Conversación con Jaime Gómez Triana, compilador junto a Abel Prieto del libro Fuera (y dentro) del juego. Una relectura del "caso Padilla" cincuenta años después.
“La historia tenía que ser contada desde un lugar más reflexivo”
Madeleine Sautié Rodríguez
Imágenes: Cortesía del entrevistado
La Jiribilla
En junio de 2021 se conmemoró el aniversario 60 de las reuniones en la Biblioteca Nacional, que dieron lugar a la intervención de Fidel conocida como Palabras a los intelectuales; y en agosto, la Uneac cumplía también sus 60 años.
Al arribar a esas fechas, no era posible dejar de revisitar aquellas horas fundacionales que configuraron la política cultural de la Revolución. El 27 de abril del propio 2021, en la Uneac, se presentó, en versión digital, el libro Fuera (y dentro) del juego. Una relectura del “caso Padilla” cincuenta años después. Selección y prólogo de Abel Prieto y Jaime Gómez Triana, coeditado por la Uneac y el Fondo Editorial de Casa de las Américas, donde había nacido la intención de concebirlo.
En torno al libro, un texto de 254 páginas, que se comercializa en las respectivas librerías de Casa de las Américas y de la Uneac —y se puede descargar desde La Jiribilla— conversamos con Jaime Gómez Triana, uno de sus autores.
“Cuando en 2021 publicamos Fuera (y dentro) del juego. Una relectura del “caso Padilla” cincuenta años después, estábamos seguros de que podía ser de utilidad. Ahora, cuando todo vuelve una y otra vez, estamos convencidos de que es más necesario que nunca, porque la historia tenía que ser contada desde un lugar más reflexivo”.
¿Cómo nació la idea de hacer el libro?
Inmersos en ese ejercicio de volver sobre sucesos cruciales del devenir intelectual cubano, recuerdo que nos juntamos un grupo de compañeros en una especie de taller en la sede de la Uneac y comenzamos a repasar algunos de los momentos de mayor tensión en el campo artístico y literario. El “caso Padilla” formaba parte de ese itinerario y precisamente en 2021 se cumplían 50 años del berenjenal que acabó siendo todo aquello. Abel Prieto recordó allí que en 1971 la revista Casa de las Américas había publicado, en una especie de suplemento, la nefasta “autocrítica” de Padilla. Fue entonces que nos preguntamos qué archivos guardaba la Casa de las Américas acerca de todo aquello y así empezó la pesquisa. Trabajamos durante meses con Abel, leyendo, precisando datos, haciendo relaciones, pasando de los despachos de prensa a la correspondencia y viceversa.
¿Cuáles fueron los hallazgos?
En los archivos de la Casa de las Américas, que están perfectamente ordenados, aparecieron cartas, declaraciones públicas, artículos, despachos cablegráficos y muchos recortes y fotocopias de la prensa latinoamericana, sobre todo, pero también de diarios y revistas europeas y estadounidenses. Muchos de esos textos, y en particular los que aprovecharon el “caso” para desatar un pandemónium en torno a Cuba, habían circulado ampliamente replicados, aquí y allá.
Los periódicos tomaban los cables de AFP, de EFE y de la UPI y los daban a imprenta sin retocar siquiera los titulares. La intención era evidente: se buscaba influir en la opinión pública y quebrar el consenso de la intelectualidad progresista y de izquierda en torno a la Revolución, que entonces era muy sólido. Para conseguir esa tarea se pusieron en juego todos los medios disponibles, la calumnia se naturalizó, y aquellos medios acabaron invisibilizando las voces que se alzaron para defender el proyecto social que había triunfado en 1959 de lo que, obviamente, era una campaña de satanización montada con todos los hierros. Una campaña que supo aprovechar muy bien los insumos que Padilla venía poniendo en juego desde algunos años atrás y que con la falsa confesión del poeta completó todos los ingredientes que necesitaba.
