La salida del hogar al ámbito público experimentado por las cubanas en los últimos 50 años tiene aristas. Si por un lado se ve como una victoria y posibilidad de emancipación; por otra, puede ser vista como trampa: su incorporación masiva no ha estado acompañada, proporcionalmente, de una inserción de sus parejas en las labores del hogar, por lo que ellas asumen, no sin esfuerzo y costo personal, la otra jornada, la de los quehaceres de la casa. Ellos, la mayor de las veces, solo “ayudan”.
Muchas situaciones rodean sus vidas. Existen casos de violencia que viene de sus esposos. No solo es el golpe –como lo ven muchas personas–, es también una mirada, una frase, un gesto, una prohibición o un largo silencio. Y por la cultura machista, todavía algunos– y lo que es peor, algunas–, dicen: “seguro se lo buscó, algo habrá hecho”, porque desconocen que nadie les dio tal derecho.
Difícil es salirse del ciclo de la violencia. Detrás de la agresión, en el mejor de los casos, viene el arrepentimiento y la búsqueda del perdón, hasta la próxima vez. Sin embargo, existen no pocas experiencias de quienes un día decidieron no esperar un nuevo episodio, ya sea tras recibir consejos de expertos, escuchar a una amiga o sentir que ya no pueden más, y lograron rehacer sus vidas. Ellas no tienen tampoco la potestad de ejercerla hacia los demás, lo cual es frecuente con los hijos, con el castigo infantil, porque no es visto como una forma de ejercer el poder sobre otra persona.
Los hombres, por la historia escrita, son casi siempre las caras visibles de las hazañas. Tanto en Cuba como en México o España, son menos las mujeres que hicieron historia en las guerras y hasta en la música, porque casi no había quien escribiera sobre ellas. Hoy por hoy, pese a lo lejos que han llegado en la ciencia, la música o la política, todavía aparecen reflejadas de forma estereotipada en los medios y son una imagen-objeto en múltiples videos musicales, sin que esto les moleste a muchas ni hiera su dignidad y la sociedad lo vea como “normal”.
No pocas veces, al tratarse estos temas, el auditorio –tanto masculino como femenino–, lo ve como algo para reírse. Al respecto, señala Norma Vasallo, presidenta de la Cátedra de la Mujer de la Universidad de La Habana: “todo lo que genera preocupación, da risa”.
¿Por qué es preciso tener en cuenta estos aspectos? Es sencillo, es ver las situaciones y problemas desde otra mirada. En el barrio de Jesús María hay problemas de acceso al agua. La comunidad se ve obligada a cargarla y subir escaleras con los cubos colmados, para satisfacer las necesidades del hogar. Estudios arrojan que las mujeres, en ausencia de los hombres que están trabajando en el horario de las pipas, se ven precisadas a acarrear al agua por sí mismas, con un daño a su salud.
Cuando se programan reuniones fuera del horario de trabajo o fines de semana, se está desconociendo que ellas, en su mayoría, siguen llevando el mayor peso en el hogar y a su regreso, probablemente tengan que hacer las tareas domésticas habituales y ayudar a los hijos con las suyas. Para ellos no es un problema, generalmente se van a trabajar y alguien (¿quién?) en casa asumirá.
No se trata solo del Día de la Mujer o de las Madres, cuando todos las recuerdan. Hay que tenerlas presentes desde las condiciones de trabajo hasta sus necesidades especiales en casos de desastres. Es reconocer que han crecido pese a las zancadillas del machismo y la doble jornada.
Solo queda seguir sensibilizando, sobre todo allí donde se toman decisiones. Cuando se incluyen esta mirada en los análisis, los diseños de políticas sociales y de empleo, la sociedad puede avanzar hacia una mayor justicia social y equidad.
Fuente: Tribuna de La Habana
