Eduardo Viloria Daboín - Corriente Revolucionaria Bolívar y Zamora.- 

I

Desde un principio fuimos blanco de un sistemático ataque realizado en nombre de la democracia, la libertad y los derechos humanos, por parte de las élites económicas y políticas constructoras y defensoras del neoliberalismo y de la falsa democracia representativa. Las élites de EEUU y sus élites subordinadas atisbaron rápidamente el peligro que significaba para sus intereses el surgimiento de un liderazgo como el de Chávez en un continente profundamente empobrecido, saqueado y explotado en cuyo seno crecía una bomba de tiempo social, un continente con un pueblo que pugnaba por abrirse horizontes transformadores.


Incluso antes, cuando todo se gestaba, cuando Chávez salió de la cárcel y recorrió el país construyendo el movimiento nacional que lo llevaría al poder en diciembre de 1998, las élites venezolanas enfilaron una feroz y sostenida campaña mediática en su contra y en contra de quienes lo acompañaban en el liderazgo político y en la bullente horizontalidad del pueblo venezolano: a Chávez y sus dirigentes se los catalogó como violentos, autoritarios, cargados de odio, y a nosotros, el pueblo que respaldaba y sostenía el creciente movimiento político, se lo definió desde los grandes medios de comunicación y los discursos políticos defensores del status quo, como ignorante, iracundo, resentido, manipulado.

Después de que hicimos ganar a Chávez con votos en 1998, en los procesos electorales que siguieron los calificativos asociados al odio, al autoritarismo y a la violencia fueron asociados no solo a Chávez sino a todo aquel que aspiraba a un cargo de elección popular como parte del MVR o los partidos aliados. Abundaron entonces en la prensa carteles publicitarios con fotografías trucadas, pistolas colocadas en manos de dirigentes, rostros desfigurados por muecas de odio manipuladas gráficamente, afirmaciones falsas sobre acumulación de arsenales de armas en los sótanos de sus casas o enterrados en sus patios. Cómo olvidar aquella cuña titulada “Las amenazas de Chávez”, en la que junto a la imagen de un falso recorte de prensa, un imitador profesional reproducía la voz de Chávez diciendo: “Eliminaré a los adecos de la faz de la tierra”, y luego, acompañada por imágenes de sartenes con aceite hirviendo, la voz decía: “Le voy a freír la cabeza en aceite a los adecos”. Sembrando el miedo buscaban, por un lado, alejarnos como pueblo del proyecto que Chávez proponía y, por otro, cultivar el odio en los sectores sociales propensos a oponérsele por razones ideológicas y de clase. Lo primero no lo consiguieron, lo segundo sí.

El discurso mediático contra Chávez escaló hasta que, fabricados suficientemente Chávez y quienes lo seguíamos como íconos del terror, se fraguó el golpe de Estado de abril de 2002 con una operación que capitalizaba políticamente el odio sembrado y lo conducía para construir el escenario del gran montaje mediático de Puente Llaguno: la oposición convocó una gran marcha y la condujo al Palacio de Gobierno, en donde se provocaría un choque contra la movilización chavista que allí se encontraba: los blindados de la Policía Metropolitana (conjurada en la conspiración) avanzaron intentando abrir paso con disparos entre la movilización chavista.

Una cámara de Venevisión grabó nuestra defensa armada ante la agresión armada de francotiradores y policías, para luego difundir esas imágenes como si fuera un ataque de chavistas en contra de la marcha pacífica: “Las bandas armadas que el propio gobierno pagaba y proveía con armas se encargaron de sembrar el terror en medio de una pacífica marcha”, “Todos nos horrorizamos viendo cómo disparaban a mansalva sobre una multitud inerme”. Eso decían locutoras y locutores de TV en los noticieros nocturnos, mientras se veía solo a los chavistas disparando, sin mostrar que en realidad nos defendíamos de la Policía Metropolitana.

El montaje audiovisual construyó una ilusión de continuidad entre los chavistas disparando a la policía y los muertos y heridos siendo recogidos y cargados. Cerró la operación un video de una parte del alto mando militar (grabado el día anterior, según se supo después) pronunciándose en contra de Chávez luego de responsabilizarlo de haber ordenado las muertes.