El autor de El justo tiempo humano se había convertido en una persona de interés para la gran prensa desde el año 1966 y, quizás por ello, solo dos días después de su detención, ocurrida el 20 de marzo de 1971, apareció un cable sobre el tema firmado por el corresponsal de AFP en La Habana. La información que se publica en aquellas jornadas resulta difusa. Un escritor cubano preso en La Habana constituía una circunstancia extraordinaria para catalizar la campaña contra la Revolución que venían tejiendo, sin connivencia aparente, agencias de prensa y núcleos intelectuales vinculados a las prédicas del Congreso para la libertad de la Cultura. Estos últimos se afanaban en disputar a la Revolución Cubana la influencia en el campo cultural latinoamericano y el control de la interpretación, sobre todo en lo relacionado con el rol del intelectual revolucionario, un debate que se había venido dando durante la segunda mitad de la década del 60. Revistas como Mundo Nuevo, en un primer momento, y Libre, ya en el propio año 71, centrarían su política editorial en minar la legitimidad del proceso revolucionario cubano. Libre será crucial en la secuencia de hechos que acompañan el “caso Padilla”.
Pero una cosa es el debate entre revistas literarias y otra muy distinta la concertación de las agencias y de los grandes medios de prensa de Europa, en particular de Francia, y de la América Latina para fijar matrices de opinión adversas a la Revolución Cubana, que acabaron con inflamar los ánimos a propósito del “caso”. Es probable que nunca ningún escritor cubano o latinoamericano haya recibido una atención tan sistemática y extendida en el tiempo por parte de la gran prensa, incluso se urdieron operaciones muy precisas de intensificación y distorsión, fundamentalmente a partir de lo que amplificaban y lo que silenciaban. Lo ocurrido con la carta abierta del PEN Club de México fue ejemplar en ese sentido.
Heberto Padilla en la Casa de las Américas durante las sesiones de trabajo del III Concurso Literario Hispanoamericano (Premio Casa de las Américas) en 1963. Aparecen además Walterio Carbonell, Edmundo Desnoes, Humberto Arenal y Néstor Almendros.
¿Qué sucedió entonces?
El 2 de abril del 71, los escritores mexicanos habían conseguido publicar en el Excélsior, en un recuadro muy pequeñito, el contenido de su carta dirigida a Fidel interesándose por Padilla. Dos días después, Novedades, y otros medios de prensa publicaron el texto como amplia inserción pagada. Un gran titular y mucho espacio en blanco, para que el mensaje no pudiera ser obviado por ningún lector. Fernando Benítez, Marco Antonio Montes de Oca y José Emilio Pacheco, tres de los firmantes de la carta del PEN Club se quejaron al día siguiente a través de una carta que, al parecer, solo publicaron el Excélsior y El Día. En esa comunicación aclaraban que nada tenían que ver con la manipulación orquestada a sus espaldas y se preguntaba “por qué las personas que abusaron del nombre del PEN Club no han procurado darles la misma difusión a nuestros documentos en defensa de José Revueltas y los demás procesados de 1968”, tras la masacre de Tlatelolco.
Cuatro días después apareció en Le Monde la primera carta que dirigieron a Fidel intelectuales europeos y latinoamericanos, radicados en París. Juan Goytisolo y Julio Cortázar fueron sus principales redactores. Desde la oficina de la revista Libre llamaban por teléfono para conseguir las firmas con urgencia y cierta ligereza. Veinticuatro de los firmantes retiraron su firma luego de que apareció la carta. Muchos no habían sido consultados o no habían entendido bien qué estaban firmando.
¿Quiénes esclarecieron su inicial desacuerdo?
El ejemplo más paradigmático, entre todos los que esclarecieron su desacuerdo con lo difundido, fue el de Gabriel García Márquez, quien dijo en una entrevista concedida al periodista Julio Roca para el Diario del Caribe, de Barranquilla, que él no había firmado. El premio Nobel colombiano se refirió al conflicto de un grupo de escritores latinoamericanos con la Revolución Cubana como “un triunfo efímero de las agencias de prensa” y las emplazó en más de una ocasión. ´
¿Cómo reaccionaron los medios?
