Dibujó desde niño en sus libretas de clase, mientras la picaresca se le colaba en el trazo. Si dibujaba un perro, lo hacía orinando o haciendo caca. Ha dibujado siempre, antes que pintar, porque “un caricaturista es un comunicador y la línea expedita el mensaje: es más directa, más inmediata, más simple y profunda”.


Lo dice la voz de Lupe, su mujer, a través de un audio, mediante Telegram, desde Santa Clara, la ciudad donde viven. En el humor político, el humor internacional, el humor de la inmediatez social —añade— ha estado sumergido Pedro Méndez Suárez durante toda su carrera; “porque es un tipo que tiene opiniones acerca de lo que acontece y las expresa en la caricatura”.

Husmear, leer, buscar en Internet y en los espacios noticiosos de la radio y la televisión las aristas que puede tener una noticia son parte de sus divertimentos. Así modela una opinión gráfica, género que saborea tanto como la caricatura personal o la historieta humorística.

Esa es su vida, la caricatura, el dibujo. Y tanto, que cuando sufrió un accidente cerebro-vascular, hace una década, y esta faena cotidiana navegó desde la imposibilidad hasta el entrenamiento de la mano izquierda, al cabo del tiempo ha logrado desenvolverse con la menos diestra y obras suyas “a la zurda” han sido expuestas en varios salones (Pedro 72 e/ derecha e izquierda-2018; Pedro el grande-2019; En la mira de Pedro-2022).

“Dibujar, dibujar, dibujar, para organizar mis ideas y mi posibilidad de hacer”, una práctica que evidencia mejoría, y a la que médicos y rehabilitadores han prestado mucha atención. Entonces, el dibujo, su verbo predilecto, también resultó terapia.

***

Pedro Méndez Suárez nació el 19 de marzo de 1946 en Báez (poblado llamado en sus orígenes Hato de la Manigua), a 21 kilómetros de la ciudad de Placetas, Villa Clara. Es hijo de dos campesinos natos. Pedro, su padre, isleño, de Icod el Alto, un vecindario del municipio de Los Realejos, en Tenerife, Canarias, España. La madre, Leocadia, una mujer cubana alegre y servil, ama de casa.

—Eran personas muy honradas y queridas. Nos llenaban de alegría a mis dos hermanas y a mí.

Donde nació no había radio ni electricidad, y la mayoría de las casas eran de guano y piso de tierra, pero revive con gusto la escuelita rural a la que asistió. Era un adolescente cuando se incorporó a las Brigadas Conrado Benítez e impartió clases en una zona cercana al poblado de Buey Arriba, en las estribaciones de la Sierra Maestra.

— ¿Mi recuerdo más antiguo? Las carcajadas de mi madre, a quien cariñosamente llamábamos “la vieja loca”, por su nombre, Leocadia.

De su familia, la que crearon él y Lupe Castillo, nacieron dos hijos: Yanet y Janler. La pareja se conoció por casualidad en septiembre de 1968.

—Yo iba saliendo de Coppelia y se me cayó el monedero. Vino un señor con un pelo lindísimo (ahora poco le queda), que me llamó mucho la atención, y me lo recogió con delicadeza. Resultó que habíamos hablado por teléfono muchas veces, dice Lupe en un programa de radio.

En ese mismo programa, Pedro sonríe y duda: “Habíamos tenido esas conversaciones en un tono humorístico, pícaro. No sé si aquel día ella tiró el monedero o se le cayó, y si de verdad nos encontramos por casualidad”.

Pedro y Lupe tienen dos nietos. Y dicen: “Somos incondicionales ante esos amores, los de los nietos y los de los hijos. Nuestra familia se aglutina en las buenas y en las malas”.

La voz de Janler, su hijo, que es también humorista, dicta en otro audio en Telegram para esta entrevista. “Pedro es un guerrero, un jodedor, lleva veinticuatro años operado a corazón abierto, diez con secuelas de un infarto cerebral, y mantiene su disposición de ayudar con el alma a sus seres queridos, y a defender sus ideas a capa y espada”.

—Lleva mi información genética (jajaja), pero, además, él se concibió, nació, creció y se desarrolló en un medio desbordado de pinceladas humorísticas, diría Pedro en una entrevista publicada el 6 de mayo de 2014 en el periódico Juventud Rebelde, cuando le preguntan si él influyó en la elección profesional de Janler. “En él no solo está mi influencia como padre, sino la de todos los demás «melaos» que lo han visto perfilarse y andar sobre su misma cuerda”. ¿Qué de bueno o de malo me ha reportado la profesión que escogió? “De bueno hay mucho, compartir las ideas, perfeccionar los chistes y la técnica de ambos, trabajar de conjunto cada año en la exposición A-tendiendo personalidades [donde recrean y satirizan a protagonistas del mundo cultural, científico, deportivo y otras esferas de la sociedad] y, sobre todo, regocijarme inmensamente con los éxitos que ha ido logrando en su carrera. Lo malo, si existiera, aún no lo he descubierto”.

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Al periodismo llegó en 1965, por una convocatoria a un curso de corresponsales voluntarios del periódico Juventud Rebelde, y ya no se detuvo. Tres años transcurrieron y fundó el suplemento humorístico Melaíto, el 20 de diciembre de 1968, que dirigió durante décadas. En 1974, en Santa Clara, se graduó de Dibujo y Pintura en la Escuela de Artes Plásticas Leopoldo Romañach.

