Raúl García Sánchez* - Vocesenlucha.- Una de las tareas que desde Vocesenlucha nos reclaman al regreso a tierras castellanas es la continuación y ampliación de un Catálogo de vestigios de la guerra civil y la dictadura en la provincia de Albacete. Por ello escribo parte de estas líneas desde Ayna, un hermoso pueblo literalmente sumergido en los montes de la Sierra del Segura al que llaman la Suiza manchega. Aquí se rodó la loca y genial Amanece que no es poco, que retrata con humor surrealista la vida en un pueblo donde “es verdadera devoción lo que hay por Faulkner”, como dice el cabo de la guardia civil ante el maestro, a quien no se le ocurre otra cosa que ¡plagiar a Faulkner!; donde crecen hombres en el bancal con “cuerpo de Góngora”, se recetan versos de Quevedo para tratar los males y la guardia civil acompaña a los borrachos a la taberna tras decir cosas como “lo de dar guantazos es un esquema muy sintético que conviene utilizar poco, y utilizarlo bien, casi en plan poético diría yo, guas guas, como algo prodigioso”. En plena época del tricornio, en una escena la guardia civil acude a contemplar el amanecer y se topa con el personaje que interpreta Luis Ciges, quien le dice a su hijo sentado en el sidecar: “hijo, yo creo que debemos acompañarlos, porque una cosa tan sutil y que llame tanto la atención de la guardia civil, con lo fieros que son, es que tiene que ser algo muy llamativo”. Sumados todos a contemplar el espectáculo del amanecer, resulta que amanece al revés. Ante esas, el cabo, furioso, se lía a tiros con el sol. “Yo no aguanto este sin dios”, grita ante semejante subversión del orden.


Recorrer los pueblos y caminos de la mancha profunda en busca de vestigios franquistas es algo menos mágico y más prosaico. Pero no deja de compartir el surrealismo. Lo cierto es que con tal tarea se toma dimensión del poder de lo simbólico como instrumento de difusión de ideas y valores. Y de cómo levantar un proyecto político de sociedad, sea del horizonte que sea, necesita de la construcción de ese universo simbólico, una especie de arquitectura de significados que encofre culturalmente al proyecto. 45 años han pasado desde que murió en la cama el dictador Francisco Franco y los símbolos de la cruzada que encabezó, que no duró 3 años sino cuatro décadas, perviven en calles, plazas, iglesias, caminos y carreteras. Lo simbólico construye imaginarios de vida, narrativas y sentidos cargados de valores y sentires compartidos. Horizontes culturales comunes. Las menos de las veces, por ahora, de carácter comunitario y popular en el sentido emancipatorio de ambos conceptos.

Hace rato que sabemos que el cuarto poder no es tal, menos en estos tiempos. La categorización es ineficaz en una realidad multiforme y multifactorial. La comunicación es el poder, un poder de primer orden que se engarza y se funde, desde el minuto uno, con los otros poderes. Eso se multiplica en tiempos de guerra. Psicológica y literal. La propaganda fue siempre la hija mimada de grandes poderes, potencias e imperios. Mucho antes de la creación de los llamados medios de comunicación de masas. El Imperio Romano utilizaba el arte como forma de propaganda. La escultura, la arquitectura o las monedas eran vehículos que transmitían ideas, formas de pensar, matrices culturales. Por ese mismo motivo el franquismo regó todo el Estado de referentes simbólicos de exaltación del régimen, desde la capital hasta el pueblo más chico; desde un sello hasta una moneda; desde un cartel a una cartilla; de un libro a una enciclopedia; de un noticiero a un anuncio o una película.

Antes de que el franquismo convirtiera a los pueblos de España en un experimento nacionalcatólico y perverso, durante la mal llamada guerra civil, tanto republicanos como fascistas contaban con órganos de censura. En las filas republicanas, Arturo Barea, autor de la obra maestra La forja de un rebelde, fue destinado a la Oficina de Prensa Extranjera y Propaganda. Su misión, evitar que salieran al mundo noticias que hicieran dudar del éxito de las fuerzas republicanas. Con compañeras y compañeros dejándose la vida por la libertad en las trincheras, el control de la información era también un arma de guerra. Edward Knoblaugh, corresponsal extranjero en España y quien probablemente sufriera la mano de Barea, afirmó: “La propaganda era más potente que todos los ejércitos, la propaganda era, indiscutiblemente, el arma más eficaz de que disponía el Gobierno de Valencia”. Hoy, con el Reino de España en la OTAN, tomando posición por el imperio norteamericano y apoyando con armas otra guerra, la de Ucrania, sorprende la credulidad de algunos buenos letrados ante los partes de guerra de unos medios controlados por unas pocas corporaciones del Norte Global especializadas en guerra mediática.

Desde que la prensa se masificó se convirtió en un aparato de primera línea en la disputa por los sentidos. Se cuenta que en 1935, tiempos de la II República Española, en la ciudad gallega de Ourense, un grupo de leales del político e intelectual fascista José Calvo Sotelo, a primera hora de la mañana compraban todos los periódicos y los retiraban de los kioscos dejando gratuitamente el mismo número de ejemplares del diario gallego La Alborada, “un periódico de Dios y para Dios, un periódico de España y para España, un periódico de Galicia y para Galicia". Forma inteligente y “pudiente” de cortar por lo sano y eliminar altavoces suplantándolos por otros. Unos años después, la derecha española ya no necesitó de estos métodos. Entre medias habíamos perdido muchas batallas y una guerra. Al capitalismo digital también le sobran esas artimañas, dinosauros de la censura frente a la eficacia del algoritmo. Hoy ni siquiera necesitan secuestrar periódicos, aunque de cuando en vez recurren a ello, como le pasó en 2007 a El Jueves, revista satírica de humor gráfico, ante una portada con los actuales reyes, entonces príncipes, Felipe y Leticia, en postura “irreverente”.