Las agencias devolvieron el golpe silenciando la entrevista, al punto que aún hoy García Márquez aparece tranquilamente entre los treinta y dos firmantes de esa primera carta. Su nombre en relación con Cuba y la Revolución resulta tan importante que incluso hoy se niegan a renunciar a él. No obstante, el autor de Cien años de soledad se equivocó al calificar al tema Padilla como algo pasajero, aquel triunfo de las agencias de prensa no fue para nada efímero, hoy todavía estamos hablando de eso.
Y es que a la primera carta de los escritores y artistas europeos y latinoamericanos radicados fundamentalmente en París le siguieron la desacertada publicación de una carta autocrítica de Padilla, su liberación y la, aún más infeliz, comparecencia del poeta en la Uneac, el 27 de abril del 1971. La autocrítica le permitió a Padilla poner a funcionar una venganza que de paso servía perfectamente a su proyecto de autopromoción iniciado años antes. Tanto el texto de su carta dirigida al gobierno revolucionario, como la declaración que fue filmada por el Icaic le permitieron cumplir con éxito el que fue, sin duda, su principal propósito entonces: enviar un mensaje codificado a sus amigos fuera de Cuba. Hoy todo resulta bastante obvio, pero entonces no lo fue, ni para las diversas autoridades involucradas ni tampoco para la mayoría de quienes fueron convocados como espectadores de aquella insólita y, a fin de cuentas, ya lo he dicho, falsa confesión.
“Los periódicos tomaban los cables de AFP, de EFE y de la UPI y los daban a imprenta sin retocar siquiera los titulares. La intención era evidente: se buscaba influir en la opinión pública y quebrar el consenso de la intelectualidad progresista y de izquierda en torno a la Revolución, que entonces era muy sólido”.
Y llovieron las infamias, se habló de que fue torturado…
Al publicarse la transcripción de lo que Padilla dijo en la Uneac, el escritor cubano exiliado Juan Arcocha declaró desde París, que conocía a Padilla y aseguró que su declaración solo podía haber sido obtenida bajo tortura. Esa matriz, que permitió a la gran prensa poner en solfa de un plumazo, sin cuestionamiento alguno, los ideales de justicia social enarbolados por la Revolución Cubana, se extendió como pólvora. Unos días después Mario Vargas Llosa publicaría una carta pública personal dirigida a Haydee Santamaría, en la cual rompía con el ya en esa fecha inexistente comité de colaboración de la revista Casa de las Américas. Los diarios de América Latina publicarían en grandes titulares la ruptura de Varga Llosa con la Revolución. La respuesta de Haydee, desde una altura moral incuestionable, no se hizo esperar, pero fue silenciada por los mismos medios que levantaron la carta de ruptura del peruano.
Una segunda carta pública sobre el “caso Padilla” apareció en Le Monde, el 20 de mayo, avalada esta vez por sesenta y dos firmas. Había sido escrita por Vargas Llosa y acusaba a la Revolución de haber forzado a Padilla a una autocrítica que recordaba “los momentos más sórdidos de la época del estalinismo, sus juicios prefabricados y sus cacerías de brujas”. El mensaje que Padilla había codificado en una performance sin fisuras, en la que se inculpaba, acusaba a sus amigos e incluso a su esposa y ensalzaba hasta el delirio a sus carceleros, y las acusaciones de Arcocha, habían operado con éxito. El corresponsal de AFP en La Habana entrevistó a Padilla y es obvio que no encontró evidencia alguna de tortura porque las hubiera esgrimido de inmediato, pero la gran prensa no podía abandonar la idea de un martirio de tipo estalinista, que muchos en el continente tenían bastante fresco, ya que, justo en ese momento, en varios países de la región, se estaba proyectando La confesión, una película de Costa-Gavras, con guion de Jorge Semprún, uno de los firmantes de las cartas europeas. El filme estaba basado en el libro original de Lise y Artur London a propósito de las purgas de Checoslovaquia, ocurridas 20 años antes. La prensa no desaprovechó esa “coincidencia”. La película y la altisonante “autocrítica” de Padilla tenía referentes similares. El escritor había vivido y trabajado en los países de la Europa del Este y conocía muy bien la historia trágica de los procesos de Moscú y los de Praga.
