Pedro de la Hoz González - Cubaperiodistas
Cada vez que se anuncia una presentación de Roger Waters, las chispas que deja a su paso dan la impresión de que un incendio está a punto de estallar. De un lado a otro se agitan las brasas, ante las expectativas de estar ante un indiscutible ícono de la cultura pop, cofundador del mítico grupo Pink Floyd y autor de temas clásicos del rock como Animals, Comfortable numb, Wish you were here y The dark side of the moon, o de resistir la seducción de un artista “grosero, despiadado”, (adjetivos empleados por su excolega David Gilmour) al que se le debería prohibir el acceso a los escenarios.
Esto último ha sido solicitado más de una vez a lo largo de la reciente gira de Waters por países de Sudamérica. Recursos legales presentados ante instancias judiciales de Argentina y Chile pretendieron obstaculizar los espectáculos programados en el ciclo Esto no es un simulacro, con el cual el músico supuestamente se despedirá de los conciertos en vivo, bajo el pretexto del agotamiento de los 80 años cumplidos en septiembre pasado.
Detrás de las acusaciones se hallan organizaciones e instituciones hebreas, radicadas en esos países, que acusan a Waters de ejercer el antisemitismo. En Argentina, abogados nombrados por un sobreviviente de la Shoah y sus descendientes radicaron en un tribunal una causa para que el artista británico fuera encausado por “apología del odio, discriminación racial, e incitación a la violencia”. En comentarios de los implicados justificaron la acción por considerar ofensivo que Waters comparara al “Estado de Israel con la Alemania nazi”. Las presiones contra el artista dificultaron el hospedaje de este en hoteles uruguayos y argentinos, en cuya gerencia intervienen intereses vinculados a capitales israelíes.
Nada nueva la incomodidad que en ciertos círculos políticos ha causado Waters a lo largo de su prolongada carrera. Como nada nuevo es confundir antisemitismo con antisionismo. El odio y la discriminación contra los judíos, que alcanzó la más degradante expresión en la ideología del Tercer Reich con el asesinato masivo de al menos seis millones de personas, no tiene que ver con la justa crítica y desmontaje de los argumentos esgrimidos por los sionistas para ocupar el territorio, y oprimir y reprimir a la población palestina.
Por años Waters ha denunciado el sionismo y equiparado sus efectos con los del nazismo sobre los judíos. ¿Que lo ha hecho valiéndose de su indiscutible popularidad y su posicionamiento en el llamado star system? Cierto. Sus juicios públicos llaman la atención mediática. ¿Que en determinados momentos haya sido estridente? La estridencia va con la proyección pública de una estrella del rock: conciertos multitudinarios, escenografías espectaculares, despliegue de recursos técnicos audiovisuales.
Más en el fondo, la denuncia es la misma que honestos escritores y artistas israelíes y periodistas que en la nación creada tras el pacto imperial angloestadounidense después de la Segunda Guerra Mundial difieren de la ideología sionista. Habría que revisitar las opiniones de un escritor de la talla del novelista Amos Oz, partidario de la convivencia armónica entre hebreos y palestinos, crítico acérrimo del fanatismo sionista, o la obra fílmica de Avi Mograbi, para observar cómo no se apartan del credo del músico británico.
La carga renovada contra Waters proviene de su decidida condena al genocidio del régimen de Netanyahu contra la población palestina confinada en Gaza. Lo ha dicho sin pelos en la lengua: “Están asesinando a una comunidad que tiene derecho a existir; es una violación flagrante del más importante de los derechos humanos, el derecho a la vida”. Lo ha dicho antes, durante y después de sus conciertos.
A cierta prensa no le basta lo que evidentemente es una actitud políticamente incorrecta, según su escala de valores, e intentan descalificar la entrega artística: que si son versiones de éxitos desgastados por el tiempo, que si ya es hora que Waters viva de los recuerdos y no de la actualidad.
Waters sigue llenando estadios y suma nuevos seguidores. El impacto de su música, lejos de disminuir, aumenta.
Foto de portada: Tomada de RTVE