II

Para 2002, cuando estos hechos ocurrieron, en apenas cuatro años de existencia con la revolución bolivariana habíamos ganado 5 elecciones de carácter nacional, todas con altísimos niveles de participación, transparencia y confiabilidad, habiendo llegado al poder apenas en diciembre de 1998. Ese alud democratizador se expresaba además en la aplicación de un nuevo modelo de democracia caracterizado, entre otras cosas, por:

la creación de instancias masivas para la organización popular y el ejercicio del poder de múltiples formas en la vida cotidiana,

altísimos niveles de movilización popular,

participación popular masiva en debates y consultas sobre temas de interés nacional y alcance estratégico,

incorporación del pueblo organizado como pieza clave en la ejecución de políticas públicas de alcance nacional, en materia de educación, alimentación, energía, servicios públicos, producción, salud.

Antes de dar tiempo a que ese proceso alcanzara logros importantes que lo arraigaran más aún en la simpatía y la conciencia de nuestra gente, las fuerzas elitescas de la economía y la política que dominaban y oprimían a la sociedad venezolana, apoyadas por EEUU, decidieron truncarlo, fieles a sus principios antidemocráticos: su respuesta fue guerra mediática, golpe de Estado, asesinato frontal de inocentes, sabotaje masivo al corazón de la economía del país.

Estas élites desplazadas del poder por la avalancha democrática que empujábamos como pueblo se quitaron sin tapujos las máscaras democráticas y de conciliación social con que nos habían gobernado durante décadas: no dudaron jamás enfrentarnos por todos los medios ajenos a la política y desconocer sin escrúpulos nuestra voluntad como pueblo. Dirigentes como Julio Borges, Leopoldo López, Antonio Ledezma, Capriles Radonsky, Henri Ramos Allup y María Corina Machado, que hoy en día promueven la asfixia, la destrucción del país y el deshilachamiento y deslegitimación del Estado Venezolano en nombre de la libertad y la democracia, fueron principales protagonistas de aquellos hechos. La marioneta de apellido Guaidó no es más que la mueca más reciente con que esa caterva política y sus jefes del norte buscaron renovar su ya roto y huesudo disfraz.

Estamos claros de la línea de continuidad entre aquella dirigencia opositora y la que hoy actúa frontalmente como instrumento de la agresión estadounidense. Su decisión actual de destruir la República, dejar al Estado sin ingresos económicos, causar enormes sufrimientos a la población venezolana, desconocer el Estado y el gobierno, crear un Estado paralelo y no participar en las elecciones legales y legítimas del próximo 6 de diciembre, es absolutamente consecuente y coherente con el desconocimiento de nuestra institucionalidad y voluntad mayoritaria del que hicieron gala en el tiempo en que nacía la revolución bolivariana ganando elecciones con mayoría absoluta y prácticamente sin abstención. En eso estamos claros. Son las mismas prácticas y el mismo sustrato, con tácticas y métodos distintos y renovados. El ataque de hoy es una nueva expresión de su talante elitesco, supremacista, autoritario, racista, violento y antidemocrático, ese que se pone en evidencia cuando se quitan la máscara, o cuando se les cae o cuando se la tumbamos.

III

Logramos conjurar la violencia y obligar a las fuerzas antidemocráticas derrotadas a transitar por los caminos legales y políticos. Además, el rostro mostrado por esa clase política, social y económica cuando se quitó la máscara causó tal rechazo que experimentaron un enorme retroceso político. Fueron entonces los años de desarrollo y consolidación del modelo político y socioeconómico bolivariano, los años de nuestros grandes logros como pueblo. Y fueron los años de profundización y expansión del liderazgo de Chávez no solo en toda Venezuela sino en el continente y en el mundo entero. Algunos números pueden ayudar a medir la dimensión de algunas de nuestras conquistas:

Entre 1998 y 2013, el PIB creció 57%.

Hasta 2014 el empleo creció en más de 4 millones y medio de puestos.

Hubo un 15% de expansión del sector formal de la economía.

En los sectores más pobres:

el acceso a educación inicial pasó de 38% a 77%,

el acceso a educación primaria pasó de 86% a 97%,

el acceso de educación media de 48% a 76%,

la educación universitaria aumentó en más de 2.5 millones de cupos,

el empleo pasó de 68% a 74%.

La brecha de ingresos entre los más ricos y los más pobres se redujo en casi 6 veces.

Más de 4 millones de niños pasaron a desayunar, almorzar y merendar en las escuelas públicas.

Venezuela pasó a ser el cuarto país con menor desnutrición infantil.

1 millón de personas pasaron a comer una vez al día todos los días en 6 millones de casas de alimentación ubicadas en los sectores más excluidos.

Según la FAO Venezuela redujo el hambre en casi cinco millones de personas.

La pobreza extrema se redujo en casi 6%.

Alcanzamos un Índice de Desarrollo Humano alto, con 0,76 puntos.

El sistema público de salud alcanzó 82% de cobertura.

