Enrique Ubieta Gómez- Red en Defensa de la Humanidad - Tomado de Cubadebate.- Hoy fue el día uno de esta historia. El Capo doctor Julio (en italiano significa Jefe) de la Brigada, había hecho previamente la distribución de los equipos y los turnos, con el necesario balance de experiencia y de especialidades (sin obviar, en lo posible, empatías personales). Y hoy nos levantamos muy temprano para acompañar a los primeros que pisarían terreno “enemigo”.


Hubo presentaciones de médicos y enfermeros, italianos y cubanos, que en lo adelante trabajarán juntos, como integrantes de un equipo llamado Humanidad. En el cuarto donde se visten, la mirada severa de René, que es epidemiólogo, y trae su experiencia del ébola, no permite el más mínimo descuido. Señala, rectifica, a veces regaña, pero todos agradecen. Con admiración, el Capo de la parte italiana le comenta al nuestro: “ustedes le dan mucha importancia a la protección del especialista”.

Los cubanos bromean, pero conocen la responsabilidad que asumen, consigo mismo y con los demás. Junto a ellos entra Michelle, uno de los impulsores del acuerdo entre los dos países, que hace de traductor. Desde un costado del hospital capto la llegada del paciente número uno. Después llegarán otros, hasta completar la cifra de diez. Se pierden tras la puerta, brigadistas y pacientes.

En la tarde converso con ellos, ya bañados, cansados, todavía risueños. Me dicen que se entendieron muy bien con los especialistas italianos. Y comentan sobre las más modernas tecnologías puestas a disposición de los pacientes.

Hay una paradoja que salta en las conversaciones, con la misma insistencia que suele hacerlo el coronavirus: aquí, en uno de los siete países de mayor desarrollo económico, la tecnología es de punta y su disponibilidad en los hospitales es absoluta. ¿Por qué son útiles o necesarios los especialistas de un pequeño país pobre y bloqueado, que no puede acceder a muchos de esos sofisticados equipos?

La respuesta se posa lentamente: la tecnología es importante, pero es más importante el ser humano, el especialista formado para servir, y las políticas sociales que lo respaldan.

Ponerse y quitarse los trajes de protección, donde se define también la vida

Sin duda, la experiencia del Ébola en África ha marcado a los colaboradores que hoy enfrentan la COVID-19 en Italia. El proceso más complejo y definitorio tiene que ver, no con el paciente, sino con el propio trabajador de la salud: su completa protección garantiza que no se enferme, lo que permite que pueda continuar asistiendo al enfermo, y que no trasmita a otros la enfermedad.

Todo se decide en dos pequeñas habitaciones, por una se entra a la zona roja; por la otra se sale. Los jueces supremos de esta peculiar “aduana” en el hospital de campaña son los epidemiólogos cubanos René Aveleira y Adrián Benítez.

Ellos controlan la manera, previamente ensayada, en que deben ponerse los trajes, y sobre todo, la forma en que deben despojarse de ellos. Se turnan, pero trabajan las 24 horas.

El segundo momento es decisivo. El doctor o enfermero que sale no puede tocar la parte exterior del traje. Paso a paso, se quita su vestimenta, ante la mirada atenta del epidemiólogo. Otra cosa es el lavado de mano con una solución acohólica, que espera en el cuarto de salida.

Es tan importante que la industria médica ha producido un “juguete” singular: a modo de entrenamiento, el médico se frota las manos --antes se muestra de qué minuciosa manera debe hacerse-- con un líquido flourescente (invisible para el ojo humano) y luego las introduce en el equipo. Por un orificio comprobará qué partes no brillan, es decir, no han sido lavadas correctamente.

Solidaridad
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