En un café del Prado, un día de 1966. Junto a José Lezama Lima, Pablo Armando Fernández y Roberto Fernández Retamar, a la izquierda Luis Rogelio Nogueras.
Hubo otros ardides para amplificar el “caso” …
Un suceso muy didáctico en ese sentido lo constituye la expulsión de tres periodistas del diario El Espectador de Colombia por haber suscrito un mensaje de respaldo a la Revolución Cubana a propósito de aquella coyuntura. El director del periódico, Gabriel Cano, no tuvo ningún reparo en publicar una breve nota editorial en la que declaraba:
En mi condición de director de El Espectador solicito que, desde hoy, y de manera absoluta, se prescinda de publicar crónicas, reportajes o informaciones escritas por los redactores de planta Juan Gossain, Isaias González y Javier Ayala, mientras se cumplen los trámites de la ley laboral para su retiro definitivo, por haber asumido ellos, en relación con la Revolución Cubana y su jefe, una posición que contradice abiertamente la política y la tradición del periódico.
Las agencias difundieron la noticia de una manera muy neutra, casi como una amenaza para aquellos profesionales del sector de la prensa que pudieran sentir simpatía por la Revolución Cubana e intentar proponer algún punto de vista medianamente objetivo en relación con aquella trama macabra que los medios extendían. Ninguna disidencia de la línea editorial establecida por las agencias más poderosas quedaría impune.
Obviamente, ya entonces había quedado establecido el doble rasero que aún se aplica contra Cuba. A propósito de la libertad provisional concedida al teatrista brasileño Augusto Boal, que había sido encarcelado durante tres meses en Brasil y brutalmente torturado, el semanario uruguayo Marcha se “extraña” de que todo hubiera ocurrido “sin que las agencias de noticias hayan emitido (…) ningún cable del grupo de los escritores latinoamericanos en París, cuya preocupación por la libertad parece curiosamente limitada al caso del escritor cubano Heberto Padilla”.
Incluso existen al menos un par de evidencias conocidas de cómo los servicios especiales de los Estados Unidos dieron seguimiento a lo ocurrido en torno al poeta cubano. La primera es un despacho de agencia, aparecido en el Excélsior de México y fechado el 8 de mayo en Río de Janeiro. En él, se da cuenta de la puesta en circulación de un Boletín del Servicio de Información de la Embajada de los Estados Unidos en Brasil que se hace eco del “caso Padilla” bajo el titular “La prensa mexicana comenta la degeneración de la Revolución cubana”. Parece que ante la posibilidad de que por falta de traducción los brasileños no lograran estar al tanto de lo ocurrido en Cuba, la propia embajada yanqui asumió la tarea de difusión. La segunda, es el hoy desclasificado memorando de inteligencia de la CIA que, con fecha 22 junio 1971, se pregunta “Padilla: ¿el Solzhenitsyn de Castro?”. Ante estas pruebas acerca del interés manifiesto del imperio en dar seguimiento al “caso” y trabajar directamente en su difusión, sobran las palabras.
“Es probable que nunca ningún escritor cubano o latinoamericano haya recibido una atención tan sistemática y extendida en el tiempo por parte de la gran prensa, incluso se urdieron operaciones muy precisas de intensificación y distorsión, fundamentalmente a partir de lo que amplificaban y lo que silenciaban”.
¿Qué ideas sobre Padilla subyacen cinco décadas después?
La idea de un Padilla mártir se ha ido imponiendo y ahora reactualizada con nuevas y sistemáticas manipulaciones de la historia cobra más fuerza que nunca. Sin embargo, no debemos renunciar a mirar todo lo sucedido desde la perspectiva de las personas más cercanas a él, incluso de aquellos que fueron sus defensores. En una entrevista que le hacen Leonardo Padura y John M. Kirk a Pablo Armando Fernández, uno de los más cercanos amigos del poeta nacido en Puerta de Golpe, comenta que ya en 1968, a raíz de lo sucedido con su poemario Fuera del juego, Padilla se había convertido en un personaje y que, debido a ello, las personalidades que visitaban La Habana en 1969 y 1970 lo iban a ver. “A Padilla le gusta ese juego —dice el autor de Los niños se despiden—. Un papel protagónico”.
