Rosa Miriam Elizalde - Cubaperiodistas.- La Revolución se hará con las mujeres o no se hará. Son ellas las que crean los canales de financiamiento, las que montan las casas de seguridad, las que organizan las redes que sostienen a la guerrilla en la Sierra Maestra y las que, como Eugenia Verdecia, llevan debajo de sus faldas cartuchos de dinamita, granadas de mano, balas, peines de ametralladoras, fulminantes. “Con heroínas anónimas como estas, que imitan en todo a las mambisas del pasado, no puede haber causa perdida”, escribe el joven Raúl Castro, el sábado 29 de diciembre de 1956.
Vilma Espín, el amor guerrillero de Raúl y su compañera de toda la vida, completará la educación feminista del líder revolucionario, pero basta repasar qué ocurrió antes y después de que ellos se enamoraran en los trajines de la guerra para descubrir que estas es una historia de coherencia. Venía de antes su “feminismo”, esa idea de que hombres y mujeres son iguales y tienen los mismos derechos, que comparten las obligaciones y poseen en común la misma agenda de cambio social. De lo contrario no se explicarían esas palabras admirativas de Raúl en su diario poco después del desembarco del Granma, ni el rol que tuvieron las mujeres en el Ejército Rebelde, donde llegaron a constituir un pelotón, “Las Marianas”, mientras Asela de los Santos dirigió en plena insurgencia el Departamento de Educación del Segundo Frente Oriental, que comandaba Raúl.
Junto a Teté Puebla y niño campesino en la Sierra Maestra.
En el Ejército Rebelde no solo eran los hombres los que tenían el privilegio de vivir y morir por la patria. Desde esta perspectiva, la guerrilla cubana superó a otros frentes revolucionarios, antes y después de 1959, que dieron a las mujeres solo puestos subalternos. Teté Puebla, segunda jefa de Las Marianas, ha recordado cómo se ganaron el derecho de vérselas cara a cara con los soldados batistianos en el campo de combate y por qué tuvieron ellas la comprensión de Fidel y de los demás líderes guerrilleros: “Las causas que maduraron nuestra decisión de insistir para incorporarnos como combatientes, más allá de ser cocineras, lavanderas, costureras, enfermeras o mensajeras, fue fruto de un sentimiento maternal de furia y rebelión ante las atrocidades que sobre el campesinado cometió la tiranía durante la ofensiva iniciada en mayo de 1958: niños asesinados en bombardeos y ametrallamientos, hijas y esposas de campesinos violadas en su presencia, familias enteras masacradas, casas y sembradíos quemados”.
Había nacido una propuesta revolucionaria en femenino y ellas participaron en los combates como el que más, caminaban sin descanso, compartían las privaciones, escribían su diario, mantenían la calma cuando se escuchaban los disparos enemigos. Se puede especular que quizás el amor entre Vilma y Raúl no habría existido sin esos aires de respeto, igualdad y admiración por la mujer. Vilma era delicada como un lirio y fuerte como la roca volcánica de la Gran Piedra, y el Comandante guerrillero se rindió a un sentimiento por una mujer absolutamente fuera de serie que sabía apuntar con un fusil y dirigir a hombres curtidos en una guerra feroz contra los esbirros de la dictadura, y que tenía además una sólida educación técnica y artística. Se había graduado como Ingeniera Química y había bailado “El lago de los cisnes”; tenía un posgrado del Instituto Tecnológico de Massachusetts y cantaba con preciosa voz de soprano y pintaba. Para él dibujó un autorretrato en diciembre de 1958: “Espero que estemos siempre juntos y no sea necesario que cuando quieras verme apeles a esta foto”.
“Fue un amor muy bonito, que no se apagó con los años”. Quien lo dice es Yolanda Ferrer, que tenía 13 años cuando conoció a Vilma en los preparativos de lo que Fidel llamaría “una revolución dentro de la Revolución”: la Federación de Mujeres Cubanas. La FMC, que cuando muere Vilma en 2007 dirigirá Yolanda hasta 2012, surgió para defender y ejecutar aquel proyecto de liberación femenina que tenía que bregar con siglos de cultura machista e incomprensiones dentro de las propias filas revolucionarias: “¿Por qué una organización de mujeres solamente si habíamos luchado unidos, si la Revolución había condenado toda discriminación, incluida la del sexo?”, era el tipo de pregunta que hacían entonces algunos compañeros y que el propio Raúl recordaría en uno de los aniversarios de la Federación.
Raúl Castro en la Sierra Maestra.
“Raúl fue el primero que supo que las mujeres querían organizarse. Se lo dijo Vilma y el apoyo de él fue absoluto desde el primer instante”, cuenta Yolanda. “Las mujeres del Secretariado de la FMC pudimos conocerlo en su doble dimensión: primero, como el extraordinario dirigente de la Revolución cubana que es -estratega brillante, de gran modestia y lealtad a Fidel, con un gran sentido del humor… También lo conocimos como ser humano, como padre, como abuelo, como esposo. Ellos fueron un ejemplo de familia y hablo en pasado, porque ella no está físicamente.” Yolanda, a quien se le quiebra la voz cada vez que menciona a Vilma por su nombre, afirma que, independientemente de donde estuvieran y las tareas que pesaran sobre ellos, el matrimonio se hablaba por teléfono desde el trabajo al menos un par de veces al día y planeaban los encuentros con los hijos y los nietos en la intimidad familiar.
(Tomado de Cubaperiodistas)