Parada de Tulipán y Boyeros, en La Habana. Foto: Jorge Luis Sánchez Rivera/Cubadebate.


Eduardo Rodríguez Dávila

Ministro de Transportes de Cuba

Tomado de Cubadebate

Reconozco que me tomó tiempo escribir este mensaje. Y la demora no por lo difícil, sino por temor a no hacerlo bien, a que sonara a petulancia, autobombo o populismo. Sin embargo, por la utilidad de compartir mi experiencia con los demás, me atreví.

El equipo me pidió estas palabras bajo el pie forzado de esgrimir "algunas ideas de por qué damos botella mientras conduzco o me desplazo en un vehículo oficial, para profundizar en las razones políticas, éticas y humanas que hay detrás".

Cuando recojo a personas en las paradas:

- no pienso en que voy apurado a mi reunión, pienso en los que esperan desesperados la oportunidad de llegar a su destino;

- no pienso en que me ensucien tal vez por dentro el carro, pienso en esa persona mayor que pudiera ser mi madre o mi padre, que a duras penas pueden resistir un minuto más en la parada;

- no pienso en que tengo que recoger a personas de mi trabajo por el camino, simplemente ofrezco el recorrido que tengo disponible, casi siempre a alguien le sirve;

- no pienso si hay inspector o no que controle la cola, pienso en que seguramente dos o tres personas resolverán conmigo su problema;

- no pienso en que quizás personas ajenas compartan el carro con miembros de mi familia, pienso en primer lugar que el carro no es mío y luego, que si no tuviera el carro, esos de ahí afuera serían mi familia y agradecerían la ayuda;

- no pienso en que tal vez se me pueda perder algo del interior del carro, pues precisamente para ayudar sin límites, pongo siempre las cosas en el maletero;

- no pienso en que se pueden romper piezas del interior del carro, pienso en que esas mismas cosas también se les pueden romper a cualquiera de los colegas de trabajo que transporto o a los miembros de mi familia;

- no pienso en si tengo poco tiempo, pienso en quien esperando en una parada tiene a un familiar ingresado o una necesidad impostergable en la que un aventón es cuestión de vida o muerte;

- no pienso en si lo hago o no, si hay inspector o no, pienso en la sonrisa de agradecimiento que recibo después de cada ayuda, y el ejemplo que representa para todos mis colaboradores;

- no pienso en nada más que la suerte que tengo de tener un carro del Estado y la obligación que ello encierra de servir al pueblo, ese que de algún modo contribuye con el carro que yo tengo. Es lo menos que puedo hacer y por lo tanto mi obligación moral, que incluye exigir que otros lo hagan. Y es por eso, en definitiva, que redacto estas líneas.

Pero al igual que yo, hay choferes estatales y privados dispuestos a apoyar a otras personas, siempre que puedan, para que su movilidad sea menos infausta. A cada rato se viraliza una historia de ese tipo en redes. Para los del batallón al que pertenezco, los que paran en las paradas, el reconocimiento. Para los que no lo hacen, nuestro repudio, no debieran tener a su cargo un vehículo del Estado.

En tiempos tan complicados, de tantas carencias, nos salva la solidaridad. Esa que existe en nosotros y la despierta el otro cuando nos necesita. Esa que regresa como bumerán, porque mañana la necesitarás para ti.

Si estas palabras sirven, hago un llamado a fomentarlas y sobre todo la conducta que promueven. La vida es mucho más fértil y feliz cuando la habitamos desde la colaboración, la cooperación, el apoyo, la generosidad. Que nuestras posibilidades de movilidad sean herramientas para servir y cuidar al otro, en tanto construimos una situación mejor en el transporte público. Eso merecemos.

(Tomado del perfil de Facebook de Eduardo Rodríguez Dávila)

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