René Vázquez Díaz - Le Monde Diplomatique.- Para el pueblo de Cuba, el año pasado terminó con el saldo de tres huracanes cuyas secuelas no han sido lo suficientemente esclarecidas. ¿Qué significa para un país pobre y bloqueado haber tenido que emplear más de 10 mil medios de transporte, habilitar miles de albergues para proteger a 3 millones 179 mil 846 personas y enfrentarse a una situación casi bélica con 7 muertos, más de 20 heridos y 500 mil viviendas dañadas, la mayoría con pérdidas totales de techo además de graves averías? El municipio de Los Palacios, a unos 140 kilómetros de La Habana, sirve para ilustrar esta sombría realidad: Ike y Gustav causaron allí daños severos en más de 90 mil casas, además de destruir los cultivos tradicionales de la región. 

Decenas de miles de hectáreas de cosechas fueron devastadas, así como instituciones económicas vitales, policlínicos y hospitales y numerosos centros educacionales. Más de 460 instalaciones culturales (cines, escuelas de arte, teatros, bibliotecas, casas de cultura, museos y galerías de arte) fueron afectadas, muchas de ellas con derrumbes totales. El mundo vió las terribles imágenes, y no tardó en olvidarlas. Pero el viento dejó daños que superan los 5000 millones de dólares.

Si en esas trágicas circunstancias no surgieron brotes de epidemias en Cuba, fue por la eficacia de un sistema de salud capaz de funcionar en condiciones equiparables a una guerra, y a la racionalidad con que se reparten los escasos medios disponibles. El control sanitario y epidemiológico salvó a Cuba de los brotes infecciosos asociados a este tipo de catástrofes especialmente propicias para la proliferación, en escombros y aguas estancadas, de agentes transmisores de enfermedades como el dengue. Según informes del Ministerio de Salud Pública, Cuba colabora en 30 convenios bilaterales y más de 200 proyectos internacionales de vigilancia epidemiológica. Gracias a un impresionante despliegue de organización y racionalidad, el Estado repartió gratuitamente módulos de aseo personal, medicamentos, mosquiteros, ropas, calzados, carpas, frazadas, botellas de agua, láminas de zinc, tejas y fundamentalmente alimentos en las zonas más afectadas, por ejemplo en Guantánamo, Holguín, Las Tunas, Camagüey, Pinar del Río y la Isla de la Juventud.

Experiencias

El viento se llevó de Cuba el ambiente de bienestar creciente en que se vivía antes del paso de los huracanes. El retroceso económico ha sido tremendo. Pero también nos dejó algunas experiencias que es imperioso precisar.

La Administración cubana demostró ante el mundo que su preocupación primordial son las vidas de sus ciudadanos.

Numerosas naciones mostraron su solidaridad con Cuba, enviando donaciones y suscribiendo nuevos convenios de cooperación. La ola de solidaridad ha sido también tremenda.

Un esctricto sistema de control articuló las instancias involucradas en la tramitación, recepción y distribución de los donativos, de modo que Cuba fue calificada por el II Encuentro Internacional Marco Multilateral y Cooperación Descentralizada para las Metas del Milenio ( Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo ) como referente en Latinoamérica y el mundo al lograr que la ayuda humanitaria recibida para su recuperación llegase a los lugares más necesitados.

El Ministerio de Cultura y la Unión de Escritores y Artistas demostraron que la cultura también puede restañar heridas, creando brigadas culturales que fueron a actuar a los lugares afectados. Un músico dejó este testimonio: "Jamás nos imaginamos que íbamos a encontrar lugares tan desolados, a gente que lloraba en nuestro hombro, y otros que nos abrazaban y sentían nuestra solidaridad".

