Rachel Domínguez Rojas - La Jiribilla.- Solidaridad es la palabra de orden, no porque las palabras terminadas en “dad” sean bonitas, sino porque es lo que se puede respirar a lo largo de un país que ha hecho lo que ha podido por mantenerse de pie ante el embate de dos ciclones en menos de diez días. 

Porque todo el que camine por donde haya arrasado el viento puede ver al vecindario barriendo sus calles, a hombres “de a pie”, como se dice, poniendo tejas en techos que no son suyos. Porque, principalmente en las zonas más afectadas, aquel que no tiene en qué cocinar tiene un amigo que le brinda de su caldosa, al que perdió su ropa le llegan donaciones de quienes pensaron en lo que es quedarse sin nada. Porque muchos trabajadores han dejado su hogar para estar en los lugares donde más les necesiten y, sobre todo, porque los cubanos vamos a levantarnos, porque nadie ha perdido el ánimo.

Durante el paso del huracán Ike se evacuaron dos millones 615 mil 794 de personas. De ellas solo 398 mil 248 fueron para albergues, el resto se resguardó en casas de familiares y amigos.


El ambiente está cargado de todo tipo de sentires. El peso de las pérdidas, los estados de carencias del país, las tensiones de los últimos días para no arriesgar vidas y la incertidumbre en los rostros de quienes lo han perdido todo –o casi todo, pero que saben saldrán adelante aunque no puedan decir cómo, abruman las espaldas de la isla.

Cuba en su “maldita circunstancia del mar por todas partes” no está sola en el mundo. Los mensajes de aliento y las prestaciones de ayuda realmente valiosas —no “equipos de evaluación humanitaria”— han sido numerosos y atinados, como lo es siempre el apoyo de los amigos que sinceramente tratan de solucionar los problemas en la medida de lo posible.

Solo resta apelar a la conciencia de aquellos que no han entendido que la disciplina es necesaria ahora más que nunca y que la organización y el cumplimiento de todas las orientaciones, pensadas para evitar más accidentes, no deben debilitarse. Del amor que se siente por las ciudades y pueblos que ahora son llanuras de escombros hay que sacar la fuerza y la voluntad para volverlos a levantar. De los árboles caídos se sacarán los hijos para volverlos a sembrar y, por muy duro que resulte decir que lo material no es importante cuando no se tiene nada, lo verdaderamente fundamental es que estamos vivos para volver a poner en su lugar lo que el viento no se llevó.

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