Manuel Garcia Sanchez - Cubainformación.- Estoy frente a mi ordenador ahora mismo intentando escribir unas palabras sobre Ernesto Guevara de la Serna. La experiencia es francamente “especial”, pues tengo como fondo de pantalla una foto que me hice en la Plaza de la Revolución de la Habana, pero no solo eso: detrás de la pantalla de la computadora pende una bandera del protagonista de este texto; a la izquierda, unas postales del argentino pegadas en el armario; a la derecha de la insignia, un espejo con su rostro grabado; debajo del espejo, un almanaque que me regalaron en Cuba sobre el 50 Aniversario de la Revolución; y si seguimos girando la vista un poco más a la derecha, nos encontramos una gran bandera de Cuba que cuelga del hilo telefónico.


Hay quien me dice que lo que hay en mi habitación no es simplemente una decoración estética gratuita, es, dicen, más bien un santuario al Ché. La verdad es que no me ofenden esas palabras en absoluto, pues siempre se me viene a la memoria la frase de Julio Cortázar: “mis dioses no están en el cielo sino en la tierra”. En este punto creo que no debo insistir más, pues yo no rezo al Che (creo que él tampoco rezó en ningún momento de la revolución), pero eso sí, hago a este personaje histórico bien presente en mi morada, pues creo que es un modelo a seguir, un paradigma real, un ejemplo a imitar.

 

No obstante, olvidemos subjetividades del que aquí escribe, y centrémonos en la temática de este escrito planteada ya en el título de esta reflexión: “el Ché, un desconocido”.   Existe en antropología un medio de estudio que se llama “trabajo de campo”, éste consiste básicamente en contrastar empírica y positivamente lo que se quiere analizar y estudiar, es decir: ¿queremos saber si la gente conoce al Ché? ¿Qué es lo que tenemos que hacer? Básicamente esto: preguntadles. Y es ahí donde toda mi tesis cobra sentido.

 

Múltiples son los iconos del Ché, infinitas las banderas y las pegatinas de su rostro… ¡ay! Están por doquier, incluso donde no deberían estar. Ahora bien, hagamos ese experimento, interroguemos a todos aquellos que consigo llevan algo de Guevara el motivo de por qué lo llevan, y que nos digan quién narices es ese “Che” tan famoso. El resultado es el siguiente: nulos son los conocimientos sobre el Ché (como de tantas otras cosas). ¿Cómo surgió el apelativo “ché”? ¿Cómo nació esa famosa imagen de su rostro que pulula por todos lados? ¿Cómo surgió, y bajo qué circunstancias y presupuestos, la expresión “hasta la victoria siempre”? ¿Cómo llegaron a conocerse Fidel y Ernesto? ¿Qué significa eso de “internacionalismo”? ¿Por qué abandonó Cuba? ¿Cuáles fueron realmente los motivos por los que a muchos no le interesaban que siguiera vivo? Y todas estas preguntas son básicas, si queremos profundizar (filosofar) más sobre la temática podemos continuar con la interrogación: ¿qué modelo económico defendía? ¿En qué se acercaba y en qué se escindía del marxismo (modelo político)? ¿Cuál era su síntesis filosófica de todo lo que pretendía transmitir? Bueno, dejémoslo aquí, pues, en cierto sentido, hay que ser algo cruel para demostrarles a nuestros interlocutores que su existencia “simbólica” es como una cáscara vacía (vana) que carece de todo tipo de significación…

 

Obviamente, no voy a ser yo quien conteste a estas preguntas, al menos no es mi misión en este ensayo. Sólo me conformo con subrayar la tesis de este escrito: el Ché, tal como lo contemplan la mayoría de sus partidarios inconscientes y sus retractores, es un auténtico desconocido. Y el motivo no es porque su existir en la historia haya sido confuso o escaso, sino porque, como ya he sugerido antes, en la mayoría de temas,   el pueblo (en general) no quiere profundizar, no quiere saber, y por ende, no quiere entender. Prefieren seguir “pasivamente” el acontecimiento de sus vidas y la de los demás porque, cómo no, “pensar” es algo nada fácil, algo que, hoy en día, está casi prohibido, y el motivo es que en los tiempos que corren no se buscan pastores, sino rebaños, borregas dispuestas a obedecer sin más. ¡Y así nos va!

 

Al Ché, por dar una chispa a la vena revolucionaria que llevo dentro, por recordarme, entre muchas cosas, que Julio Cesar no estaba muy equivocado cuando decía: “si vis pacem, para bellum” (“si quieres la paz, prepara la guerra”).

Cuba
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