Lorenzo Gonzalo - Radio Miami.- Después de cincuenta años de una guerra fría con Cuba, la llegada al poder de un Presidente progresista, públicamente confeso de creer en el derecho de las naciones a decidir su sistema social, la política de agresión hacia la Isla, contradictoriamente continúa. Hace a penas unas horas, el Departamento de Estado decidió que los pasajeros provenientes de Cuba, Irán, Sudán y Siria, fuesen sometidos a un escrutinio especial. La medida fue implementada, como respuesta al supuesto intento de un ciudadano de  Yemén, para hacer explotar en pleno vuelo, un avión con destino a Estados Unidos.

 

No es necesario gastar el tiempo indicando que Cuba nunca ha patrocinado ningún acto de terrorismo contra Estados Unidos, ni ningún tipo de agresión similar contra ningún vecino. No existe un solo suceso comparable a los múltiples ocurridos en las regiones a las cuales pertenecen los otros tres países. Sus historias están impregnadas con dosis de violencia milenaria, atentados y procedimientos que nada se asemejan a una Cuba, cuyo ejército y sistema de defensa nació precisamente, como respuesta a las agresiones sufridas desde el exterior. Cínicamente, todas esas agresiones están vinculadas con Estados Unidos.

Durante la época, que los Estados Unidos utilizaba sus embajadas en Sur América como cuarteles generales para planear y ejecutar actos de violencia contra los líderes de la izquierda latinoamericana, Cuba respondió ofreciendo ayuda material y moral a las organizaciones insurgentes de la región. Fue otra manera de defenderse.

A partir de su expulsión de la OEA, los países del Hemisferio entregaron totalmente el mando a los asesores y cuerpos de seguridad estadounidenses. Cada uno de ellos fue utilizado por los intereses de Washington para entorpecer el desenvolvimiento del estado cubano. Estados Unidos obligó a toda la región a trabajar en función de su terca decisión por controlar la Isla. En medio de problemas sociales de enormes dimensiones, las naciones del Continente Sur, se vieron obligados a destinar recursos para satisfacer las políticas del Vecino del Norte.

En la medida que aquella política de Estados Unidos, beligerante y militarmente agresiva continuó, Cuba mantuvo su compromiso con las organizaciones que defendían el derecho de sus países a la  soberanía y a las aspiraciones ciudadanas de sus sociedades a una democracia real. Era un compromiso moral y a la vez, un procedimiento legítimo de defensa.

El desarrollo ulterior de los acontecimientos permitió finalmente, al Continente Suramericano, hacer efectivos algunos de los mecanismos elementales que definen la democracia. El voto cobró cierta validez y los partidos fueron más o menos respetados. Dentro del sistema, la lucha por el progreso se hacía posible. La insurrección comenzó a convertirse en cosa del pasado. El Bloque Soviético se derrumbó, Namibia adquirió su independencia, Sudáfrica se retiró de los territorios ocupados y Cuba se llevó sus tropas de Africa.

Salvo el legítimo apoyo moral a las luchas políticas de las fuerzas progresistas latinoamericanas, como legítima solidaridad practicada por todas las tendencias y países, respecto a sus homólogos o simpatizantes, Cuba regresó materialmente a su territorio.

La decisión de Estados Unidos de definir a Cuba como un país terrorista, es un cinismo propio del poderoso que desprecia a quienes considera débiles por una decisión de facto nacida de su arrogancia.

Mantener a Cuba en la lista de países terroristas, a los que nunca perteneció, es un acto de propaganda para reforzar campañas contra un país que denodadamente lucha por encontrar vías efectivas y viables de desarrollo, que no impliquen la entrega de la economía y el control social a intereses foráneos.

Del Presidente Obama se pueden hacer múltiples análisis para explicar su conducta exterior errática respecto a Afganistán, insistiendo en combatir el terrorismo con el terror, en lugar de buscar fórmulas de consenso  con la comunidad internacional en un plano de igualdad.

Se pueden alegar razones de “establishment”. Podríamos hablar de los intereses que se mueven en los entretelones de Washington para mantener el poder del complejo militar industrial y de un Congreso que en su mayoría no coincide con sus criterios. Sin embargo no hay análisis posible para justificar que Cuba permanezca en una lista del Departamento de Estado, como país terrorista, porque la ridiculez de semejante decisión es obvia, excepto que el Presidente también esté identificado con la cara obscura de Washington.

La única explicación sería, que al Presidente lo obliguen esos intereses a aplicar la Doctrina Monroe: “América para los americanos” y no encuentre maneras para deshacerse de las presiones y denunciarlas públicamente. También es posible que el Presidente esté convencido de aquella doctrina elaborada por John Quince Adams y atribuida al Presidente James Monroe en el año 1823.

No obstante y al margen de cualquiera de esas dos razones, sería bueno que el Presidente releyera sus propios libros, reflexionara sobre sus experiencias y confesara su más íntimo sentir sobre el tema.

Sería saludable, porque así todos podríamos llegar a una conclusión cierta y saber finalmente, si se trata de un Presidente cautivo o un Presidente convencido.

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