William Serafino - La Pupila Insomne.- La narrativa sobre el giro del gobierno venezolano hacia una política económica neoliberal tiene ya un tiempo corriendo y cuenta con la promoción de medios de comunicación de gran alcance. Presentada como un eslogan rimbombante, como un enunciado general y extravagante al mismo tiempo que borroso, este relato se basa en fragmentos inconexos de la realidad que desembocan en un mosaico incongruente e ilegible.


Para quienes propalan esta tesis, el supuesto neoliberalismo del presidente Nicolás Maduro es tantas cosas a la vez que cuesta observar dónde está realmente el centro de gravedad que certifica su supuesta conversión ideológica.

Acorde a la BBC, el turbocapitalismo de Las Mercedes, zona de clase elevada caraqueña, con sus tiendas de lujo, restaurantes de alto standing y casinos, confirmaría ese viraje. Para el medio Al Navío, la cuestión está en el levantamiento de los controles de precios y de cambio.

Según El País, la oferta de trabajo en plataformas tipo Yummy o la circulación de dólares en la economía y su establecimiento como medio de pago masivo reflejan el salto hacia la liberalización. Para Alberto Barrera Tyszka, en un artículo publicado en The New York Times hace algunos años, el neoliberalismo sería la pata económica de la «dictadura» de Maduro.

Mientras que, para sectores de la izquierda cuya referencia es el Partido Comunista, los bajos salarios, la reducción del gasto público y los supuestos intentos de privatización enmarcados en la Ley Antibloqueo son expresiones de ese neoliberalismo que confirmarían el alejamiento de Maduro del chavismo.

Este mínimo registro de cómo se ha presentado el tema viene a cuento para visualizar uno de los aspectos problemáticos centrales de esta narrativa: su carácter omniabarcante, difuso y a veces abstracto. Caracterizar de neoliberales cuestiones regulares de la actividad económica como el auge comercial o de movimiento de dinero en las calles implica un reduccionismo ramplón que se apoya en el uso abusivo del recurso de la generalización con fines de manipulación.

La ambigüedad conceptual, premeditada hasta cierto punto, también tiene un rol a la hora de masificar el relato. La palabra neoliberalismo en relación con Maduro ha servido para nombrar distintos fenómenos, en su mayoría independientes de su cálculo de decisión, a tal punto de que cualquier aspecto de su estrategia económica entra, aparentemente sin contradicciones, en dicho registro.

Así, tal categoría se asume con un sentido conclusivo sin que medie una definición inicial que establezca los límites del propio concepto y su relación con un contexto político y económico venezolano marcado por elementos bien particulares. Solo a partir de ahí, empezando por el principio, es posible arrojar claridad sobre la estrategia del presidente venezolano y cómo su aplicación difiere del tan cacareado neoliberalismo.

Por lo general, según la experiencia histórica que dejaron las políticas implementadas por la dupla Reagan-Thatcher, a principios de la década de 1980, así como también unos años antes por la dictadura de Augusto Pinochet en Chile, cuando se habla de neoliberalismo se hace referencia a una política de ajuste estructural signada por privatizaciones en sectores estratégicos, financiarización del tejido económico, desregulación de servicios públicos esenciales y un aumento en el poder de decisión de las empresas concentradas en detrimento de la autoridad del Estado.

Neoliberalismo es, también, una corriente de pensamiento desarrollada en la Escuela de Chicago, cuyas figuras visibles fueron los economistas Milton Friedman y George Stigler, y que después de 1989 se hizo hegemónica a escala mundial tras el colapso de la Unión Soviética, lo que estableció el marco ideológico dominante de un nuevo impulso globalizador con centro en Estados Unidos, sus transnacionales y Wall Street.

Para que una política económica sea neoliberal en el sentido estricto de la palabra, deben cumplirse ciertas condiciones. Una de ellas es la desregulación de todo cuanto sea posible en términos de actividad económica. Esto quiere decir, en pocas palabras, suprimir todo factor de control, supervisión o gestión del Estado sobre sectores estratégicos, financieros y servicios esenciales.

Como ejemplo reciente y a la mano de una terapia de shock neoliberal tenemos el gobierno de Mauricio Macri en Argentina (2015-2019). En lo político, el «laboratorio neoliberal» que encabezó implicó el ascenso de banqueros y tecnócratas en altas posiciones de poder, lo que configuró un gobierno corporativo repleto de CEOs.

Por el lado económico y financiero, su administración ejecutó un endeudamiento insólito con el Fondo Monetario Internacional (FMI) y acreedores privados, cuyos compromisos externos del país llegaron a más de 250 mil millones de dólares. La biclicleta especulativa de la deuda, junto con la desregulación de los servicios con el denominado «tarifazo«, fueron los principales movimientos del manual neoliberal de pérdida de soberanía y mutilación del Estado aplicado por el gobierno de Macri.

En vista de estas referencias teóricas y políticas, si Maduro fuese un neoliberal a carta cabal no solo Petróleos de Venezuela, S.A. (PDVSA) sino las empresas básicas, el Metro de Caracas, las empresas de electricidad, telecomunicaciones y de suministro de agua, por solo mencionar algunos casos, estarían ya en manos del sector privado.

Los bancos públicos, por ejemplo, representarían una pequeña fracción del sector bancario nacional, dominado en casi su totalidad por banqueros privados. A nivel regulatorio, no existirían restricciones como el encaje legal o una orientación pública de las carteras de crédito.

De la misma forma, las políticas de recaudación fiscal serían llevadas a su mínima expresión. Este patrón se reproduciría en cada ámbito de la economía.

