Para decir esto se menciona el restablecimiento de los viajes de cubanos emigrados para visitar a sus familiares y el permiso de enviar remesas. Pero es una autorización limitada, pues los emigrados a Estados Unidos no tienen derecho de visitar su país si no cuentan con familiares en la Isla. Tampoco pueden enviar cantidades ilimitadas de dinero, sino una cuota establecida por el gobierno estadounidense. O sea las cosas son como fueron hace unos años. Allá por los noventa.

Esas medidas no son para favorecer las relaciones con Cuba sino para complacer a una masa de votantes, principalmente en La Florida.

La mayoría de los cubanos emigrados les interesa cada vez menos la vieja trifulca que aún conservan algunos malos perdedores en la mochila de la revancha. Quieren que los dejen tranquilos y no los mezclen en cuestiones de intereses, casi siempre obscuros, que puedan existir entre los dos países. La inmensa mayoría prefiere la tranquilidad del trabajo, el hogar, las vacaciones y compartir con las amistades. Como el gobierno sabe que esto es así, los complace otorgándoles el derecho menor que tenían allá por los noventa de visitar a sus familiares y enviarles unos pocos dólares. Pero esto no es mejorar las relaciones con Cuba, es simplemente entregarles parcialmente a los emigrados de origen cubano, la pequeña migaja de un derecho que les corresponde de acuerdo a las prácticas internacionales de nuestro Hemisferio.

La otra medida es otorgar visas por cuestiones culturales y conceder a medias algunas otras, a personas particulares para que visiten familiares o amigos. En esto están más limitados porque tienen una ley que permite a todo cubano, una vez que se ilegaliza en el territorio, aspirar a la residencia. Sin duda alguna, que se trata de una medida Kafkiana. Uno trata de explicar esto pero quien no haya cursado el absurdo de la política estadounidense con Cuba, no puede entenderlo.

La medida restablecida con relación a los viajes culturales e incluso las pocas para visitar familiares, tampoco agregan nada para recomponer unas relaciones que Estados Unidos ha hecho añicos durante cincuenta años de conspiraciones. No se trata de una gran conspiración clandestina, sino una oficial. Cuando varias personas se reúnen y acuerdan en secreto un plan para hacer daño se llama conspiración. Cuando lo elabora un gobierno, se trata de “intereses de política exterior”.

La autorización de intercambios culturales es un producto de esas conspiraciones. La Administración estadounidense sabe que la inmensa mayoría de las personas procedentes de países subdesarrollados, cuando llegan a Estados Unidos, se deslumbran con el despilfarro que contribuye en parte a mantenerlos en el subdesarrollo que padecen. Quienes vienen de visita individual son incluso más propenso que los otros. Las personas relacionadas con la cultura están generalmente más informados para entender y menos propensos al deslumbramiento. Los intercambios culturales es parte de la política para crear desestabilización en Cuba, partiendo de que toda persona tiene un precio. Es su manera de comprar conciencias.

Por consiguiente ninguna medida es conducente a un mejoramiento. Todas llevan el sello de los sospechosos planes de siempre. Si el interés por mejorar las relaciones fuera real, la Administración de Obama daría pasos para poner sobre sus pies las regulaciones migratorias entre los dos países. Crearía condiciones para autorizar las comunicaciones comerciales. Impulsaría en el Congreso autorizar los viajes de los ciudadanos estadounidenses, con lo cual evitarían que se continuase violando la propia Constitución del país.

Son muchas las medidas que pudiera tomar el Presidente para demostrar que quiere encontrar resquicios para mejorar la relación con Cuba. Puede autorizar a los emigrados cubanos a vivir en su país, recibiendo sus retiros y otorgarles la concesión de hacer negocios, dentro de los cánones del sistema cubano y las leyes de Estados Unidos.

En fin, son muchas las variantes de lo que pudiera hacerse y no ha hecho. Excepto unas pálidas medidas cuyo beneficio apuntan más a favorecer los planes de las políticas washingtonianas de siempre, que a un acercamiento verdadero.

Para colmo y como redundando, para que no quepan dudas que la política no quiere ser cambiada, se insiste en el bochorno de mantener a Cuba en una lista de países terroristas. Todos los mencionados en esa lista son de del Oriente. Como dice Eugine Robinson del Washington Post: “Cuba no es un estado fallido donde pedazos del territorio están fuera del control del estado”, es una nación “donde pensar que un ciudadanos privado dispone de armas y explosivos o armas terroristas de cualquier tipo, parecería un chiste”. Los países de la lista son Pakistán, Afganistán, Algeria, Irán, Líbano, Libia, Irak, Nigeria, Arabia Saudita, Somalia, Sudán, Siria, Yemén y Cuba. Meter a Cuba en esta cazuela, sin duda alguna movería a risa, si no se tratase de algo tan serio y tan ruin. Como dice el columnista Eugene Robinson: “Cuba no tiene historia de radicalismo islámico. De hecho no hay historia de islamismo en lo absoluto”. Y luego continúa diciendo que con la paranoia sobre seguridad interna que tiene el gobierno cubano y sus elaboradas redes, contactos, espías y amigos dentro de los gobiernos, la Isla de Cuba sería el último lugar en la tierra que utilizaría Al-Quaeda, para entrenar a su gente. Luego de esto, el periodista termina diciendo que la política hacia Cuba debe cambiar y para lograrlo, los primero que debe hacer Obama es dejar a un lado la pretensión de que van a encontrar terroristas de Al-Quaeda en los vuelos que llegan de Cuba.

Realmente es ridículo.