Sarah Stephens* - The Huffington Post.- Nuestra política hacia Cuba es inhumana, y el gobierno de Bush merece que se le señale por su respuesta miope y politizada a la tragedia que tiene lugar en la isla. En días recientes tres huracanes (Hanna, Gustav y Ike) devastaron la isla.


Debido a vientos feroces y a la lluvia, Cuba perdió 700 mil toneladas de productos en diez días. Un cuarto de millón de de hogares y estructuras resultaron dañadas o destruidas. Los servicios de acueducto, telefonía y electricidad están afectados. Care International pronostica que decenas de miles de cubanos quedarán sin hogar y que Cuba enfrenta la posibilidad real de escasez de alimentos en los próximos días. Gracias a la admirable Defensa Civil de Cuba, sólo se perdieron siete vidas,  pero mis amigos cubanos me cuentan que sencillamente es una crisis, una catástrofe.

Otros gobiernos han respondido con decisión. Rusia, que suspendió su ayuda financiera a la isla después de la Guerra Fría, ya empezó a cumplir su promesa de entregar 200 toneladas de suministros. España está enviando 15 toneladas de ayuda por vía aérea. Venezuela, China, Brasil, Argentina, México y la UE están todos colaborando.

Pero, ¿dónde están los Estados Unidos? Nosotros estamos ocupados ofreciendo al gobierno cubano un señuelo a guisa de ayuda por el huracán.

El gobierno no ayudará a Cuba directamente ni cambiará su política, pero sí le está otorgando licencias especiales a grupos anticastristas en Miami quienes enviarán ayuda a cubanos en la isla, selectivamente. Además le está enviando 100.000 dólares a la misión diplomática de los EEUU en La Habana para que dispense ayuda, apenas unos meses después que se descubriera a nuestros diplomáticos entregando dinero al contado a disidentes cubanos, dinero recibido de la gente de línea dura que durante años ha trabajado para derrocar al gobierno de Castro. Se le exige a Cuba que acepte la visita de un equipo de evaluación de la USAID, la misma agencia que este año está utilizando 45 millones de dólares para movilizar a cubanos y a gobiernos foráneos para luchar por el cambio de régimen en Cuba. Cuando Cuba rechaza este ofrecimiento, el gobierno la acusa de politizar el tema. Es una broma vergonzosa.

Pero hay ahora un coro creciente de voces -en la comunidad religiosa, juntas editoriales y cada vez más en Miami- que insta a los líderes de nuestro país a actuar con decisión y de buena fe para ayudar al pueblo cubano.

Nosotros sabemos lo que podría hacerse

En el 2004, el gobierno de Bush adoptó medidas estrictas para poner fin a los viajes y al apoyo familiar de los cubanoamericanos de manera de mantener los dólares estadounidenses fuera de las arcas cubanas. Ahora que se requiere ayuda humanitaria, es imposible aumentar la ayuda privada directa, es decir, de familia a familia, a los cubanos que están en dificultades.

Estas restricciones deben ser anuladas.

Los cubanoamericanos que tienen familiares en la isla deben tener la posibilidad de tomar un avión e ir a ayudar a sus familias a recuperarse y reconstruir, y deben tener derecho a enviar apoyo financiero ilimitado. Estas medidas pondrían dinero en los bolsillos de los cubanos que necesitan apoyo para reparar sus hogares y poner comida en la mesa.

Pero deberíamos hacer más, mucho más. El gobierno de Cuba ha solicitado créditos norteamericanos que le permitan comprar a nuestros granjeros alimentos para su pueblo. Su deseo es que se flexibilicen las restricciones para poder adquirir suministros eléctricos y otros materiales de construcción para ayudar a los cubanos a reconstruir sus hogares. Estas solicitudes deben ser satisfechas. También podríamos hacer importantes donaciones a la ONU para que pueda llevar más alimentos y socorro a Cuba. Ninguna de estas medidas equivale al levantamiento del embargo, ni a la normalización de relaciones, pero podrían ser el principio de una ayuda que podría aumentarse hasta alcanzar el mismo nivel de la tragedia.

Estos pasos pueden ser más de lo que nuestro sistema político puede soportar, pero son lo que se debe hacer, de manera que nuestro país esté del lado de los que alimentan al cubano hambriento y al que ha perdido su hogar. Estas medidas también estimularían las ventas de alimentos producidos en los EEUU e impedirían que una crisis económica en Cuba se tradujera en salidas masivas que provocaran una crisis humanitaria aquí. Al propio tiempo, satisfarían los deseos de la mayoría en Miami que lo que más desea es poder ayudar y consolar a sus familiares en Cuba.

Es preciso que nos levantemos contra los soldados de la Guerra Fría y los cínicos y que hagamos lo correcto. Sabemos que ellos se oponen a estas medidas humanitarias, pues esperan que los huracanes logren en 2008 lo que cincuenta años de embargo no han logrado; ellos quieren que Cuba colapse.

A corto plazo esta política no puede calificarse más que de sádica; a largo plazo, va contra nuestros intereses nacionales. Si los últimos cincuenta años nos han enseñado algo, es que Cuba se las arreglará para salir adelante, con ayuda o sin ella. Pero el riesgo existe de que generaciones de cubanos que construyen un nuevo futuro no olviden nunca que cuando los huracanes casi les arrancaron la vida, Rusia, Venezuela y China estuvieron allí, pero los EEUU no. Eso no nos ayuda, sino que nos hace daño.

*Sarah Stephens es directora del Centro para la Democracia en las Américas.

Traducido por Juana Vera del Equipo de Servicios de Traductores e Intérpretes (ESTI)

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