Beatriz Yero Wilson - Revista Muchacha.- La historia de Rouslyn es un reflejo del silencio que envuelve a la violencia obstétrica en Cuba, también resulta ser un llamado de alerta que nos propone romper este temor y, a la vez, luchar por un sistema de salud que empodere a las mujeres.
Rouslyn Navia Jordán nos contó que tenía 23 años y que, quizás, esa sea la razón por la cual no poseía mucha experiencia y desconocía lo que pasaba.
«Ingresé al hospital con 41.5 semanas de embarazo. La madre de una amiga cercana trabajaba ahí y me dijo que ella me iba a ayudar, que a las 12:00 a.m. subiera para su departamento. Yo no entendía qué tipo de ayuda podía ser esa. Resultó que era subirme en la camilla y hacerme un torniquete(1), me rompieron la fuente con una varilla y me inyectaron algo, directamente en vena, que nunca supe qué fue; dolió demasiado porque ningún proceso fue orgánico, no había dilatación, no había nada. La doctora solo sabía decirme que hiciera silencio».
Luego el personal médico envío a la joven madre fuera del lugar y le insistieron en decir que había roto fuente en el baño. Rouslyn aseguró que jamás catalogó el hecho como violencia: «simplemente lo interpreté como que alguien me ayudó a superar una situación».
«En ese momento tú no entiendes de protocolos, qué es lo que está bien, qué es lo que está mal, ni qué es el consentimiento informado, ni siquiera qué es un torniquete, ya te digo, a mí nadie me explicó nada».
Sobre la violencia obstétrica nos habló Dixie Edith Trinquete Díaz, profesora adjunta de la Universidad de La Habana y del Instituto Internacional de Periodismo «José Martí».
«Creo que es importante entender el carácter estructural y cultural de la violencia obstétrica porque eso es lo que nos va a ayudar a concebir que muchas personas practican la violencia obstétrica contra otras sin saber que están siendo violentas. Quizás esa sea la característica que distingue la violencia obstétrica de otras violencias.
«Cuando en el proceso de parto se maltrata verbalmente a una mujer es muy fácil identificar que estás siendo víctima de violencia, pero cuando se le practica a la madre una episiotomía(2), que a lo mejor esa mujer no necesitaba, la persona que lo está practicando está convencida de que está facilitando el trabajo de parto, sin embargo, clasifica como violencia obstétrica a pesar de que es difícil saber desde un primer momento si la paciente lo necesita o no».
Trinquete Díaz instó a comprender que una parte de este tipo de violencia está asociada a prácticas culturales y profesionales.
Desde su experiencia, Rouslyn Navia nos contó que algo sí le resultó muy chocante e instantáneamente lo identificó como violencia obstétrica: «fue cuando utilizaron mi cuerpo, sin consentimiento previo, para dar clases a los estudiantes de medicina que rotaban, en ese momento, por Maternidad Obrera».
«Venía el médico con los estudiantes a hacer preguntas ahí, al lado mío, sobre el proceso de parto y sus diferentes momentos; además, le pidió a cada uno/a de ellos/as que me tocaran el foco fetal, proceso para el cual tenían que apretarme la barriga y yo ahí, con todos esos dolores horribles.
«Mi parto fue una clase no consentida, mi mamá estaba afuera porque no le permitían entrar, pero estaban todos/as aquellos/as estudiantes que no tenían por qué estar ahí sin mi consentimiento. Si me lo hubieran pedido, probablemente, yo hubiera dicho que sí, pero el hecho de que ni siquiera se tuviera en cuenta mi opinión constituye una violación de la privacidad».
Asimismo, comentó que el hecho de tratarla todo el tiempo como una persona ignorante a la que no debían darle explicaciones, la colocó en una posición vulnerable.
La experiencia del parto, idealmente un momento de celebración, se convierte, de esta forma, en un proceso donde se ignora la voz de la mujer y sus deseos; las madres se transforman en objetos, sometidas a varias intervenciones sin ninguna explicación. El sistema de salud cubano, con sus virtudes indiscutibles en la atención médica, enfrenta sin dudas este fuerte desafío.
En cuanto a la implementación de medidas para corregir estos actos, Dixie Edith Trinquete comentó:
«El sistema de salud, en primer lugar, tiene que abrirse a otras prácticas profesionales y entender que lo que han aprendido hasta aquí no es la única verdad, que hay una necesidad de diversificar las fuentes de conocimiento profesional de salud y abrirlas a otras que son más ecológicas, amigables con los organismos. Se ha perdido la práctica del consentimiento informado, los médicos toman sus decisiones, las implementan y punto, velar por la ética de este consentimiento puede funcionar para evitar manifestaciones de violencia obstétrica».
Aseguró, de igual modo, que la solución trae consigo el empoderamiento de las mujeres, que estas tengan voz y voto en sus procesos de embarazo, parto y puerperio y exijan que se respeten sus derechos sexuales y reproductivos.
Ana Walkis Sánchez, estudiante de 6to año de la Facultad «Miguel Enríquez» de la Universidad de Ciencias Médicas de La Habana, compartió dicha idea al explicar que la educación e información siempre es un camino certero para todas y todos.
«Sería bueno que entre las charlas que se brindan a las embarazadas se les informe sobre sus derechos, sobre la existencia de la violencia obstétrica y las consecuencias que puede provocarles», señaló.
La implementación de programas para el personal médico, fomentando la atención humanizada, la comunicación clara y transparente, son pasos fundamentales hacia un parto respetado.
(1) Técnica mediante la cual el médico separa las membranas que contienen el líquido amniótico del cuello del útero.
(2) Corte que se hace en el tejido entre la abertura vaginal y el ano durante el parto.