Miguel Cruz Suárez - Granma.- A veces las palabras arrastran tras de sí un estereotipo imaginativo muy sesgado. De solo mencionarlas surgen figuraciones casi constantes; por ejemplo, si decimos «políticos», en referencia a funcionarios públicos, en millones de mentes se dibujará un hombre o una mujer con su traje completo, rozagante y pulcramente peinado, tal vez saludando formalmente en mangas de camisa desde un moderno auto o ajustando su nueva corbata antes de iniciar la cena.


Sin embargo, hay en Cuba una suerte de raros políticos, a quienes es difícil encasillarlos en esos estándares internacionales que toman como algo normal, para ellos: la bonanza económica, los altos salarios, las lujosas residencias y otras prebendas, muchas veces más vergonzosas e incluso delictivas. A fuerza de verlos cada día (a los de acá), nos llega a parecer normal –como sucede en muchas otras cosas de esta Isla– e incluso creemos que así es en todo el mundo, que deben ser los nuestros unos políticos como otros; sin embargo, hay muchas diferencias.

Voy a dejar un poco la abstracción porque tengo referencias personales que respaldan estos criterios. Cuando tenía 20 años fui electo diputado al Parlamento, nada más y nada menos que en 1993, en lo más duro del periodo especial. Debo aclarar que mi fortuna no rebasaba entonces los 148 pesos al mes, y mis bienes materiales tangibles más valiosos eran una bicicleta china, un par de zapatos artesanales y una puerca de menos de cien libras (yo también pesaba lo mismo). Es evidente que ingresé en la categoría de los «raros políticos cubanos», y en ella permanecí casi igualito los cinco años de aquella legislatura.

Lo más asombroso fue que me vi en el Palacio de Convenciones de La Habana (venía de Báguanos, en Holguín), rodeado de cientos de seres raros como yo, para quienes el curul solo significaba compromisos y tareas, sin otro privilegio que el orgullo de ser parte de ese enjambre de cubanos de todos los sectores del país, a quienes, de sacudirnos juntos, no soltábamos más de cien pesos por persona; sin embargo, había allí ciencia, arte, deporte, experiencia y una suma de inteligencias y laboriosidad que nos ponía en condiciones de guapear de tú a tú con cualquier cuerpo legislativo del mundo. Al frente estaba Fidel, otro político raro que renunció a una considerable fortuna familiar, para jugarse la vida por Cuba.

Con el paso de los años, más de una vez pude acompañar a algunos de nuestros políticos más jóvenes en eventos internacionales y otra vez conviví con la rareza. Funcionarios de alto rango viajando con una mínima dieta, vestimenta sencilla y en clase económica. Puedo asegurar con total certeza que no había en esas reuniones asistentes más humildes que los cubanos, en cuyos objetivos de aquellos viajes nunca se contemplaba aprovechar la ocasión para darse algunos costosos lujos, que cualquier político (de los no raros) se daba con desembozada fastuosidad a la vista de todos.

Mucho se habla de nuestros dirigentes, siempre expuestos al necesario y exigente escrutinio del pueblo. Algunos son más efectivos que otros en su labor, unos más diestros, otros menos consistentes. Nadie les va a medir sus esfuerzos con la misma rigurosidad con que se les miden los resultados, y es lógico; pero, quién puede negar que sus privilegios son la uña de un gato si se compara con semejante labor en otras latitudes.

Debe agregarse que les toca dirigir y hacer política en un país bloqueado y asediado, víctima de una guerra mediática en la cual son también ellos el blanco predilecto de los que nos atacan, justamente recibiendo órdenes y dinero de otros políticos que sí viven y lucran con la política. Es la fuerza de la moral y no la del bolsillo la que se defiende.

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Foto: Roberto Suárez. Fotos obtenidas de Juventud Rebelde....
Los congresistas anticubanos Mario Díaz Balart y María Elvira Salazar. Foto: Archivo / Tomada de transmisión en video....
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