Entre los contaminantes que se desprenden de estos fuegos se encuentran las dioxinas que, además de provocar cáncer, en dosis inferiores ocasionan alteraciones en los sistemas inmunitario, reproductor y endocrino.
El cadmio, reconocido carcinógeno humano, es señalado como otro de los factores de riesgo, pues puede permanecer en el organismo durante décadas. Este químico se acumula en los riñones y ocasiona daños irreparables en los mismos.
Asimismo la investigación puntualiza que la exposición a los vapores de mercurio puede provocar lesiones pulmonares, y, en dosis bajas, afectar el Sistema Nervioso Central y causar debilidad, fatiga, pérdida de peso, trastornos gastrointestinales y cambios en la personalidad o la conducta.
Igualmente el plomo, que también emana de algunos desperdicios cremados, es uno de los causantes del deterioro en el desarrollo neuroconductual de los niños, el aumento de la presión arterial y afectaciones en el Sistema Nervioso Central. Otros efectos de esta sustancia química son los daños renales, la anemia, el aumento de los abortos y los problemas en la producción de espermatozoides en los hombres.
El mayor peligro de estos gases es que las personas no tienen que estar muy cercanas al lugar o directamente expuestas, pues las condiciones climáticas pueden favorecer que las emanaciones viajen gran cantidad de kilómetros afectando la vida humana, animal y vegetal a su paso, o al entrar en contacto con fuentes de aguas y cultivos.