El acceso a agua potable pasó a 95% de la población

Esos años significaron, además y sobre todo, la demostración y experimentación concreta por parte de la gran mayoría de nuestra gente, de un hecho clave: es posible un modelo en el cual la riqueza generada en el país se distribuya equitativamente y en el cual exista participación, corresponsabilidad y profundización de una auténtica democracia.

Eso comenzó a expandirse, además, por distintos países del continente, y Hugo Chávez se fue convirtiendo en un líder continental que hablaba de antiimperialismo, que impulsó la derrota del Tratado de Libre Comercio para las Américas (ALCA), que difundió e impulsó en lo concreto la integración latinoamericana como única vía para la independencia y desarrollo de América Latina, que logró eco y consenso en el continente con los nuevos gobiernos que iban surgiendo y que empezó a ser una amenaza cierta para los intereses económicos y políticos de los Estados Unidos en el continente y para los intereses de las élites locales serviles.

Entonces pusieron en marcha definitivamente todo su andamiaje político, militar, económico, diplomático, discursivo, retórico, estético y simbólico, dirigido por EEUU, al servicio de un continuo atentado contra nuestra democracia para cortar ese proceso ascendente.

El relato y la acción contra nuestra revolución se asentaba básicamente en tres mentiras argumentativas gruesas:

1) Chávez era un dictador y su gobierno una tiranía en la que no se respetaba ninguna libertad, se violaban sistemáticamente todos los derechos humanos y no había posibilidad de lucha política franca por existir un control férreo de todos los poderes públicos, incluido el poder electoral.

2) En lugar de apoyo popular causado por desarrollo y crecimiento político, económico y social, el gobierno bolivariano sostenía su base de apoyo manipulando a la población por la vía de un populismo rastrero que otorgaba dádivas y regalos inmerecidos a un pueblo flojo, perezoso e ignorante que no se ganaba sus derechos y su bienestar con trabajo, cultura, honestidad y sudor.

3) Chávez, con Cuba a la sombra, financiaba el terrorismo internacional, cedía espacio en Venezuela para la organización, entrenamiento y funcionamiento de redes internacionales de terrorismo, y exportaba su modelo tiránico y populista a toda América Latina, por lo cual representaba una amenaza a la paz, la seguridad y estabilidad de todo el continente, incluido el norte.

Esos años la estrategia de las élites dirigidas por EEUU contra Venezuela se centró en profundizar y propagar esa construcción prefrabricada (se ha desarrollado y profundizado hasta hoy) y en sentar las bases y hacer los primeros experimentos de lo que sería su nuevo curso de acción:

1) desconocimiento total de nuestra institucionalidad y democracia,

2) insurrección total apoyada por fuerza concreta inyectada desde el extranjero vía franca injerencia,

3) sabotaje y boicot monetario, económico y financiero.

IV

El fallecimiento de Chávez en marzo de 2013 marcó el inicio de un despliegue profundizado de la agresión multidimensional e híbrida, desde la lectura de que entrábamos en una fase de debilidad al haber perdido a nuestro comandante. Las fuerzas antidemocráticas que desde un principio intentaron derrocarnos por la vía violenta y desconocer la voluntad de nuestro pueblo, vieron entonces una oportunidad privilegiada para capitalizar ahora sí sus objetivos, y se lanzaron con todas sus fuerzas y recursos a lograrlo. Fracasados todos los intentos anteriores, agregaban el despliegue total del boicot económico y financiero con dos objetivos: elaborar el discurso sobre el fracaso del modelo y fabricarlo, en la batalla por la percepción, la sensibilidad y la conciencia, como generador de pobreza y quiebra, y socavar  la elevada dignidad y autovaloración positiva alcanzada por el pueblo venezolano. Todo eso lo tenemos presente siempre. Tenemos prohibido olvidarlo y, de hecho, no lo olvidamos.

Elecciones presidenciales de 2013:

No sólo ganamos la elección sino que tuvimos que salir a defender la victoria. Esta vez urdieron una poderosa operación mediática para desconocer el resultado electoral, con base en el acumulado político aglutinado por Henrique Capriles Radonsky en dos campañas electorales seguidas, buscando capitalizar toda la campaña previa de deslegitimación del Estado venezolano iniciada en 2004 con el canto de fraude ante nuestra victoria en el referéndum contra Chávez y luego con su ausencia de participación en las parlamentarias de 2006.

Toda la jornada electoral estuvimos bombardeados por una avalancha de fakes orientados a sembrar la percepción de fraude en la población opositora, con lo cual se preparaba la carga explosiva que correspondió detonar al propio candidato Capriles al desconocer en rueda de prensa el resultado electoral y ordenar a sus seguidores desatar la violencia en la calle.