En el libro también recogemos unas cartas inéditas de Mario Benedetti que, habiendo leído apenas una síntesis de prensa de la “autocrítica”, ya podía imaginar el 28 de abril de 1971 la campaña:
En este momento yo solo conozco la síntesis. Me imagino cuál será ahora la arremetida de toda la gran prensa del pudoroso Mundo Libre: que es una muestra más de estalinismo, que la carta es una confesión del tipo de los procesos de Praga, etc., etc., etc.
No podrán decir que “fue salvajemente torturado”, porque me imagino que el Bebo estará tan rubicundo y lozano como cuando se instalaba en el Hotel Nacional, a la caza de karoles y cortázares.
Unos días después, el 5 de mayo, el uruguayo escribirá de nuevo desde Montevideo:
Aquí, desde lejos, no sé por qué tengo la impresión de que Heberto ha hecho esas declaraciones con la secreta intención de que en el exterior sean tomadas como confesión obligada, como autocrítica obtenida a base de presiones. Sus actuales opiniones pueden ser simplemente otro capítulo de su gran maniobra promocional. Quizás yo sea de los pocos que pueda aquilatar cuánto hay de verdad en la mierda que se tira encima y en la que desparrama, pero lo sospechoso es el tono, y ese tono no me gusta. ¿No puede ser posible que Padilla esté jugando este nuevo juego? Es un personaje tan ambiguo, tan retorcido, tan inasible, que encaja mucho mejor en una novela de Dostoyevski que en la actual realidad de Cuba.
El chileno Jorge Edwards, por su parte, en los párrafos finales de su libro de memorias contará sin ningún pudor una versión más exacta de lo sucedido:
Pasó hace poco un artista cubano por París y me confirmó que Padilla está muy bien, que ahora tiene un buen puesto en el Instituto del Libro, que participa en algunas tertulias literarias y habla con humor de su autocrítica, la que compara con algunas autocríticas clásicas de la historia del socialismo. Dice, por ejemplo, que la suya es mejor que la de Evtuchenko, pero que olvidó un detalle muy interesante que puso Luckács en la segunda de las suyas, y que en cualquier caso la mejor de las autocríticas —él reconoce que no consiguió superarla—, es la de Eisenstein, el gran maestro de los comienzos del cine soviético.
Como se puede apreciar, se temió en los días del encarcelamiento de Padilla que viniera una represión en grande. […] Sin embargo, la represión en gran escala no se produjo. […]
El propio Vargas Llosa, precisamente en la reseña de Persona non grata, publicada en 1974, advertía que la historia que cuenta ese libro que tiene el “caso Padilla” como trama fundamental “es, sin duda, pequeña y circunscrita, una marejadilla político literaria, en la que, al fin y al cabo, hubo más ruido que nueces”. Años después, el mexicano Fernando Benítez, firmante de la carta del PEN Club y de la terrible segunda carta, explicará a Roberto Fernández Retamar lo sucedido con las palabras más duras “Cometí el error de cuestionar el caso Padilla con otros muchos, porque pensé y sigo pensando que el socialismo con libertad se daba por primera vez en Cuba. Ustedes se sintieron traicionados. Yo también, porque Padilla era un bufón despreciable”.
Victimizado y revictimizado una y otra vez el Padilla humillado, esconde bajo la máscara al Padilla oportunista. El que atacó a Lezama desde Lunes de Revolución en 1959, el que, sin ninguna prueba, acusa a Cabrera Infante de agente de la CIA e incrimina luego a sus amigos e incluso a su esposa como responsables de las más tremendas bajezas. Es también el mismo que publicó en Pravda, el 1 de enero de 1963, con traducción de Evgueni Evtushenko el poema Júbilo con fusiles, dedicado al cuarto aniversario de la Revolución Cubana.
Cuando Benedetti se refiere al “caso Padilla” como “otro capítulo en su gran maniobra promocional” está dando en el clavo. No podemos olvidar que Solzhenitsyn había sido expulsado en 1969 de la Unión de Escritores Soviéticos y al año siguiente le habían concedido el premio Nobel de Literatura.
