Yirmara Torres Hernández - Revista Mujeres.- Durante años he sostenido largas e improductivas discusiones con hombres sobre el lenguaje como forma de discriminación hacia las mujeres.


Mis adversarios lingüísticos alegan casi todos que les parece exagerado, “cheo” e innecesario el uso de los sustantivos de ambos géneros cuando, según las normas del idioma español, el masculino engloba a ambos.

¿Qué es eso de “la niña y el niño”, “el médico y la médica”, “los trabajadores y las trabajadoras”?, me dicen cuando trato de explicarles la necesidad de visibilizar a las mujeres también a través del lenguaje.

La respuesta de ellos, con la lógica del patriarcado y lo aprendido durante siglos es una sola: “cuando se dice los niños, los médicos y los trabajadores se está diciendo todo y no hace falta particularizar”.

Por más que trato de explicarles, por más que apelo a la sensibilidad de algunos como padres de niñas, a quienes ellos mismos engloban a menudo en el sustantivo “niños”, nunca entienden mis razones.

Ellos, como tantas otras personas, dentro de las cuales incluyo a muchas mujeres, aceptan como normal que el género masculino sustituya al femenino. “Eso es así y no hay por qué cambiarlo”, es la conclusión de demasiada gente en este mundo.

Mis discusiones sobre el sexismo en el lenguaje me dejan siempre con bastante frustración e impotencia, aunque en el fondo no culpo a quienes piensan que el idioma español (y todas las lenguas en general), no deben cambiar y ser más inclusivas. Ellas y ellos solo reproducen estereotipos de género fuertemente arraigados en nuestra sociedad.

A veces, incluso me cuestiono si no estaré llevando las cosas al extremo y viendo fantasmas donde no hay. ¿Será sexista el idioma español o seremos unos exagerados quienes enarbolamos la necesidad de visibilizar al género femenino en el lenguaje?

Pero al final, cuando repaso este idioma que tanto he estudiado y amo, llego a la conclusión de que la lengua española SÍ es sexista y es el reflejo en sus normas con respecto al uso de los géneros, de la cultura patriarcal que ha dominado y domina a la humanidad.

Negar que el lenguaje es sexista sería obviar los siglos de discriminación, de anulación, de vejación y de maltratos a que han estado sometidas las mujeres.

El español, la lengua materna de cubanas y cubanos, y de otras 400 millones de personas en el mundo, legitima la discriminación femenina cuando establece, por ejemplo, que hombres somos todos: hombres y mujeres. Se le llama en términos academicistas: “masculino genérico” o, ¡qué contradicción!: “masculino inclusivo”.

Yo me pregunto: ¿inclusivo de qué o con quién? El ocultamiento de las mujeres bajo el masculino genérico es una de sus manifestaciones más evidentes. Cuando el idioma generaliza no iguala, sino anula. Mujer es mujer y hombre es hombre. Con sus similitudes y diferencias, cada cual debe ser llamado por su nombre.

Es cierto que existen otros sustantivos que pueden sustituir a hombre, como persona o ser humano. Pero el solo hecho de que el masculino haya sido elegido para generalizar, tiene una carga simbólica discriminatoria, que solo no perciben quienes no quieren ver.

Cuando las niñas y los niños aprenden las primeras reglas de la lengua y conocen esa norma aparentemente ingenua, están aprendiendo a validar la exclusión femenina.

No hay nada ingenuo en esto. La regla en cuestión es la expresión directa de un mundo dominado por el patriarcado, en el cual las mujeres no tenían derecho a existir, más que para ser segundonas o complacer al varón.

El idioma es una forma de comunicación y un sistema de códigos, pero es también una construcción social, reflejo de la humanidad y su tiempo; un ente vivo que está en constante evolución.

Hasta hace unos años nadie hablaba de sexismo en el lenguaje. Las luchas por la liberación femenina comenzaron por batallas más urgentes como la igualdad de oportunidades en el ámbito laboral, en el acceso a la educación, por la salud reproductiva, contra la violencia de género y otros derechos fundamentales como el voto.

Ante estas luchas que aún siguen siendo prioridad, podría parecer exagerado el análisis de la discriminación desde el lenguaje. Pero quienes así lo consideran subvaloran la importancia de la comunicación como una forma de validar la cultura.