Mercenarios de la comunicación como Nelson Bocaranda tuvieron un rol central en la operación, al encargarse de difundir masivamente los fakes y de generar el inicio de muchos, como el que afirmaba que en un CDI en Zulia había médicos cubanos protegiendo urnas electorales robadas, con el claro fin de dirigir la violencia que Capriles había ordenado desatar. Además del despliegue de toda una megaoperación psicológica para degradar la figura de la presidenta del CNE y malponerla como una marioneta al servicio de la “dictadura Venezolana”, se urdieron fakes como el de unos supuestos militares quemando material electoral.

De allí en adelante ocurrió el despliegue de violencia política desatado contra nosotros: 11 muertos todos chavistas, 108 personas heridas y cuantiosos daños materiales causados a infraestructura física de centros de salud, vehículos y sedes oficiales del Psuv, fue el saldo de aquella intentona insurreccional.

La Salida:

La victoria cerrada de Maduro en abril la ratificamos y ampliamos por la vía electoral en diciembre del mismo 2013, con la elección de 240 de las 337 alcaldías y un 48% de los votos a nuestro favor. Eso fue nuevamente desconocido por la oposición, en una nueva demostración de su desprecio por la voluntad, deseos y aspiraciones del pueblo venezolano: “No estamos para esperar seis años a que se dé un cambio en Venezuela. Todo el pueblo Venezolano se tiene que alzar. Que lo sepa Nicolás Maduro, vamos a sacarlo de Miraflores” (Leopoldo López) y “Hay algunos que dicen que debemos esperar a unas elecciones que se den en unos cuantos años, pero no podemos esperar” (María Corina Machado). Jóvenes implicados en el plan afirmaron a medios de comunicación cosas como: “Nuestra misión es tumbar al gobierno” o “No vamos a esperar a las próximas elecciones, o es ahora o es nunca”. Así arrancó en febrero de 2014 la nueva megaoperación: La Salida.

La modalidad esta vez fue el despliegue de acciones violentas de calle que implicaban tranca de vías, asalto, incendio y saqueo de edificios y vehículos oficiales y del Psuv. En ese despliegue se evidenció el entrenamiento previo y la preparación con técnicas militares de los y las jóvenes empleados en el plan, esto combinado con la acción selectiva de mercenarios con armas de fuego. Otro rasgo de este despliegue es que solo se dio en clases medias y altas y en municipios gobernados por la oposición. Las acciones se caracterizaron por barricadas, incendios, derramado de aceite en la calle y colocación de guayas transversales en las calles, todo lo cual causó buena parte de los heridos y fallecidos.

La violencia desplegada en el terreno fue la materia prima para la megaoperación internacional de propaganda negra identificada como “S.O.S. VENEZUELA”, destinada a crear la imagen de nuestro gobierno como asesino y tiránico. Por miles circularon en redes sociales y medios internacionales memes, caricaturas, ilustraciones y fotografías trucadas: se viralizaron en todo el planeta imágenes como:

- la bandera venezolana atravesada por disparos y bañada en sangre,

- brazos vestidos de rojo o funcionarios militares o policiales apuntando armas de fuego a gente en actitud pacífica,

- soldados volando la cabeza con armas largas a personas desarmadas,

- el mapa de Venezuela convertido en las rejas de una celda.

Además, pulularon también fakes hechos a base de fotografías trucadas o sacadas del contexto de otros países y puestas como si hubieran sido tomadas en Venezuela: gente siendo golpeada por militares en Chile y Egipto o cadáveres apilados de la guerra en Siria, por ejemplo, fueron difundidas como tomadas en Venezuela.

La campaña mediática era reforzada y legitimada por vocerías políticas de varios países y organismos internacionales como EEUU, España y la ONU, y por franquicias internacionales de derechos humanos como Human Rigths Watch.

El total de víctimas de este plan insurreccional fue de 43 personas fallecidas, de las cuales 35 fueron civiles y 9 fueron funcionarios de cuerpos de seguridad del Estado. De estos, 30 murieron por impactos de armas de fuego, 6 al estrellarse con las barricadas o guayas, 4 fueron en el mismo proceso de activar las guarimbas y 3 en otras circunstancias.

Se construyó el escenario de violencia entre civiles y cuerpos de seguridad pública, en los que hubiera personas heridas y fallecidas, para elaborar un relato que sentenciaba al gobierno de Maduro como responsable de represión, violaciones a derechos humanos y muerte. El mismo método de abril de 2002 con algunas variaciones: ya no era un solo enfrentamiento sino múltiples, y no era una sola noche de noticieros de TV sino la viralización en redes sociales e internet de cada acción, cada confrontación, cada persona fallecida, día tras día, semana a semana, con la sentencia previamente definida.