También Eduardo Galeano se da cuenta de todo de inmediato y la entrevista que le hace Jorge Rufimelli para Marcha y que aparece en agosto de 1971, da su propia interpretación de los hechos:
[…] tengo la impresión, si no la convicción, de que fue hecha deliberadamente por Padilla para joder a Cuba. Que la hizo en el estilo de los procesos de Moscú de los años treinta, para enviar una señal de humo a los liberales del mundo, diciéndoles: “Compañeros, yo estoy obligado a escribir esto, pero ustedes bien saben que no soy yo quien lo escribe, sino que es el Yves Montand de L’Aveu, de Costa-Gavras”. Cualquier escritor con oficio puede hacerlo.
Vos mismo, si querés, o yo, podemos escribir un texto abyecto, arrastrado; es una habilidad que te da la profesión. Ahora, al darle difusión a eso, claro, proyecta internacionalmente una imagen horrorosa de Cuba, y dio pie a que se difundiera desde Europa la versión de que la Isla estaba en pleno estalinismo, gobernada por un régimen de terror en el cual los intelectuales habían perdido la libertad de expresión y de crítica, y que el paraíso se había transformado en el infierno. Es decir, que aquella revolución idealizada por los europeos, a la medida de la revolución que ellos mismos son incapaces de hacer en sus respectivos países, aquella epopeya romántica de los barbudos de la Sierra, había derivado en una cosa espantosa. Ahora Cuba es un campo de concentración.
Todo ello se obvia cuando se presenta a un Padilla mártir, el más notable de una interminable fila de intelectuales perseguidos por la “dictadura”, pero lo cierto es que no fueron pocos los desaciertos y errores de las autoridades directamente implicadas en aquellos sucesos que no solo cayeron en la trampa de Padilla, sino que pusieron directamente la caja de fósforos en las manos del pirómano. Las ingenuidades y las estupideces de entonces son más que obvias, pero de poco sirve a la trama que sostiene aún el argumento de la tortura presentar la candidez y la impericia de los funcionarios de entonces y menos a un Padilla perverso que se burla de todos y que se convierte finalmente en un personaje amargo y nostálgico, que ya no pudo arrancar de sí aquella máscara de la Uneac.
“Lo más terrible es que la maquinaria de siempre con nuevos oportunistas en su nómina vuelve sobre Padilla una y otra vez y ha acabado por hacer desaparecer casi totalmente al excelente poeta que fue”.
¿Qué beneficio consideras que tiene esta publicación a la luz de estos días?
Cuando en 2021 publicamos Fuera (y dentro) del juego. Una relectura del “caso Padilla” cincuenta años después, estábamos seguros de que podía ser de utilidad. Ahora, cuando todo vuelve una y otra vez, estamos convencidos de que es más necesario que nunca, porque la historia tenía que ser contada desde un lugar más reflexivo. Por eso incluimos en el libro un fragmento de El 71, de Jorge Fornet y otro del libro Decirlo todo. Políticas culturales (en la Revolución Cubana), de Guillermo Rodríguez Rivera. Por eso recogimos el testimonio tan doloroso de Miguel Barnet y le pedimos a Graziella Pogolotti una caracterización del campo cultural de la época, que resultó tremendamente valiosa.
Lo más terrible es que la maquinaria de siempre con nuevos oportunistas en su nómina vuelve sobre Padilla una y otra vez y ha acabado por hacer desaparecer casi totalmente al excelente poeta que fue. Él, de algún modo, fue responsable de ello, un ego tan inflado juega casi siempre en contra de uno mismo, pero no deja de ser triste ver la bandada de aves carroñeras que siguen devorando su lado más perverso. Sé que próximamente se publicará en Cuba un volumen con su poesía completa. Es mi deseo que encuentre muchos lectores que puedan ir más allá del morbo y entablar un diálogo más productivo y esencial con el ser humano que fue.
Fuera (y dentro) del juego
Abel Prieto, Jaime Gómez Triana
La Jiribilla
22/6/2021
El 27 de abril de 1971 tuvo lugar en la sede de la Uneac la “autocrítica” del poeta Heberto Padilla, quien fuera excarcelado esa misma madrugada tras treinta y siete días de prisión. Sus palabras de entonces fueron difundidas a través de Prensa Latina y se publicaron como suplemento en el número doble 65-66 de la revista Casa de las Américas.
