Iroel Sánchez - La pupila insomne.-
¡Y nunca olvidaremos que formamos parte de ese mundo, que nuestra suerte es la suerte de ese mundo, que nuestra victoria es la victoria de ese mundo contra el imperialismo, y que la derrota de ese mundo sería nuestra derrota y nuestra esclavitud!
Fidel Castro, Discurso de clausura del XII Congreso de la Central de Trabajadores de Cuba. 29 de agosto de 1966
Allá por marzo de 2014, en los albores de lo que sería el proyecto contrarrevolucionario Cuba Posible, uno de sus asiduos contribuyentes, en entrevista con una corresponsalía de Miami en la Isla, aconsejaba a Cuba en sus relaciones con Estados Unidos: “es mejor, para el actor más débil, adoptar cambios que lo hagan caber o entrar en un rompecabezas mayor donde predomina el liderazgo norteamericano”. El entrevistado lamentaba que los dirigentes cubanos “no se sienten cómodos con el mundo de esa manera y hacen todo lo posible por cambiarlo”
Realmente, la asimetría de la relación de Cuba con un país vecino que tiene treinta veces su población y es el poder económico y militar más importante del mundo es tal, que la propuesta de uncirse al yugo y perder la martiana estrella en la frente, aceptando el mundo tal como es y renunciando a cambiarlo, pudiera parecer atractiva a algunos que piensan más como estadounidenses que como cubanos. El plattismo y el fatalismo geográfico tienen su parte en la historia nacional, cosa que se enseña, no en las universidades estadounidenses sino en la escuela primaria nacional.
También se enseña a los niños cubanos, aunque algunos lo malaprendan o pretendan olvidarlo de adultos, que hasta 1959 Cuba era un país con monocultivo (la caña), en tierras de propiedad norteamericana pero ubicadas en su territorio, que exportaba un solo producto (azúcar) a un solo mercado: Estados Unidos. Las empresas estadounidenses habían comprado las mejores tierras a precio de centavos la caballería después de una guerra en la que su gobierno intervino de manera oportunista cuando los cubanos tenían acorralado al mayor ejército que tuvo España en América.
Desde los inicios de aquella contienda por la independencia de Cuba y Puerto Rico, José Martí, su principal organizador, dejaría escrito para la posteridad su intención de inmiscuirse en asuntos incómodos: “Es un mundo lo que estamos equilibrando; no son sólo dos islas las que vamos a liberar” y definiría también que cuanto hizo y haría era para “impedir a tiempo con la independencia de Cuba que se extiendan por las Antillas los Estados Unidos y caigan, con esa fuerza más, sobre nuestras tierras de América”.
Martí fue un hombre que, con una visión universal, escribió sobre las luchas de los pueblos en los más diversos entornos: Su primera obra literaria (Abdala) se sitíua en el Oriente Medio y es difícil un pueblo defensor de su soberanía que no haya tenido a su lado la pluma martiana. De Irlanda a Vietnam, como los pueblos originarios de lo que él llamó Nuestra América, tuvieron en él la mirada atenta y profunda sobre sus resistencias, como también los obreros de Chicago que el mundo del trabajo honra cada primero de mayo.
Martiano ejemplar, Fidel comprendió que limitar el accionar de la Revolución en el campo internacional a denunciar las agresiones del imperialismo estadounidense, sin a la vez tratar de cambiar el entorno en que este las apoya, sería suicida para los revolucionarios cubanos. Por su visión humanista y universal martiana, pero también por la comprensión de que esa enorme asimetría solo pude equilibrarse con una participación activa y fundante en el escenario internacional. Por eso, lejos de concebir las relaciones entre Estados Unidos y Cuba solo como un problema bilateral, o reducirlas al tema del bloqueo económico, siempre tuvo de estas una visión integral y global.
De las nacionalizaciones y los Cinco puntos de la Crisis de Octubre al Juramento de Baraguá, pasando por las batallas contra la extraterritorialidad del Título III de la Ley Helms-Burton, contra el Plan Bush, por el regreso de niño Elián y la libertad de los Cinco antiterroristas cubanos injustamente condenados en Estados Unidos, el Comandante hizo de la lucha antimperialista un instrumento de cohesión social con el pueblo de protagonista, una razón para la movilización popular en Cuba y de la opinión pública internacional que impusiera un alto costo político al adversario.
De la ayuda a los movimientos de liberación nacional y la formación masiva de profesionales para el Tercer Mundo al envío de brigadas médicas y la exportación de competitivos productos biotecnologicos, incluyendo sus recientes y muy efectivas vacunas contra la Covid 19, el papel de Cuba en el mundo ha sido y es mil veces superior a lo esperable de un pequeño país resistente en las fronteras del mayor imperio de la historia.
El imperialismo estadounidense no es un problema de Cuba, es un problema de la humanidad. Las políticas de Estados Unidos no amenazan solo a Cuba, amenazan la supervivencia misma de la especie humana. La emergencia de nuevas y crecientes contestaciones a esas políticas,reconocen ese papel que la Isla ha sostenido como símbolo de resistencia a esa pretensión hegemónica.
Eso es lo que explica la impresionante, diversa y solidaria recepción que acaba de tener la delegación encabezada por el Presidente cubano Miguel Díaz-Canel en Argelia, Rusia, China y Tuquía, poco después del trigésimo rechazo apabullante al bloqueo económico de Estados Unidos contra Cuba en la ONU, o la descalificación casi unánime de una Cumbre de las Américas sin los cubanos. No es sólo que esos países apoyen a Cuba, es también que al apoyarla saben se están apoyando a sí mismos en una hora crítica en que las órdenes de Washington ya no las obedecen ni en Arabia Saudita.
Otra vez sintetiza Martí: «Cuba no anda de pedigüeña por el mundo, anda de hermana, y al salvarse salva, y obra con la autoridad de tal”. Lo saben amigos y enemigos, como debemos saber aquí que para mantener esa autoridad con que la palabra Cuba admira al mundo, lo decisivo es lo que hagamos con ese apoyo, en esta isla, y más allá, quienes nos llamamos cubanos.
(Granma)