Magda Resik - La Jiribilla .- Hubo un tiempo en que La Jiribilla era ese sueño posible en las conciencias de dos o tres lúcidos visionarios de su alcance y posibilidades. Entonces, el empleo de Internet como espacio para la comunicación y la libertad posible de llegar sin censuras al mundo, no había calado tan hondo en el universo periodístico cubano. Y la publicación fue surgiendo dueña de su propia imagen, con ese ángel pícaro y dicharachero a cuestas, y un pequeño refugio para la creación donde apenas alcanzaban los metros cuadrados para concretar quimeras.

 

Tampoco los recursos tecnológicos abundaban y hasta una silla era un bien altamente preciado por el equipo que cada madrugada  de viernes a sábado, alumbraba contra viento y marea la versión digital de esta emblemática revista de la cultura cubana.

Han pasado ocho años y con ellos creció el ángel jiribillero. Se multiplicó en una versión digital, otra necesariamente impresa para hacer valer la añeja tradición del papel y la letra entintada; un sinnúmero de discos, pasquines, afiches… y una vida cultural que pasa por exposiciones de artes plásticas y conciertos que convocan en el Patio de Baldovina, en un diálogo siempre intergeneracional, a los que por nada del mundo se pierden una cita con La Jiribilla.

La revista caló hondo. Heredera del espíritu criollísimo de Orígenes y Avance, compañera de luchas de Casa y Revolución y Cultura, esta publicación se precia de contar con colaboradores que desde todas las latitudes sienten el placer y la obligación amorosa con nuestro país, de “estar”. Estar en La Jiribilla es tomar partido por lo más genuino del arte y la literatura cubanos. Estar en La Jiribilla es asumir que somos multiculturales y solidarios. Estar en La Jiribilla es concebirnos dentro del universo todo, pero desde la singularidad patria. Estar en La Jiribilla es sensibilidad y hondura desde el compromiso humano y afiliarse a un discurso creativo, sólido, talentoso, a contracorriente de la profusa banalización a la que se intenta reducir el pensamiento contemporáneo. Pero sobre todo, estar en La Jiribilla es estar con Cuba.

Son ya cientos y miles los que cada semana acuden a la cita ciberespacial con notables intelectuales del orbe que pudiendo trazar sus huellas en otros sitios de la comunicación —más “visibles”, más sonados o mejor pagados—, apuestan gustosos por este espacio de concertación civilizada, donde casi siempre se dice lo que en otros muchos medios se pretende acallar. Razón tenía Fidel cuando anunció bajo un simbólico árbol de yagruma, rodeado de trovadores, las maravillas que se podrían levantar desde una fortaleza virtual como La Jiribilla. En ocho años hemos vivido hermosas y útiles experiencias, en los venideros, a la manera de El Quijote incitando  a Sancho: “cosas veredes que farán hablar las piedras”. Y si a destiempo los creídos enemigos de la soberanía patria “ladran” contra  La Jiribilla, “es señal que cabalgamos”.

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