isla, redundando finalmente en un mayor beneficio para todos.

Este movimiento para llamar la atención pública ha optado por realizar caravanas de automóviles una vez al mes. Para sorpresa de muchos, hemos presenciado qué personas públicamente comprometidas con las políticas cubanas desde la época en que fue puesto en práctica el sistema de la URSS, de manera silenciosa y muchas veces solapada han desarrollado planes para sabotear esa estrategia de lucha cívica. Debemos observar que, como toda generalidad, hay sus excepciones dentro de quienes, aun viviendo fuera, militan en las filas del gobierno. Pero lo insólito del caso es que, en la época que estas personas, pertenecientes a instituciones compuestas por varias decenas, convocaban actos para llamar la atención pública en contra de las políticas agresivas de Washington hacia Cuba, tenían el apoyo directo o indirecto de todos aquellos que cabildeábamos a favor de la eliminación de esas políticas, aun cuando los criterios políticos particulares de estos no comulgaban en el mismo altar ideológico de los convocantes. Incluso ofrecían su apoyo, teniendo presente que, a los efectos receptivos de los políticos en Washington, escuchar reclamos de personas que apoyan las políticas del gobierno cubano es equivalente a escucharlos por boca del propio gobierno, a quien de hecho Estados Unidos considera su enemigo, y convierte la queja en algo irrelevante de facto. Lo hacían también a contrapelo del cuestionamiento de la opinión pública cubana emigrada, la mayoría de las veces adversa al sistema político de Cuba, pero que movida por la racionalidad del reclamo podrían estas dispuestos a prestar sus voces al humanitario reclamo de eliminar las sanciones.

Algo raro ha sucedido dentro de ese pequeño sector, que constituyen hoy un jolgorio y una bendición para un sin número de conservadores y enemigos del gobierno de Cuba, que laboran incansablemente en busca de resquicios que les permitan promover a los políticos locales que más contribuyen al sostén de las políticas de Bloqueo.

Quizás piensen que la atención creada por las protestas dirigidas por ellos en una época, las cuales convocaron la curiosidad de la prensa conservadora estadounidense, es capaz de continuar dando iguales resultados. Pero en realidad, en la medida que se hizo más evidente la defensa del sistema cubano por esos grupos, languideció hasta desaparecer la cobertura que, en un tiempo, la novedad resultante de protestas nunca vistas, provocó aquellas atenciones mediáticas. Definitivamente es necesario entender que los sucesos no pueden ser cincelados, cambian y hay que adaptarse a ellos y reconocer que lo de ayer fue solamente un breve destello circunstancial.

Que esos grupos no participen en actividades orientadas a esos fines no tiene importancia. Lo importante estriba en que con sus solapadas labores crean desánimo en muchos cubanos que se confunden ante hechos de esa naturaleza.

*Lorenzo Gonzalo, periodista cubano residente en EE.UU., Subdirector de Radio Miami.

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