Por medio del lenguaje la mujer es anulada y violentada. Cuando decimos que “detrás de todo gran hombre, hay una gran mujer” la estamos multiplicando por cero a ella; igual cuando repetimos que embellece la vida, cuando la convertimos en objeto sexual, cuando la ubicamos en el papel de ama de casa, aunque sea una excelente profesional, o cuando escribimos “madre” como sinónimo de mujer.

El lenguaje es una forma sutil y solapada, pero demasiado poderosa, de certificar la discriminación de género. Por eso, aunque suene raro a los oídos, aunque parezca redundante y algunos colegas le llamen “el virus de todas y todos”, es importante llamar la atención sobre el sexismo en el lenguaje.

No niego que cuando se lleva al extremo, la práctica de usar siempre ambos géneros puede estropear la redacción y entorpecer la comunicación. Pero cada vez que quienes comunicamos escribimos “niñas y niños”, “madres y padres”, “abuelas y abuelos” y lo hacemos con una lógica razonable, estamos avanzando un poco en la eliminación de la exclusión femenina.

Solo la Real Academia de la Lengua Española tendría la facultad de vetar la absurda regla de la anulación idiomática de lo femenino; algo que no es imposible si tenemos en cuenta que la norma de un idioma la establece el uso.

La lógica del desarrollo indica que el lenguaje que excluye se queda atrás en un mundo donde las mujeres se abren paso.

Sin embargo, en esa academia que rige el destino de nuestra lengua, muchos de sus miembros permanecen reacios a cambiar el idioma español en el sentido de la equidad de género.

En febrero de este propio año la RAE reiteró su posición de que muchos usos gramaticales y léxicos del español, considerados sexistas por algunas autoridades, no lo son intrínsecamente, recordó que abogan por la igualdad entre hombres y mujeres a través de medidas legislativas, educativas y de otro tipo, y no modificando artificialmente la lengua española.

Para ellas y ellos alterar las normas lingüísticas, no contribuye necesariamente a una sociedad más democrática ni promueve la igualdad de género.

En Cuba no es diferente. En las discusiones previas al anteproyecto del Código de las Familias salía a colación el lenguaje sexista de dicha legislación. Varias diputadas y especialistas alertaron entonces sobre la relevante función social, educativa y transformadora, que tiene el derecho al servir de guía para las acciones y decisiones de las personas.

Isabel Moya, una de las voces más autorizadas en ese binomio que constituyen el género y la comunicación en nuestro país, insistía, en que el asunto rebasaba la discusión banal de si ponemos una A, una O, o una E.

En su artículo De Gutenberg al micro chip, rompiendo silencios, recuerda que el sexismo lingüístico es el reflejo de un pensamiento conformado a lo largo de siglos de cultura patriarcal, que ha ignorado lo femenino y considerado lo masculino “como la medida de todas las cosas”.

Otro visionario fue el propio Comandante en Jefe Fidel Castro Ruz, quien en 1974, en la clausura del segundo Congreso de la Federación de Mujeres Cubanas, alertaba sobre el peligro de utilizar una terminología discriminatoria. A su juicio, “constantemente nos encontramos hasta con formas verbales, lingüísticas de discriminación de la mujer. (…) Y tenemos que tener cuidado hasta con eso (…). Hay el hábito lingüístico de colocar al hombre como centro, y eso es desigualdad, o refleja la desigualdad, refleja los hábitos de pensar (…)”.

Puede sonar absurdo para las y los machistas empedernidos de nuestro tiempo, pero quizás un día se haga justicia y sea, como es en la realidad, un disparate mayúsculo, que el término “hombre” sustituya a “mujer”, entre otras barbaridades sexistas que legitima día a día nuestra bella lengua.

Aunque abundan quienes sostienen que el lenguaje erradicará su sexismo en la misma medida en que este desaparezca de la sociedad, no está de más en los espacios que tengamos a mano, hacer un uso incluyente del lenguaje que considere a mujeres y hombres por igual.

No está de más, evitar el masculino genérico como sinónimo de humanidad, porque oculta a las mujeres y produce ambigüedad y aprovechar la variedad de recursos que ofrece nuestra lengua para un lenguaje no sexista.

No está de más evitar expresiones que denoten que alguien pertenece a otra persona a causa de relaciones de subordinación por sexo o género y corregir los refranes, chistes y otras expresiones populares que discriminen y sean sexistas.

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