A cincuenta años de aquella noche la Casa de las Américas y la Uneac publican una amplia compilación que pretende ofrecer a los interesados valoraciones y puntos de vista poco conocidos que contradicen total o parcialmente algunos de los estereotipos que han circulado y circulan sobre el “caso Padilla”.
Preparada y prologada por Abel Prieto y Jaime Gómez Triana, la compilación incluye la “autocrítica” tal como la publicó el suplemento de la revista Casa de las Américas, las tres cartas enviadas a Fidel —la del PEN Club mexicano y las dos que firmaron prominentes intelectuales latinoamericanos y europeos—, las cartas cruzadas entre Vargas Llosa y Haydee Santamaría y otros muchos textos publicados tanto en la revista Casa como en publicaciones de entonces.
La construcción mediática del argumento. Caso Padilla en revisitaciones
Jorge Ángel Hernández
Ilustración: Ares/ Tomada de Cubadebate
La Jiribilla
15/9/2022
Estamos en un punto de construcción cínica de la información. Sin el menor escrúpulo, se asumen los patrones de la propaganda hegemónica global y se definen los intereses ideológicos que deben suplantar a la verdad. Al retomar el “caso Padilla” como piedra de toque para su última producción, cuyas imágenes parece haber hurtado de los archivos de la institución a la que tenía confiado acceso, el cineasta cubano Pavel Giroud asume todos los patrones de descrédito y se atiene al cinismo natural mediático de los monopolios. Al parecer, si pagan, y acaso paguen bien, no hay que tomarse remilgos con el sojuzgamiento: un algo de concentración ante el espejo, De Niro mediante, podrá hacerte creer que ese es tu pensamiento íntimo. Sobre todo si ese pensamiento íntimo entraña el de dejarse arrastrar por el torrente de fama que calvo se pinta. Tanto ha crecido la mala yerba del cinismo, que no pocos lo colocan entre el espectro legítimo de opciones.
Fuera y dentro del juego, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2021. Imagen: Tomada de Cubadebate
El porqué es más profundo, y se imbrica en el estado al que ha llegado el mundo del trabajo, donde la alienación del empleado se naturaliza al punto de ser calificada como don, no como explotación indiscriminada. Es un asunto que lleva a otros análisis, por el momento fuera de estas líneas urgentes.
Hay paralelos evidentes entre la actitud de Padilla, quien parodió con descaro la dramaturgia de las purgas del estalinismo, sobre todo a partir de los tópicos de propaganda occidental, y la estrategia de marketing que Giroud ha aceptado. Al cabo del tiempo y con tanta evidencia documentada, no le será posible dejar el juicio a cargo de los espectadores. Es necesario colocar el tópico de guerra cultural en casillero para que así se reproduzca. Después de todo, Padilla era un cínico cazador al que Mario Benedetti imagina desde entonces, no sin razón, “tan rubicundo y lozano como cuando se instalaba en el Hotel Nacional, a la caza de karoles y cortázares”.[1] Para el intelectual uruguayo las confesiones de Padilla obedecían a una clara intención de presentarse como víctima de un proceso de torturas y presiones. De ahí que Benedetti se preguntara, para dar de inmediato la respuesta: “¿No puede ser posible que Padilla esté jugando este nuevo juego? Es un personaje tan ambiguo, tan retorcido, tan inasible, que encaja mucho mejor en una novela de Dostoyevski que en la actual realidad de Cuba”. ¿Podría encajar incluso, me pregunto al azar, desmesuradamente, en otras de esas novelas de John Le Carre, o de Frederick Forsyth?
Al retomar el “caso Padilla” como piedra de toque para su última producción, cuyas imágenes parece haber hurtado de los archivos de la institución a la que tenía confiado acceso, el cineasta cubano Pavel Giroud asume todos los patrones de descrédito y se atiene al cinismo natural mediático de los monopolios.
