Pedro de la Hoz - La Jiribilla.- Aunque el catálogo de sus personajes cuenta con linajudas figuras como Don Cizaño y Mogollón, símbolo uno de la prensa reaccionaria opuesta a los cambios sociales operados a raíz del triunfo revolucionario y otro de la vagancia y la indolencia antisocial, o como El Barbudo, síntesis de la vocación social de resistencia, es difícil desplazar a El Loquito de su bien ganada jerarquía al frente de la galería de criaturas de René de la Nuez.

Desde que en 1957 irrumpió en la prensa cubana, esa figurilla magra, de ojos extraviados, nariz puntiaguda y tocado con un improvisado gorro de papel periódico, pasó a formar parte del imaginario popular.


No puede desligarse su recepción y seguimiento de las circunstancias en que nació: el incremento de la represión del régimen de Fulgencio Batista, el resquebrajamiento y la insostenibilidad de la dictadura, el comienzo de la lucha insurreccional en las montañas orientales y el cada vez más masivo deseo de cambio ante la situación imperante.

El humor político siempre ha tenido entre sus funciones la de comentar la actualidad. Si la creación humorística, en sentido general, pone al descubierto incongruencias, despropósitos, anomalías y situaciones desbalanceadas o contrastantes que inciden en la realidad, el humor político, de manera particular, acentúa ese perfil crítico sobre un material sumamente volátil y a partir de coordenadas dinámicas muy inestables.

Se requiere, por tanto, de una capacidad de respuesta inmediata por parte del humorista y de una muy aguzada sagacidad para fijar rasgos y decantar de la inmediatez sus esencias.

Esas cualidades afloraron tempranamente en la profesión humorística del joven de apenas 20 años que era entonces Nuez. Hoy es fácil situar antecedentes, señalar influencias, determinar líneas de continuidad con el linaje de, por ejemplo, El Bobo, de su coterráneo Eduardo Abela.

Pero en aquel momento cada dibujo de Nuez representaba un reto apremiante, por cuanto debía condensar en una viñeta la explosividad de la situación política anteriormente descrita, hacerla sintonizar con el estado de ánimo de la inmensa mayoría de la población y, por demás, sortear los obstáculos de la censura oficial. Para lograr esto último tampoco podía ser hermético ni entregarse a elaborados rejuegos intelectuales, so pena de perder eficacia comunicativa.

El ingenio de la mano de la sencillez y el talento asistido por la sensibilidad hicieron el milagro: un humor artísticamente impecable y políticamente demoledor.

Logro mayor si se quiere fue el de haber bautizado al personaje con un apelativo que en nuestro país adquiere una connotación semántica oscilante. No son pocos los que siempre han considerado, entre nosotros, que los locos, y más los loquitos, suelen ser más lúcidos que muchos cuerdos.

Este símbolo fue caro a Cervantes cuando detrás de la aparente sinrazón del Quijote dijo muchas y tremendas verdades.

Cuba
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