Dibujo: Alfredo Lorenzo Martirena Hernández / Cubahora.
César Gómez Chacón
Cubavisión Internacional
Si no fuera porque ha costado muchas vidas y largos años de sufrimiento y sacrificios al pueblo cubano, pudiera decirse que la política del imperialismo yanqui hacia el archipiélago caribeño, recuerda por momentos el juego infantil del cachumbambé: un ratico para arriba y otro para abajo.
La noticia de que el señor Joseph Robinette Biden Jr. sacó el pasado martes 14 de enero a Cuba de la lista de supuestos estados que patrocinan el terrorismo, le dio rápidamente la vuelta al mundo.
Se lograba así el primer objetivo, no de hacer justicia, sino relaciones públicas. Un golpe de efecto que de paso devolvía la papa caliente a su sucesor Donald Trump, en una especie de boxeo político de recibir y ripostar… Él sube y baja del cachumbambé entre republicanos y demócratas, en un círculo vicioso, sin freno a la vista y sin importar la víctima colateral.
Trump había puesto nuevamente a Cuba en el famoso listado el 12 de enero de 2021, a ocho días de irse por primera vez de la Casa Blanca. Retomaba así una vieja iniciativa de aquel Ronald Reagan, mal actor de reparto devenido entre 1981 y 1989 presidente de la potencia más poderosa del mundo, y un acérrimo enemigo de la revolución cubana.
Al desmemoriado Biden le tomó casi todo su mandato (hasta solo seis días de dejar el asiento en la oficina oval) tomar una decisión que hubiese sido coherente con su discurso de campaña, cuando prometió retomar la política de “su” presidente Obama respecto a Cuba. Tarde muy tarde, Joe.
Es contradictorio el desmedido júbilo ahora por parte de ilustres países que durante el primer período de Trump, y durante estos 4 del ahora despedido mandatario, poco o nada dijeron o hicieron para denunciar lo que era a todas luces una injusticia fundamentada en la mentira y la prepotencia imperial.
Su actuación recuerda al niño malcriado cuando su papá les quita un castigo que no merecieron. La presencia de Cuba en la lista significó igualmente una afrenta a sus respectivas soberanías. ¿O es que también desde aquellas “iluminadas” capitales apostaron a que el apretón de tuercas a la economía cubana apagaría finalmente la rebeldía de la isla irredenta?
Cuba, su pueblo y su gobierno han reconocido las muestras de apoyo de países amigos, de movimientos de solidaridad, y de personas honestas dentro de los propios Estados Unidos, que durante este tiempo alzaron sus voces contra el bochornoso listado. Pero es difícil coincidir en este caso con aquello de que fue tantas veces el cántaro a la fuente hasta que se rompió. El cántaro sigue intacto.
Un oasis limitado, tardío y efímero
En el paquete de Biden está también la decisión de suspender la capacidad de los ciudadanos estadounidenses de demandar en tribunales de Estados Unidos la nacionalización de sus propiedades en Cuba, acuñada en el título III de la Ley Helms-Burton de 1996, y también el presidente saliente anunció el levantamiento de algunas sanciones financieras decretadas por la anterior (y ahora inminente) administración.
Nadie se llame a engaño, se trata de un oasis casi caricaturesco en el inmenso entramado del bloqueo económico, comercial y financiero que desde 1962 imponen los Estados Unidos de América a Cuba, arreciado de manera feroz por los dos últimos gobernantes imperiales.
Las declaraciones oficiales desde La Habana pudieran resumirse en lo expresado en la televisión nacional por la subdirectora de la Dirección General de Estados Unidos del Ministerio de Relaciones Exteriores, Johana Tablada de la Torre: “Son pasos en la dirección correcta pero absolutamente insuficientes”. “Muy limitada y tardía”, acotó en conferencia de prensa el canciller Bruno Rodríguez Parrilla al referirse a la decisión.
Quizás el publicitado actuar de la administración saliente tiene su mejor virtud en el reconocimiento explícito del presidente Biden de que, efectivamente, Cuba no patrocina el terrorismo (nunca lo hizo); y también de que una vez más ha fallado la política obsoleta de asfixiar a quienes viven en el archipiélago para provocar un cambio de su gobierno.
Para los cubanos y cubanas, cientos de entrevistados en estos días por la prensa nacional y extranjera, no hay muchas razones para celebrar. Apenas la posibilidad de coger un aire y seguir echando “palante”. La inmensa mayoría de ellos sabe que los problemas de Cuba no se resolverán nunca desde el Norte, revuelto y brutal.
El cerco sigue y en lo inmediato apunta a peor
Celebrar en desmedida las “migajas” imperiales a Cuba no es un buen síntoma. El bloqueo está ahí, casi intacto, más férreo que nunca. Y el pueblo cubano ha sufrido y resistido por decenas de años, hasta hoy mismo, sus nefastas consecuencias.
Sería como celebrar ahora una supuesta decisión de Israel de dejar de masacrar al pueblo palestino. ¿Quién va a pagar por los miles de muertos y heridos, niños, mujeres y ancianos, y por un país totalmente devastado?
Por eso, más allá de algún lógico y efímero regocijo, no deben desmovilizarse jamás las fuerzas que en el mundo apoyan la causa de Cuba por la defensa de su soberanía y del sistema político que se ha dado libremente durante los últimos 66 años.
La llegada este próximo 20 de enero de Donald Trump y sus acólitos a la Casa Blanca, augura en muy poco tiempo el retorno a lo peor de la política de presiones imperiales contra la isla. Volverá a inclinarse para mal el cachumbambé. Regresarán las mentiras, las acusaciones y las listas. Volarán con saña los nuevos y viejos halcones. Y los mismos avestruces de siempre esconderán otra vez sus cabezas en la tierra.
No es pesimismo. Es un llamado a la resistencia, a movilizar todas las fuerzas necesarias para detener algún día –definitiva e irreversiblemente- el movimiento errático de la obsesión imperial contra Cuba.