En el pueblito de Pozo Cañada nos saluda un viejo molino de viento del tamaño de los gigantes contra los que se enfrentó nuestro querido Quijote. No es el único vestigio del pasado. Tenemos otros que ponen nombres a calles, como la Plaza Liberación, antes Plaza de la Liberación. Tremendo lavado de cara. ¿Liberación de qué? Evidente, de las garras del marxismo y el comunismo. “Cruzada de liberación nacional”, llamó el franquismo a su particular genocidio. En Pozo Cañada conversamos con un hombre mayor que nos habla de uno de los caciques que controló el pueblo durante décadas como alcalde, y que durante el tardofranquismo le robó a su familia los terrenos de unos corrales ubicados en el extremo de esta Plaza Liberación. No es baladí, los símbolos tan solo reflejan o encubren la realidad material que a su vez ayudan a consolidar.

Solo en la provincia de Albacete, hay una larga lista de vestigios de la dictadura. La fecundidad de la humanidad está en riesgo. Mi hemisferio izquierdo vuelve a la carga con sus reflexiones y preguntas extrañas. ¿La pervivencia de estos símbolos de exaltación en nuestros pueblos, tiene que ver con una especie de continuidad franquista en las instituciones y estructuras de poder del Estado? “Estás loco”, responden varias voces desde mi hemisferio derecho; “aquí rigen plenas libertades democráticas desde hace décadas”, reflexionan otras extraviadas en eso que alguien llamó franquismo sociológico. Mi hemisferio izquierdo sigue mosqueado, como gran parte de la población ante la pérdida de legitimidad de un régimen al que le fallan hasta sus instrumentos culturales de dominación. Para eso, nada como el desconcierto programado del fake news. Ante la desorientación, el caos y la crisis, “surgen los monstruos” o nace lo fecundo. ¿De quién depende que este modelo siga perpetuándose? De nosotros, contesta mi hemisferio izquierdo. El derecho, cínico, sonríe.

Recientemente se ha aprobado la Ley de Memoria Democrática, con importantes avances ¡a 44 años de la piedra fundacional del actual régimen del 78! Darían ganas de celebrarlo de no ser por este pequeño detalle del tiempo y las voces canallas y olvidadas que ya no están para contarlo. Ley de Memoria también con grandes ausencias. Que se lo digan al pueblo saharaui. Que se lo digan a los enterrados en cunetas y a sus familiares, vivos y muertos, que no tienen la suerte de contar con voluntades locales que aborden la tarea de desenterrar la memoria. Las grandes tareas de Estado se derivan a iniciativas particulares. Se lavan las manos y se quitan el marrón. Pero las uñas del régimen dizque democrático siguen negras de irresponsabilidad histórica. De complicidad canalla está labrada la materia de los progresismos que nos desorientan y nos desgobiernan, en supuesta batalla con la derecha de siempre, liberal y conservadora, centrada y extrema. Batalla formal y de escaparate, no de fondo. Que sin combatirla la legitima. Que sin abordar los grandes problemas la valida. Que le despeja el camino “a los monstruos” a los que se refiriera Gramsci.

Queipo de Llano es sacado de la Basílica de La Macarena en Sevilla. 71 años ha estado enterrado con honores este general golpista que regó Andalucía, Extremadura y otros pueblos de España de terror y sangre. “Aquí reposa en la paz del señor el excelentísimo Teniente General, D. Gonzalo Queipo de Llano y Sierra”, se leía en letras mayúsculas en la lápida situada, junto a su esposa, a los pies del altar del templo. A las 2:20 de la madrugada la Hermandad de la Macarena retira sus restos entre aplausos y vivas a Queipo de los familiares del genocida. Paqui Maqueda, militante sevillana por la Memoria, pone a la noche la voz de la dignidad. “Honor y gloria a las víctimas del franquismo”, grita Paqui, y a continuación los nombres de sus familiares, asesinados junto a más de 45.000 en toda Andalucía bajo el mando de Queipo de Llano tras el golpe de Estado contra la legalidad republicana. Un bando militar de su autoría, del 24 de julio de 1936 decía: “Serán pasadas por las armas, sin formación de causa, las directivas de las organizaciones marxistas o comunistas que en el pueblo existan, y en el caso de no darse con tales directivas, serán ejecutados un número igual de afiliados arbitrariamente elegidos”. En Andalucía hay todavía 708 fosas comunes. Allí yacen los cuerpos arrojados por los mismos verdugos que acabaron con los familiares de Paqui. ¿Qué hay que celebrar?

Se podrán preguntar los lectores de allende los mares, el porqué de las referencias recurrentes al franquismo cuando hablamos de lo que pasa hoy en Palacio. Buena pregunta. Hace unos días, en una librería de segunda mano de Albacete, encontré un libro cuyo título me llamó la atención: “Todos somos herederos de Franco”, publicado en 1980 y firmado por un viejo luchador comunista en la guerra de España. Su título, sin duda provocador, dejó a la voz de mi hemisferio derecho sin contradicciones y a mi hemisferio izquierdo batallando con la inquietud de la pregunta: 42 años después de publicado este libro, ¿seguimos siendo herederos de Franco? Ambos hemisferios responden sin ambages, por vez primera al unísono. La respuesta queda flotando en el aire, acechándonos. Como la sombra de los innombrables que siguen enterrados con honores de Estado en los templos ideológicos del Reino.  


Raúl García Sánchez es antropólogo y comunicador popular de Vocesenlucha

 

 

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