— En el Melaíto aparece desde sus primeras publicaciones un colectivo de dibujantes, cualidad que lo distinguió, aunque también hubo y hay humor-décima y chistes cortos.

—De un medio de propaganda sobre temas relacionados con la zafra del ´70 (cuando la meta era producir diez millones de toneladas de azúcar), el suplemento evolucionó hacia un humorismo agudo que alcanza cuestiones universales. En su plantel de dibujantes hay caricaturistas premiados en Cuba y en el mundo, que publican en diversos sitios periódicos en esos ámbitos.

“Los primeros que hicieron reír y reflexionar [en Melaíto] fueron Nelson, Pedro, Roland, Castells, Panchito, Delvis y Ajubel; luego se sumaron Linares y Martirena y siempre ha existido el apoyo de un movimiento de colaboradores”, dijo Pedro en una entrevista para una reportera de la emisora radial CMHW. “No se puede olvidar nunca a Alfredo Nieto Dopico, director del Periódico Vanguardia en aquel momento y que se responsabilizó con la atención total del suplemento”.

En el propio Melaíto, desde su creativa tira humorística Los Microbios, Pedro filosofaba. “Me fui dejando llevar, y el personaje me hacía estudiar un poco de medicina, de medicamentos, de remedios, además de lo que tomaba de la cultura popular sobre estos asuntos. A veces, me escudé en ellos y en el interior del cuerpo humano para expresar otras ideas”. Y, como un placer puede llevar a otro, piensa que quizás de esa misma manera fue recibida por los lectores.

—La disfruté todo el tiempo que la estuve haciendo y llegó a identificarme en el ámbito comunicativo. Yo era como el Microbio del periódico Vanguardia; la gente decía “Pedro, Pedro el de los Microbios”. Incluso, trascendió los márgenes del propio Melaíto, y estuvo por años publicándose también en Comics, una importante revista cubana de historietas.

—Otro de los personajes que me encantó hacer fue Fillo, un pajarito que estaba en un eterno conflicto con un gusanito y que siempre lograba escapar a través de un hueco. Era una representación muy simple, muy sabrosa, donde sucedían cosas inesperadas y asombrosas y, por tanto, humorísticas.

Y en las primeras páginas del suplemento aparecieron otros dos personajes, Yayo y Yeyo, cargados del mundo campesino que lleva dentro.

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 Algunas historietas de Pedro han sido animadas por el Instituto Cubano de Artes e Industrias Cinematográficas (Icaic), y aunque piensa que el artista siempre se enfrenta a nuevos retos, “va a lo que le toca, a lo que puede”.

—Soy un admirador de los realizadores de dibujos animados; en Cuba, de Juan Padrón, un pilar, un creador que merece el respeto de todos, en especial por la frescura con que supo tratar temas históricos, y por el seguimiento que logró de sus personajes. No sólo el de Elpidio Valdés, sino los de tantas y tantas obras que llevó a la pantalla. Fue un dibujante que se convirtió en escuela.

—De la misma manera, he sido un seguidor de los clásicos de los dibujos animados de Walt Disney y de todos los que de cierta forma marcaron mi infancia y a los que luego me acerqué como dibujante, incluso a sus maneras de representación. Así es como se consolida el estilo propio, a partir de acercamientos a referentes.

—Pero mi obra está marcada por mi poder de síntesis, por la representación gráfica exacta y, aunque disfruto la animación, cuando me siento delante de un papel en blanco, la idea me llega en un solo plano, de forma tal que pueda ser reproducible en medios de prensa. Es la forma en que trabajo.

Pedro defiende, además, que el ejercicio de la caricatura puede ser mejor mientras más competencia exista entre los dibujantes que intentan publicar en un medio.

—Cuando la publicación patrocina y tiene bajo sus alas a un movimiento de colaboradores y de jóvenes que luego pueden ser su futuro, y esto lo hemos hecho en el Melaíto; cuando el director aboga, por encima de todo por la calidad de la idea que va a publicarse, por la calidad del dibujo; cuando son mejores los medios técnicos de reproducción para la propia prensa gráfica.

También aplaude la ilustración de textos dentro del ejercicio del caricaturista. Porque, desde la síntesis del dibujo “se propicia la visualización de otras aristas”.

Puede ser muy serio el tema tratado —dice—, y el humor, al ser tan serio, también logra buscarle el lado reflexivo, gracioso, humorístico que el asunto puede sugerir.

—La caricatura es como un titular visual, es una idea a partir de la esencia del texto al cual el lector va a enfrentarse. Y es una idea de otro autor, una opinión gráfica, el criterio del caricaturista sobre lo escrito por el periodista.

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Escucha la palabra desafío y piensa que el más grande fue la desaparición del papel durante el Período Especial y, como consecuencia, de las publicaciones periódicas; entre ellas, Melaíto.

Pensó qué hacer para mantener unido a su equipo y se le ocurrió pedir a cada uno de los dibujantes del suplemento que presentaran originales para mostrarlos en sitios públicos, de paso casi obligatorio en el centro de la ciudad.

—Seleccionamos un área que tenía muchas vidrieras. Interveníamos tras los cristales para que la caricatura quedara expuesta. El público se acercaba al lugar, iban los jóvenes, y se formaban aglomeraciones de personas de cualquier edad para ver las caricaturas. Así mantuvimos la frescura característica del Melaíto, un medio muy cercano al público, muy al tanto de lo que sucede diariamente, muy metido en las temáticas costumbristas.

 

 

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