Es evidente que nada de esto ha ocurrido o está cerca de ocurrir, por lo que la tesis de que Maduro es neoliberal flaquea en su premisa general.

Otro aspecto más específico de dicha narrativa tiene que ver con la notable presencia que ha adquirido el dólar en los últimos años como medio de pago y ahorro en la población, parte de la flexibilización sobre el mercado cambiario que comenzó desde 2018.

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La decisión de levantar las restricciones que estaban vigentes y que vinculaban la evolución del tipo cambiario a los petrodólares que recibía el Estado por exportación petrolera, que llegaron a mínimos históricos en razón del bloqueo durante aquel año, fue una medida excepcional, de urgencia, para mitigar la inflación y recomponer el consumo familiar, lo que generó un incentivo para el aumento de la actividad comercial y productiva.

La situación agónica de inflación descontrolada, estimulada por un cerco económico y financiero inédito sobre el flujo de la renta petrolera, fue el origen de esa corrección en la política económica gubernamental.

El agotamiento de recursos fiscales a causa del bloqueo, la interrupción abrupta de la circulación de ingresos nacionales, el aislamiento de los mercados de deuda internacional y la confiscación de activos de gran volumen que habrían supuesto una válvula de oxígeno llevaron al Presidente a enfrentar un cuadro inédito de caos cuyos paliativos dependían de un cálculo sofisticado, de equilibrio, para manejar dicha situación y al mismo tiempo conservar los parámetros de la política redistributiva y de bienestar.

Calificar el reacomodo sobre el mercado cambiario para facilitar las transacciones en divisas e incentivar la inversión de capitales como un movimiento neoliberal sería falaz, en términos doctrinarios y prácticos, ya que la decisión fue tomada bajo el cálculo de oxigenar la actividad económica, crear fuentes de ingreso diferentes al petróleo y configurar condiciones de crecimiento general encaminadas a recuperar el salario y, por ende, el consumo de la población.

De forma planificada, Maduro hizo una corrección táctica, de carácter coyuntural y pragmática de la política económica con el objetivo de que el ahorro privado, en manos de diversos segmentos de la clase capitalista, fuese la base de una inyección de dinamismo en la economía con el objetivo de financiar su estrategia de estabilidad política e institucional.

Así las cosas, sin recursos propios disponibles debido a la disminución abrupta de la renta petrolera, estableció incentivos de rentabilidad e inversión que en el mediano plazo se traducirían en una mayor recaudación y, en consecuencia, en ganar libertad de movimiento fuera de la zona de asfixia de años anteriores.

Fomentar el comercio, la producción y la inversión adecuando los parámetros de control sobre estas actividades no puede calificarse de neoliberalismo. El gobierno tomó medidas para facilitar la contención de la inflación y estimular el crecimiento económico en respuesta a un panorama de presiones que no dejaba otra alternativa.

Por el contrario, ejecutar medidas cercanas al neoliberalismo sería, por ejemplo, aupar el crecimiento pero eliminando toda política de recaudación destinada a reorientar recursos para el bienestar de la población, lo cual no ha ocurrido ni tampoco está cerca de ocurrir.

Es una contradicción absurda calificar a un gobierno como neoliberal si este tiene una amplia gama de impuestos para fortalecer su recaudación, sostener los subsidios a los servicios públicos y un programa alimentario de carácter masivo: los CLAP, cuyo costo de adquisición para la población está muy por debajo de los precios de mercado. Es sencillamente un sinsentido; es todo lo contrario al neoliberalismo.

Además de lo que lleva de implícito el neoliberalismo en su ámbito de desarrollo técnico y económico es importante señalar, también, su correspondencia con una cosmovisión de la vida en sociedad centrada en la acumulación de ganancias, el individualismo y la obsesión por la rentabilidad.

Si Maduro encarnara esta visión de mundo, país y sociedad, no lo observaríamos enfocado en fortalecer el Sistema de Misiones, las entregas de viviendas y el resto de políticas públicas dirigidas a la protección social en términos de alimentación, salud y educación de la población.

Si fuera neoliberal, estos temas sencillamente no figurarían en su mapa de preocupaciones e irían perdiendo vigor y presencia en la orientación del Estado hasta desaparecer.

Precisamente en esa coherencia es en la que Maduro ha mantenido, e incluso actualizado, la política chavista de preservar la soberanía, el papel de rectoría del Estado sobre el desarrollo económico y los instrumentos de redistribución de la riqueza como mecanismos de equilibrio social y económico. Ha ajustado estas líneas gruesas programáticas a un contexto de nuevo tipo, sin perder el foco estratégico de la orientación del chavismo.

Quizás el aspecto más frágil de esta narrativa es que supone que todo lo que implique reordenar las finanzas, buscar una gestión más racional de recursos (escasos, en virtud del bloqueo) y estimular condiciones de crecimiento económico por vías diversas a las tradicionales certifica un giro «neoliberal».

Esto no solo es incorrecto teóricamente, también expresa cómo el gobierno del presidente Maduro está sacando a muchos de sus zonas de confort a la que estaban acostumbrados. A una forma de ver y entender el país, la economía y el Estado.

En cualquier caso, los comerciantes de este relato tendrían que responder en qué cabeza cabe que un presidente neoliberal, tan dado a «traicionar el legado de Chávez» para enriquecer a los empresarios, continúe perseguido por un país, Estados Unidos, que llevó el experimento neoliberal a una escala mundial.

Si es neoliberal, no hay razón para que prosiga el acoso en su contra, ¿verdad?

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