Pedro Rioseco - Cubadebate.- En cualquier cola, cualquier barrio, cuando un vecino hace la historia de un mal servicio recibido en cualquier entidad pública, el maltrato recibido como respuesta al reclamar, el peloteo sufrido en las instancias superiores al elevar la queja y finalmente la impunidad ante la falta, estamos viendo la acción conjunta de los mejores aliados para disgustar a la población con la Revolución.
Cuando calificamos a estos trabajadores o funcionarios como actores al servicio de la contrarrevolución, sabemos que, en su gran mayoría, se identifican como revolucionarios, pero el resultado de sus conductas es precisamente lo que fomenta la expresión oída en las colas de que “este país no hay quien lo arregle” y que “nadie hace nada para arreglarlo”.
¿Son estos males de nuestro servicio público inevitables en el socialismo? Por supuesto que no. ¿Qué falta entonces? La respuesta es simple: exigencia, sensibilidad ante los usuarios, sanciones a los infractores y a los directivos que no aplican su autoridad para garantizar el mejor servicio a la población.
Bastaría estar varias horas en cualquier cola para sumar muchos ejemplos del mal servicio de entidades estatales, aguantar que se rían en tu cara cuando dices que reclamen, que presenten una demanda judicial, para escuchar la respuesta incorrecta de que ningún abogado acepta entablar un juicio contra una entidad del propio Estado.
Sabemos que la máxima dirección del país, en aplicación de los derechos que establece la Constitución de la República aprobada por la amplia mayoría del pueblo cubano en referendo y de las leyes aprobadas por la Asamblea Nacional del Poder Popular, ha establecido claramente la obligación legal de las entidades estatales de prestar un buen servicio a la población, sin sobornos ni pagos extras por debajo del telón como condición obligada para recibirlos.
También está establecida la no impunidad de las direcciones de entidades, empresas, grupos empresariales o ministerios para responder ante un tribunal por faltas cometidas contra la población, aunque ello conlleve sanciones, indemnización a las personas perjudicadas o sustitución y encauzamiento de directivos negligentes ante el mal servicio o cómplices de algún hecho ilegal.
En efecto, sabemos que uno de los principales objetivos del bloqueo económico, comercial y financiero impuesto a Cuba desde febrero de 1962, y de todo el enjambre de medidas posteriores impuestas por 13 Administraciones de Estados Unidos, es fomentar la escasez y el disgusto de la población cubana para que proteste y exija el fin de la Revolución.
Así lo proclamaron desde el principio los voceros de Washington y de la contrarrevolución de origen cubano en la Florida. ¿Pudiera entonces o no decirse que quienes fomentan ese disgusto en lo interno están haciéndole un servicio gratuito a quienes pretenden derrocar la Revolución fomentando el malestar y la imagen de un Estado fallido?
Como insiste constantemente el primer secretario de nuestro Partido Comunista de Cuba y presidente de la República, Miguel Díaz-Canel Bermúdez, es necesario salirle al paso a las ineficiencias, a quienes tratan mal al pueblo y a los funcionarios insensibles que no son capaces de garantizar esa eficiencia, la eficacia de gestión, el trato amable y decente, como merece nuestro pueblo.
Es evidente para nuestro pueblo que nos enfrentamos durante ya 60 años a un bloqueo como nunca ha sufrido país alguno en toda la historia de la humanidad, que califica como delito de genocidio según los tratados internacionales vigentes, y que ha sido condenado en 29 votaciones consecutivas por la Asamblea General de las Naciones Unidas.
Pero también nos ha quedado claro a los cubanos que tenemos que buscar solución a todos nuestros problemas con nuestro propio trabajo, apelando a la conciencia, creatividad, iniciativa y voluntad de nuestro pueblo para salir adelante y vencer una vez más y siempre, hasta lograr, con nuestros propios esfuerzos, exigencia, probidad y eficiencia, el país próspero y sostenible en el cual todos estemos contentos y orgullosos de vivir en una revolución socialista.