Violencia total en 2017:

En los años 2015 y 2016 la operación sostenida contra Venezuela se enfocó en el plano económico y político. Fueron los años de profundización de la guerra económica como estrategia central para afectar nuestra vida cotidiana, imposibilitar la satisfacción de nuestras necesidades básicas, para causar un efecto político: desmovilización, apatía y desafiliación del enorme apoyo político que continuaba teniendo la revolución bolivariana.

El objetivo era las elecciones parlamentarias de 2015: generar por la vía de la guerra económica el mayor descontento posible y capitalizarlo electoralmente. La estrategia esta vez dio resultado. Sin embargo, en la clase política que conquistó la Asamblea Nacional por la vía política se impuso el afán supremacista y autoritario, poniendo por delante el objetivo de derrocar de inmediato al gobierno bolivariano. La embriaguez de haber ganado el Poder Legislativo significó a la larga el mayor despilfarro político que se haya visto en Venezuela. Lo que pudo haber sido el primer escalón de un ascenso político y democrático que condujera finalmente al logro de sus objetivos en un mediano plazo, terminó sumando cero para esos factores políticos cuando no lograron concretar su instrumentalización de un poder del Estado en contra del Presidente de la República.

Ese fracaso derivó en 2017, nuevamente, en la reiteración de la vía violenta, esta vez llevada a un nivel superlativo. La Salida fue superada con creces en despliegue territorial, duración, en uso de mercenarios, en niveles de destrucción, saqueo y muerte, y en alcance comunicacional.

Pueblos y pequeñas ciudades (por ejemplo: Colón, en Táchira; Socopó, en Barinas; San Antonio de Los Altos, en Miranda; Cabudare, en Lara) y amplias zonas de distintas ciudades (por ejemplo: Chacao, Bello Monte, El Cafetal, La Trinidad, en Caracas) fueron sitiadas por completo durante días; incendiaron centros de acopio de alimentos; atacaron instalaciones eléctricas; 23 personas fueron quemadas vivas en la calle por el solo hecho de parecer simpatizantes del gobierno. El saldo lamentable de esta violencia fie de más de 150 personas fallecidas y más de 3000 heridas.

La respuesta oficial para conjurar esta arremetida fue la menos esperada pero la más efectiva: elecciones para una Asamblea Nacional Constituyente. Los niveles de violencia llegaron a tal punto que en determinados territorios en todo el país no fue posible que se instalaran centros de votación, por lo cual hubo que activarlos en zonas seguras para que las personas residentes en los sitios más afectados por la violencia pudieran ejercer su derecho al sufragio (El Poliedro de Caracas, con largas colas de miles de personas, fue el más emblemático). A ese extremo llegó el talante antidemocrático y violento de las fuerzas que desde finales de los años noventa vienen adversando a la revolución bolivariana. El resultado de esa elección fue que incluso parte de la base social opositora votó, al entender el ejercicio electoral como forma de frenar la violencia fatricida y mercenaria: más de 8 millones de votos así lo confirman.

Entonces se detuvo la violencia como por acto de magia y retrocedió hasta llegar a la desmovilización total. La contraofensiva política del gobierno bolivariano confirmó esto: tres elecciones seguidas dejaron a la oposición mucho más reducida en términos de espacios concretos de poder político: elecciones de gobernaciones, de alcaldías y elección presidencial. Las de gobernaciones (octubre) tuvieron como resultado 18 estados para la coalición bolivariana liderada por el Psuv, con casi 6 millones de votos, y 5 estados para la oposición, con casi 5 millones de votos. Las municipales (diciembre) arrojaron como resultado 305 alcaldías para la colación bolivariana, con 6 millones y medio de votos, y 30 alcaldías para los factores opositores, con menos de 3 millones de votos.

Nuevamente la vía política y electoral, promovida a toda costa por nuestro gobierno y nuestro pueblo, daba al traste con las intenciones violentas, belicistas y antidemocráticas de las fuerzas políticas representantes de las élites serviles a EEUU.

2018: estrategia deslegitimadora total:

Las elecciones presidenciales del 20 de mayo de 2018, en las que fue reelecto Nicolás Maduro como presidente de Venezuela, marcaron un salto enorme en la guerra contra de la democracia venezolana. Luego de casi dos décadas de construcción mediática del gobierno venezolano como un régimen antidemocrático, ese relato había cobrado formalidad política con el decreto del expresidente Obama del año 2015 según el cual Venezuela es una amenaza inusual y extraordinaria contra la democracia y la paz en la región. De allí en adelante comenzaron a aplicarse sanciones económicas y vocerías políticas de distintos países y de la OEA y la Unión Europea tuvieron luz verde para asumir frontalmente esa terminología.

