Gabriela Orihuela - Revista Mujeres.- Olivia* —que también podría llamarse Irene, Laura, Teresa o Martha— tiene 17 años —que bien pudiera tener 10, 14, 20 o 40— no sabía qué hacer ni a dónde acudir cuando, en una madrugada de agosto, se había percatado de que era víctima de abuso sexual infantil.


¿Víctima o sobreviviente? No es lo mismo, pero las palabras duelen de manera similar y aluden, casi siempre, a iguales patrones de reproducción de la violencia machista. Sin embargo, Olivia es ambas; víctima y sobreviviente.

Una fiesta cualquiera, un muchacho cinco años mayor que ella y amigo de sus mejores amigas, la casa de él, el cuarto vacío en el que dormiría. No estaba sola, pero así lo sintió. La madrugada fue testigo de sus exclamaciones e intentos por irse; de los golpes y el silencio abrupto. En la mañana, Olivia —sin despedirse de sus amigas— corrió lejos de la casa, lista para denunciar el hecho.

Por el camino la invadieron distintas interrogantes: ¿me creerán?, ¿por qué me quedé en ese sitio?, ¿por qué no grité más alto?, ¿lo habré provocado yo?, ¿mi ropa era la adecuada? Entonces, se quedó paralizada. No sabía cómo contar la historia, tenía miedo.

Un mensaje a su teléfono móvil la convenció de que algo debía hacer. La madre de su victimario le proponía mucho dinero a cambio de no relatar nada. El miedo se mezcló con la ira y la rabia. Regresó al lugar donde su suerte había cambiado, simplemente, para gritar, para desahogarse; vociferó improperios, obscenidades; contó la historia más de tres veces entre llantos y suspiros. La miraban mal, supongo que nadie tomó en serio sus palabras.

Ninguna de las personas que transitaban por la zona se atrevieron a preguntarle qué ocurría. Olivia me dice que algunos, incluso, grabaron la escena. «Pero no me importaba que filmara. Estaba más preocupada por el qué pasaría después».

A Olivia le alarmaba salir embarazada, haber contraído una enfermedad de transmisión sexual, cómo le iba a decir a su papá y a su mamá sobre lo acontecido en la noche del viernes a las 4:28 a.m. —sabe de memoria la hora porque solo miraba el reloj, estratégicamente colocado en la mesita de noche—, las marcas en sus brazos y aquellas que no desaparecen por más que el tiempo corra.

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Carla Padrón Suárez, psicóloga del Centro Nacional de Educación Sexual (CENESEX), pertenece a un colectivo de especialistas que atienden violencia en el mencionado centro y comenta que el abuso sexual infantil se incluye entre los delitos conocidos como “crímenes de soledad”.

«Esto se debe a que, en la mayoría de las ocasiones, no existen testigos oculares y todo queda entre el victimario y la víctima. De ahí el peso que presenta el buen acompañamiento a la persona víctima y la correcta exploración o entrevista», expone la psicóloga.

Sin embargo, es imprescindible la denuncia, el acompañamiento y la protección legal para todas las personas víctimas de violencia de género. No importa la naturaleza de la violencia ni la edad de quien la sobrevive.

Existe un gran desconocimiento acerca de los sitios a donde podemos acudir para realizar la denuncia o, simplemente, para pedir información y ayuda.

«La Encuesta Nacional sobre Igualdad de Género en Cuba (ENIG), realizada en 2016 en todas las regiones del país, confirma que 39,6% de las mujeres entrevistadas había experimentado alguna forma violencia a lo largo de su vida y 26,7% en el año previo a la investigación», declara el Servicio de Noticias de la Mujer de Latinoamérica y el Caribe.

Aunque los números parezcan bajos, no lo son; la violencia de género logra expresarse día a día y, a veces, lo hace sin dejar rastro. También, debemos tener en cuenta que tales cifran han variado de forma considerable, debido a la pandemia de Covid-19, la cual agudizó la violencia de género, sobre todo dentro de los hogares.