Aprovechándose del desastre, el Gobierno de EE UU intentó chantajear a Cuba ofreciendo una ridícula ayuda de 100 mil dólares, siempre y cuando los cubanos aceptaran ser inspeccionados por expertos estadounidenses. Tan solo cuatro meses antes, la USAID había distribuido 45 millones de dólares, asignados por la administración Bush a las organizaciones e individuos que participan en la guerra no declarada contra el pueblo cubano, es decir 32 millones más que el año anterior y 450 veces más que los humillantes 100 mil dólares ofrecidos para paliar una de las mayores catástrofes que la Isla haya sufrido en los tiempos modernos.

Periódicos como el New York Times, el Miami Herald y el St. Petersburg Times se manifestaron a favor de hacer algo sin demora para aliviar el sufrimiento de los cubanos. Los obispos católicos norteamericanos solicitaron a su Gobierno que levantase, aunque fuera por unos meses, la prohibición vigente, en virtud del Plan Bush, de que los emigrados cubanos envíen remesas y viajen a Cuba. El entonces candidato a la Presidencia Barack Obama lanzó una demanda semejante, secundado por el congresista republicano Jeff Flakes.

El Gobierno de Cuba envió una nota al de EE UU declarándose " dispuesto a comprar los materiales indispensables que las empresas norteamericanas exportan a los mercados", y solicitó "la autorización para el suministro de los mismos, así como de los créditos que son normales en todas las operaciones comerciales".

Pero el Gobierno de EE UU se negó a levantar temporalmente el bloqueo y le sigue negando a Cuba el derecho de comprar, en sus mercados, materiales para reparar viviendas y techos así como componentes para restablecer las redes eléctricas. Ya en su condición de Presidente, Obama ha dicho que no levantará el embargo.

Ante la desgracia de sus compatriotas de la Isla, los cubanos de la emigración se dividieron en dos bandos: los reunidos en torno a publicaciones como Encuentro, Cubanet, etc, orientadas a implementar fratricidamente la política de EE UU contra su propio país y que existen sólo gracias a la tajada que obtienen de los 45 millones antes mencionados, banalizaron los graves efectos de la catástrofe y desvirtuaron los esfuerzos del Gobierno cubano por enfrentarlos. Por otra parte, las asociaciones de la emigración que trabajan contra el bloqueo en España, Suecia, Francia, Italia, Gran Bretaña, etc, se solidarizaron con el pueblo de Cuba e instaron a EE UU a responder positivamente a la solicitud de Cuba.

Conclusión

Al pedir el levantamiento temporal de las sanciones contra Cuba frente una catástrofe, Obama hizo constar que esas sanciones son inmorales y atentatorias contra la población cubana inocente, y contra la Ley Internacional. Al agravar el sufrimiento y las penalidades de un grupo humano afectado por un desastre natural, poniendo en peligro la vida y la salud de millones de personas inocentes, la persecución a las actividades económicas de Cuba así como las prohibiciones en relación con la adquisición de medicinas y alimentos constituyen un crimen de lesa humanidad. Pues cuando los gobiernos están en conflicto, las leyes humanitarias internacionales los obligan a minimizar los efectos de sus actos hostiles sobre la población civil inocente.

La Convención sobre la Prevención y el Castigo de Crímenes de Genocidio , en su artículo 2, estipula que se entiende por genocidio cualquiera de los actos siguientes: perpetrar actos con la intención de destruir, total o parcialmente, a un grupo nacional, étnico, racial o religioso. Matar a miembros del grupo. Infligir lesiones graves a la integridad física o mental de los miembros del grupo, o someter intencionalmente a dicho grupo a condiciones de existencia destinadas a producir su destrucción total o parcial.

Además de estas duras enseñanzas, los huracanes nos dejaron esta pregunta crucial: ¿qué hará el Presidente Obama si este año Cuba se ve afectada por otro huracán devastador? Si de verdad la nueva Administración estadounidense desea restablecer el respeto a la Ley Internacional, ¿como ignorar el masivo repudio al bloqueo en el seno de la ONU? Ni siquiera en los peores momentos del Periodo Especial el bloqueo se ha revelado tan claramente como una forma especializada de genocidio.
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