“Por qué las elecciones en Venezuela serán un megafraude de históricas proporciones”, sentenciaba a modo de pregunta un titular del New Herald on line pocos días antes del 20 de mayo. “Se trata de una farsa electoral que busca prolongar una dictadura cada vez más aislada del pueblo. Se necesita un gobierno de transición que pueda generar un sistema electoral legítimo”, afirmaba Luis Almagro el 19 de mayo, secretario general de la OEA, a través de su cuenta Twitter. Algo parecido publicó la CIDH el 18 de mayo también en su Twitter: “Elecciones convocadas para 20/mayo en Venezuela no cumplen con condiciones mínimas necesarias para realización de elecciones libres, justas y confiables en Venezuela”. A principios de mes Mike Pence, Secretario de Estado de EEUU, ya había dictado la línea: “No habrá elecciones reales en Venezuela, y el mundo lo sabe”, dijo en un discurso ante la OEA.

De este modo, antes de sucedidas las elecciones, sin investigaciones previas, sin pruebas ni demostraciones de ningún tipo, ya estaba decidido el desconocimiento del régimen democrático venezolano y de su institucionalidad. Y con ello, estaba señalada la línea discursiva que debían tomar los medios en todo el mundo para tratar el evento electoral presidencial de Venezuela. Y así se hizo.

“Maduro se reelige como presidente en una farsa sin rivales”, tituló en primera página El País de España el 21 de mayo, en una maniobra verbal para obviar la realización de elecciones y sugerir la idea de la autoelección. “Maduro reelecto y cuestionado”, tituló O Globo, de Brasil. “Maduro se proclama ganador en comicios desconocidos por la oposición y varios países.”, escribió El Mercurio, de Chile.

El 21 de mayo el secretario general de la OEA hizo lo suyo marcando, desde su Twitter, la línea discursiva: “No reconocemos a @NicolasMaduro como el presidente legítimo de #Venezuela. El país necesita un gobierno de transición que pueda generar un sistema electoral legítimo, que a su vez permita soluciones al país”.  “Lo peor que le puede pasar a #Venezuela es la prolongación de la dictadura. No podemos ser indiferentes y no lo seremos. Seguiremos bregando x sanciones más fuerte contra el régimen y por el fin de la dictadura venezolana”. “Ayer #20May fue un día infame para la democracia de las Américas. El dictador @NicolasMaduro intentó sin éxito darle un ropaje democrático a su régimen totalitario en #Venezuela. Mi mensaje ante la farsa de la dictadura”.

Así se preparaba el escenario para el último gran plan de asalto a la democracia, la paz y la soberanía de Venezuela: el artefacto Guaidó.

2019 – 2020: el artefacto Guaidó:

Los rasgos que caracterizaban a la oposición venezolana para cuando apareció Juan Guaidó en el escenario político eran:

ausencia absoluta de dirigentes que pudieran convocar y movilizar unitariamente las organizaciones, los partidos y la base social opositora,

rechazo creciente de toda su dirigencia por parte de su base social,

división, fragmentación y conflictos internos,

descontento, desilusión y desmovilización de sus bases,

inexistencia de discurso propio y proyecto de país,

incapacidad para calar en los sectores populares y llegarle a las grandes mayorías del país,

pérdida de prácticamente todos los espacios de poder formal y legitimidad popular,

descrédito internacional.

He allí la razón por la que Estados Unidos, consciente de esta realidad y consecuente con su empeño de derrocar la revolución bolivariana, diseña y fabrica el artefacto Juan Guaidó, el cual requiere, como combustible fundamental para existir y funcionar, la permanente inyección de oxígeno y fuerza concreta desde el exterior del territorio venezolano por parte del gobierno estadounidense, de las instituciones internacionales alineadas a sus intereses y de los gobiernos serviles a las élites del poder norteamericano.

Se concreta con ello la utilización de un poder del Estado Venezolano, el Poder Legislativo, como instrumento político para la agresión extranjera y la fragmentación de la institucionalidad venezolana. Convirtieron la Asamblea Nacional dirigida y presidida por la oposición en un arma de guerra.

Los más altos representantes del gobierno de los Estados Unidos asumen frontal y directamente, sin intermediarios 1) la conducción de las acciones opositoras, el alineamiento y conducción del entramado diplomático y de presión política internacional contra Venezuela; 2) la operacionalización de su institucionalidad política, económica y militar para presionar y agredir a Venezuela; 3) la emisión permanente de discursos, órdenes y acciones de cara al derrocamiento del gobierno de Nicolás Maduro.