Sea cual sea la respuesta, todo apunta a un guion elaborado con paciencia, anterior al propio escándalo. No obstante, el señor Giroud prefiere evadir los elementos que no provengan del consenso hegemónico global y someterse a un guion que no soporta una profundidad de análisis. Solo creer, ciega y oscuramente, en la insaciable propaganda negra. Al cineasta cubano parece no importarle la búsqueda y entendimiento de errores y aciertos, ni mucho menos la objetividad histórica, sino la línea ideológica de la cual es cliente satisfecho.
Así, del mismo modo en que las claras señales lanzadas por Padilla desde su delirante inculpación, quien sabe si acordadas en oscuro secreto, desencadenaron la avalancha de falsos positivos y dieron pie a una campaña de descrédito que trascendía la exigencia de la libertad de expresión de un escritor para transformarse en golpista intervención política, Giroud pone una piedra en la agresión al sistema constitucional cubano. Ni uno ni otro, trasegando las épocas, miran a la libertad de expresión, que no dejaron de tener, sino a cumbres de pago que usen al arte como pedestal a un eslabón político, de más altos ingresos y arbitrario manejo del mazo del poder.
Un elemento perenne de guerra cultural ha sido regresar al “caso Padilla”, tratándolo como si los errores cometidos desde la perspectiva revolucionaria en ese caso específico —imponer un prólogo de condena al libro ganador del premio Uneac, por ejemplo— fueran procedimientos comunes y vigentes, sencillamente en uso para la represión y la censura en el país. Publicaciones surgidas en los últimos años gracias al financiamiento directo de la NED, oficialmente declaradas en el acápite CUBA, también son parte del guion que recupera este cínico argumento y reproduce los patrones de juicio que llamen al descrédito y la intervención. La coincidencia en los tópicos de difusión nos deja la certeza de que el plan se ejecuta a plenitud.
Un elemento perenne de guerra cultural ha sido regresar al “caso Padilla”, tratándolo como si los errores cometidos desde la perspectiva revolucionaria en ese caso específico —imponer un prólogo de condena al libro ganador del premio Uneac, por ejemplo— fueran procedimientos comunes y vigentes, sencillamente en uso para la represión y la censura en el país.
Gabriel García Márquez, quien fuera incluido en las listas de firmantes sin siquiera consultarlo, y en contra de su voluntad, aparece de nuevo en el sistema de manipulación del tándem propagandístico de la película, a presentarse en dos festivales, uno en San Sebastián, España, y otro en Toronto, Canadá. La denuncia que hiciera el premio Nobel colombiano de que la inculpación de Padilla buscaba perjudicar a la Revolución cubana, queda de pronto utilizada como positiva, es decir, que nos cabe solo el derecho de admitir que aquella inculpación orquestada con cinismo sí perjudica, aún, a la Revolución precisamente porque revela que es cierta la tortura (antes y ahora mismo). Van pregonándolo así otros artistas y escritores que, por paradoja, ni un rasguño de bravío mosquito consiguen enseñar. Los propietarios de los derechos de ventas internacionales del filme, por su parte, se han encargado de establecer explícitamente el grado de “contemporaneidad” de los hechos. Como señal análoga, han declarado que Pavel y su productor “no tienen miedo”, lanzando al mundo la idea de que sus vidas se pondrán en peligro después de la película. No es de extrañar, por delirante que parezca —delirantes e inescrupulosos son, a fin de cuentas, medios, youtubers, influencers y etcéteras que acuden al corrillo de hostigamiento mediático—, que alguno asegure que un comando especial del Estado Islámico, comisionado por el gobierno cubano, los busque para ejecutarlos. Todo dependería de que el guion lo coloque en el torrente.
Las veleidades del montaje rebasan, pues, y desde mucho antes de la propia filmación, el cinismo común de la invasión mediática. No hay mucho que esperar, salvo lo ya acuñado, ni mucho que añadir, ni siquiera la vergüenza ajena de vender el talento en tan vulgar subasta.
Notas:
[1] Abel Prieto y Jaime Gómez Triana: Fuera y dentro del juego, Fondo Editorial Casa de las Américas, 2021, p. 8.