Me imagino la Cuba por la que “luchan” estos mártires y me entran unas inaguantables ganas de defecar. Algunos de ellos conocieron el estilo de vida “democrático” y la “libertad”. Tal fue así que regresaron a la isla, a no pagar alquiler, médico ni medicinas, ver excelente cine internacional por unos centavos de dólar y disfrutar por un precio parecido de la vibrante cultura de la isla.
Puedo adivinar la democracia que desean, representada por una gran mayoría indiferente, absorbida por los anuncios de carros que soñarán tener, por los chismes de los paparazies y las historias de los “ganadores” a quien querrán calcar.
¡Arriba el presidente democráticamente elegido de Cuba!, podrán gritar en la calle. ¿A quién va a importarle si está arriba o debajo?, corre a coger las sodas desabridas que están regalando, los T-Shirts con el nombre de los nuevos héroes montados en autos caros, mátate por las rebajas, los cupones de descuento, marca en las colas de los Door Busters, aprovecha los descuentos de la etiqueta roja. El mundo corporativo es demasiado paternalista, ¿no era eso un defecto del Estado? ¿O un estado defectuoso del ser humano?
Bill Maher lo ha dicho claro: la democracia no viene sola. La libertad le sigue.
Libertad. Pobre, maltratada palabra divorciada del significado que intenta transmitir. Como la que evoca a ese Dios condenador de abortos pero completamente ciego ante la indigencia infantil, ante el sufrimiento permanente e inútil. La semántica murió hace mucho.
¿Libertad para encadenarse a la esclavitud financiera, a las deudas con cara de “buena vida? ¿Para la cosificación del ser humano, incansable buscador de lo mismo con pintas diferentes en los Malls? ¿Libertad para entrenar a los cubanitos en apretar botones y mirar como unos zombies las mismas imágenes reempacadas? ¿Para darles Ritalín desde la escuela primaria, porque la ansiedad se los está comiendo? ¿Para que las pandillas tomen las calles y las drogas se ofrezcan como si fueran caramelos en las escuelas?
¿Libertad para convertirse en adictos a la comida, a la ropa, al sexo, a la risa falsa, a la depresión, a la aprehensión, a los zapatos? ¿Para que se creen negocios que intenten curar esas adicciones enriquecedoras de pocos bolsillos? ¿Libertad para hacer el amor con imágenes o muñecones plásticos?
¿Libertad de expresión que impida decir lo que nadie desea escuchar, porque la vida sólo está diseñada para reírse y lo feo no existe? ¿Libertad para encerrarse en el ego, tras los cristales oscuros de los autos, para que la realidad no nos roce? ¿O para cantarle a la autocomplacencia, a la soledad impenetrable después del 9 to 5, aunque siempre matizada de sonrisas, de una elegante alabanza al Chardoney? ¿Libertad para implantar un modo de vida que lleva implícita la violencia, porque ese es el verdadero resultado de la ambición desmesurada, del egoísmo sin límites capaz de pisotear, de vivir, de la desgracia del otro?
¿Libertad para convertir a Cuba en paraíso de americanos retirados, y a los cubanos en limpia-mansiones, limpia-yates, limpia-culos (lame-culos), como pide otro disidente, en el exilio y con la panza llena, muy liberal él? ¿Libertad para el come-y-caga-y-caga-y-come? ¿Para que nos reciclen mientras pagamos por las vacaciones lujosas de nuestros empleadores? ¿Para mostrarnos agradecidos porque nos han congelado los salarios, como si tuviéramos una deuda impagable, infinita? ¿Para que a la hora de la vejez nos sigan condicionando con todo tipo de mentiras, medias verdades y miedos?
Cuba tiene mucho que hacer por igualar el orgullo por sus médicos y maestros, por el acceso a la cultura y al deporte brindado a su pueblo, con el orgullo de tener una economía que funcione y le brinde motivación a los jóvenes. Pero eso no puede lograrse bajo un acoso constante, obsoleto, y menos, copiando un modo de vida en declive. Lo nuevo no acaba de nacer, lo viejo se resiste a morir, aun estando ya muerto. Y en el medio, la sentencia de Bill Maher y todos nosotros.