Sólo así fue posible levantar una figura dirigente y darle relevancia nacional e internacional, lograr que las fuerzas políticas opositoras y su base social más radicalizada y proestadounidense se aglutinaran y tuvieran cohesión y unidad de acción. EEUU asumió frontalmente el liderazgo y lo transfirió a Juan Guaidó, en tanto presidente del Poder Legislativo.

Se desplegó entonces de forma simultánea y creciente el más completo arsenal contra el país:

Autoproclamación de Juan Guaidó como presidente interino, inmediatamente reconocido como tal, vía Twitter, por Donald Trump, presidente de EEUU, y por Luis Almagro, secretario general de la OEA

Reconocimiento de ese gobierno por más de 50 países alineados por EEUU

Máxima presión política y mediática para quebrar la Fuerza Armada Nacional Bolivariana y lograr que algún factor de peso se alineara a la agresión extranjera

Ataques armados a instalaciones y puestos militares

Intento de violación armada del territorio Venezolano en la frontera con Colombia

Permanente operación psicológica para convencer a la población de la necesidad de una guerra para derrocar al gobierno

Amenazas militares frontales por parte del presidente de EEUU y de otros altos funcionarios de ese gobierno

Amenazas y provocaciones militares desde Colombia y Brasil

Sabotaje total al Sistema Eléctrico Naciona (apagón nacional)

Intento de golpe de Estado militar (30 de abril)

Embargo petrolero

Sanciones a Pdvsa

Sanciones a 58 buques, 58 aviones y 131 empresas de transporte de combustible e insumos

Sanciones al Banco Central de Venezuela

Robo de más de 5.400 millones de dólares de Venezuela depositados en bancos en el extranjero

Secuestro de Citgo y Monómeros

Pérdidas para el país por más de 130 mil millones de dólares

Cerco absoluto comercial y financiero

Invasión mercenaria en formato de guerra tercerizada y privatizada (operación Gedeón)

Reducción de los ingresos del Estado a 500 millones de dólares (en 2013 era de 56.000 millones

Sin embargo, a pesar de la enorme magnitud de este ataque, fracasa el plan diseñado por EEUU para derrocar nuestra revolución. Nuestra demostración de fuerza y unidad fue determinante para que no cuajara el plan injerencista: la dirección política no se quebró, la FANB no se quebró, los poderes públicos no se quebraron, las estructuras de gobierno nacional, regional y municipal no se quebraron y se mantuvieron firmes del lado de Maduro, los factores políticos, sociales y populares preservaron la unidad en medio de las diferencias, las tensiones y las afectaciones de la crisis y el bloqueo.

Al final de 2019 el cuadro político de la oposición venezolana a lo interno del país era prácticamente el mismo que había dado origen al diseño estadounidense del artefacto Guaidó:

nuevamente cundió la desmotivación, frustración y desmovilización de su base social,

brotaron otra vez los intereses personales, grupales y partidistas con el correspondiente quiebre político del bloque opositor,

reaparece de forma creciente el desprestigio internacional de la oposición venezolana,

emergieron con mayor fuerza los factores políticos opositores que rechazan la injerencia de EEUU y el bloqueo, que reconocen a Maduro como presidente y están dispuestos a encontrar una salida dialogada y nacional al conflicto político y la grave situación económica del país.

V

En este país tenemos memoria y no olvidamos la multiplicidad de ataques y agresiones a la paz, la democracia y la soberanía desde 1998 hasta 2020, porque sabemos que esta ha sido la principal batalla que ha tenido que librar nuestro país, sobre todo desde 2013 hasta hoy: defender la paz, la democracia y la soberanía.

Sabemos que en esta batalla se ponen en juego todas las demás luchas, todas las demás victorias, todos los horizontes. Sin la resistencia que hemos sabido tener como pueblo a esta constante agresión, ninguna otra victoria, ninguna otra conquista hubiera sido posible. Y tenemos presente que sin la continuidad de esa resistencia y sin la perspectiva latente de victoria se cerraría la puerta a la posibilidad transformadora que ha sido, es y será la revolución bolivariana.

Esto no debemos perderlo de vista bajo ninguna circunstancia: hoy hemos perdido terreno en todos los ámbitos, pero la posibilidad de recuperar el terreno perdido y seguir abriendo el camino a la perspectiva liberadora, soberana, justa, democrática y humanista de la revolución bolivariana, está sostenida en que podamos continuar resistiendo y lograr las victorias tácticas necesarias.

