Carlos Tena - Rebelión.- En aquel film del director Alfred Hitchcock titulado Psicosis, primer gran éxito global del realizador británico, basado en la novela homónima de Robert Bloch, aunque adaptada al cine por un versátil actor, músico y escritor norteamericano, llamado Joseph Stefano, se abordaba lo que en psicología se conoce como un trastorno disociativo de la identidad del yo, por el cual una persona llega a poseer dos personalidades distintas; es decir, dos formas de comportamiento diferentes, con sus respectivas estructuras, pautas de conducta, criterios y formas de reacción. Dependiendo de diversas circunstancias, sobre todo debido a situaciones de estrés, prisa, tensión psíquica, el enfermo pasa de una personalidad a otra, sin que pueda reaccionar ante el cambio.


Conociendo a Diego Alfredo Manrique (Pedrosa de Valdeporres, Burgos, 1950) desde hace lustros, habiendo trabajado codo a codo con él, tanto en radio como en televisión, puedo afirmar que su conocimiento y agudeza en los análisis del fenómeno que se ha dado en llamar música pop (de la clásica se reconoce poco seguidor), resultan difícilmente alcanzables para el resto de los colegas de su misma generación, salvo contadas excepciones que no viene al caso citar.

A pesar de ello no me resultó chocante el artículo que escribió en su País, acerca del sobado Concierto habanero por la Promoción de Juanes, digo por la Paz, que me llegó, vía email, hace unas horas. En esta ocasión, no ha sido Manrique, sino su yo-analista político, incapaz por ello de calibrar las consecuencias de la intromisión cerebral del invasor. Y me niego a creer que el hecho de que el próximo año acceda a la tercera edad, sea la causa primordial que haya provocado que, de nuevo, sufriera ante la pantalla otro ataque a lo Anthony Perkins.

Recuerdo en cierta ocasión a mi admirado colega, que en tiempos del franquismo mantenía una enconada lucha interior entre su herencia genética y su inteligencia (de la que salió derrotado su primer coqueteo con el izquierdismo), escribiendo sobre los recitales de los cantautores, a la manera del cirujano que ha de intervenir el riñón de una paciente, mientras su mirada está clavada en el pubis. Diego parecía no estar interesado en las canciones o la poesía, desplegaba su magistral pluma para acusar a los intérpretes de alentar al público a que lanzara gritos y consignas políticas, y asumía como normal la entrada violenta de la policía de la dictadura y la suspensión del concierto. Era también su otro yo, el analista político.

En esta ocasión, con su crónica desde la butaca sobre el multitudinario espectáculo del colombiano, ninguneando a artistas, espectadores y sistema político, mintiendo de manera infantil acerca de los recitales, el público, los miembros de las Fuerzas Armadas cubanas, Fidel, Revolución, etc., la disociación del yo no situaba a Manrique reaccionando con la personalidad de un ser querido, como en la novela, sino con la del mismo Alfonso Ussía.

Lamentable, además, porque según me indican amigos comunes, Manrique es más feliz con esta su segunda personalidad.

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