En el artículo “Un acercamiento al tratamiento legal de la violencia intrafamiliar en Cuba” (2007), de la económica e investigadora en la esfera de la vivienda Patricia Gazmuri Núñez, publicado por el Centro de Investigaciones Psicológicas y Sociológicas, se manifiesta que «la no existencia de la cultura de la denuncia no solo enmascara, oculta el fenómeno de la violencia en las familias —y en otros escenarios—, sino que potencializa los efectos nocivos sobre estas y la sociedad en su conjunto».

A finales del año 2020, Osmayda Hernández Beleño, miembro del Secretariado Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas (FMC), anunciaba la inclusión del servicio de atención a la violencia de género a través de la línea telefónica 103.

«Cada provincia cuenta con una línea propia en funcionamiento las 24 horas, todos los días de la semana, a la cual se puede llamar también desde los teléfonos celulares, libre de costo, para que las personas sean escuchadas, canalizar dudas y recibir orientación sobre cómo superar la situación de violencia», señala en el artículo “Incluyen en Cuba servicio de atención a la violencia de género a través de la línea telefónica 103” publicado en la Agencia Cubana de Noticias.

De igual forma, la FMC tiene establecidas 174 Casas de Orientación para las Mujeres y las Familias (COMF), presentes en todos los municipios del país. Estos centros, fundados en 1990, asumen la misión de elevar la calidad de los programas y acciones que despliega la FMC; asimismo, ostenta varias áreas de trabajo: educación, salud, investigación y consultoría jurídica.

«Estos espacios cuentan con varias funciones primarias: la línea de orientación individual —que es una de las más transcendentales y oportunas, porque propicia una atención especializada—; la línea de orientación en trabajo grupal: la línea de capacitación —pensada como momentos de enseñanza en disímiles temas—; el programa de adiestramiento —en sus inicios se podía aprender lo tradicional: peluquería, barbería; hoy se puede llegar a conocer sobre gestión de negocios—; por último, las acciones educativas en la comunidad», alega  Oneida Broche Valdés, quien representó a las mujeres villaclareñas en el II Pleno del Comité Nacional de la Federación de Mujeres Cubanas, realizado este mismo año.

Las personas víctimas pueden buscar información, asesoría y/o acompañamiento ante la violencia de género —y, por supuesto, ante el abuso sexual infantil y acoso— en otras instituciones, tales como: la Fiscalía General de la República de Cuba, el Centro Nacional de Educación Sexual, el Centro de Protección a Niñas, Niños y Adolescentes, al Centro de Estudios de Bienestar Psicológico, la Consejería del Centro A+ Espacios Adolescentes, el Centro Oscar Arnulfo Romero, los centros de Evaluación, Análisis y Orientación del Menor, las distintas unidades de la Dirección del Menor del Ministerio del Interior y del sistema de Salud Pública.

 Acudir a tiempo es siempre lo aconsejable. La denuncia es imprescindible para el esclarecimiento de hechos, la correcta investigación y para hacer valer, en definitiva, la justicia. No estás sola; puedes pedir ayuda y recurrir a estos centros que te recibirán con la información precisa y la atención oportuna.

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Olivia, como muchas otras sobrevivientes, decidió silenciar su voz, jamás volvió a hablar de lo ocurrido, hasta el día de la entrevista. Prefirió distanciarse de sus amigas, de sus familiares, de la escuela, de la vida.

La mayoría de sus miedos fueron desechados: no salió embarazada, no contrajo ninguna enfermedad de transmisión sexual, su madre y su padre no llegaron a reaccionar porque nunca se enteraron del hecho, las marcas en sus brazos desaparecieron a los pocos días. Sin embargo, el tiempo tampoco corrió. El tiempo se detuvo, para Olivia, aquel viernes de agosto a las 4:28 a.m.

 

*El nombre de la adolescente fue cambiado a petición de la entrevistada.

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