No perdamos de vista cuál es el escenario central de la confrontación y el conflicto, y cuál el es principal adversario, ese que desde un principio dejó de ser un contendor político y pasó a ser enemigo acérrimo, cruento y sin escrúpulos. En estas líneas hemos repasado además cuál es su talante, sus rasgos fundamentales y los métodos y armas que desde un principio decidió emplear y que ha ajustado y  profundizado.

Por eso es que tenemos claro también cuál es la fortaleza y el arma principal con las cual hemos logrado siempre salir airosos como pueblo: la unidad de todas las fuerzas, corrientes, tendencias y formas del chavismo en torno al Psuv, al Gpp y al gobierno bolivariano que lideró primero Chávez y ahora Nicolás Maduro. En cada uno de esos escenarios y batallas esta unidad siempre estuvo firme como determinante fundamental de la resistencia y la contraofensiva victoriosa.

Hoy el escenario es el mismo y aún más grave, el nivel de la agresión es incluso más poderoso, profundo y evidente que en arremetidas anteriores, las consecuencias de la agresión sobre la vida institucional y sobre la vida de la gente son más graves que nunca. Por eso debemos hoy estar rodilla en tierra como siempre hemos hecho.

Hoy existe un abierto y sostenido proceso de intento de golpe de Estado, de ruptura de la constitución y violencia abierta contra todo el pueblo venezolano. Por eso debe imponerse entre nosotros la claridad, conciencia y madurez para no poner por delante otros debates y contradicciones y poner como prioridad absoluta el interés supremo de defender la paz, la democracia, la institucionalidad y la soberanía del país.

Quien asuma una posición contraria debe saber que estará jugando a favor de este adversario que desde un primer momento despreció la voluntad de la mayoría y optó por la violencia antidemocrática.

Sería un grave error político o una ilusión creer que cualquiera de las fuerzas revolucionarias, de izquierda, comunales y chavistas organizadas y existentes en el país puede, por fuera de la unidad nucleada entorno al PSUV y el GPP, hacer frente, contener, detener y derrotar el peso y volumen de la agresión planteada contra la paz, la democracia y la soberanía de Venezuela. No es rompiendo la unidad que garantizaremos la continuidad del legado de Chávez. Es un error creerlo posible por fuera de la capilaridad y profundidad organizativa y la capacidad de acción existente, por ejemplo, en torno a las más de 14 mil UbChs, los más de 30 mil Claps y la estructura que organiza los más de 3 millones de milicianos y milicianas, todas estructuras políticas y sociales engendradas y sostenidas por nuestro pueblo chavista en su propio seno.

Sabemos entonces que la victoria táctica fundamental es terminar de quebrar y derrotar la principal arma que ha empleado el adversario en la última fase de la agresión: el Poder Legislativo, la Asamblea Nacional en manos de diputados y diputadas que no son sino peones de la fuerza agresora. Y es clave, además, el escenario en el que esto debe darse: elecciones amplias, transparentes y legales, como las convocadas para el 6 de diciembre de este año.

Recordemos que el ejercicio democrático ha sido en todo este historial de ataques el recurso principal con que hemos terminado por reducirlos y conjurarlos, luego de contenerlos y resistirlos. Las victorias siempre las hemos consolidado con una contraofensiva democrática.  En última instancia, en lo más álgido de los ataques, en su clímax, ha sido siempre la carta del voto, de nuestra participación, de nuestra voluntad de paz, alegría y diálogo la que nos hemos sacado debajo de la manga para vencer.

El 6 de diciembre no será diferente. El adversario y sus métodos son los mismos: violencia militar, violencia política, violencia mediática y psicológica, violencia económica.

No será ese adversario el que estará con sus colores y siglas y rostros en la disputa electoral propiamente dicha, porque en su afán de desconocer la institucionalidad y democracia venezolana y en su afán de desconocer la voluntad, aspiraciones y deseos de nuestro pueblo, decidieron no participar y mantienen su táctica de profundizar el estado paralelo. Pero sí será el enemigo que con la elección en sí misma y nuestra participación estaremos derrotando, porque estaremos votando para elegir a los hombres y mujeres que los sustituirán en los curules de la Asamblea Nacional que desde 2015 utilizan para destruir la República, desmembrar la institucionalidad, asediar y asfixiar al país en el ámbito económico, robarle miles de millones de dólares y causar el sufrimiento de millones de venezolanos y venezolanas.

Después del 6 de diciembre dejarán de tener legitimidad alguna para actuar en nombre de nadie. Dejarán de ser diputados y diputadas y pasarán a ser lo que en realidad son: nada.

 

 

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