José LLamos Camejo - Granma.- Amaneció un día con los muros salpicados de sangre generosa –savia juvenil-, y tenía en las paredes agujeros de metralla; lloró la patria herida. Y ha sido aquel recinto, desde entonces, mucho más que un cuartel fortificado. «Unidos, cada cual en su Moncada», dice un joven trovador guantanamero. Y el canto, más que suyo, es el canto de su pueblo en este pedazo de una Isla desafiante.