Sin embargo, como evidencian las publicaciones en las dos últimas décadas, se ha producido una explosión de la narrativa con nuevas generaciones y promociones, desde los nuevos hasta los novísimos y los que comienzan ya a mostrar sus garras, así como una revitalización en la escritura de autores que, con el aval de la experiencia y del oficio, han vuelto a esta manifestación con logros felices para presentar un panorama que involucra la autoría plural de muchas voces, estilos, tendencias y temáticas muy diversas, lo cual resulta saludable.

Dentro de tal panorama sobresale asimismo la irrupción de la mujer en el discurso narrativo. Su presencia no estuvo signada por esos temas que, esquinadamente, suelen calificarse como “feministas”. Con una mirada global y, sobre todo, desde otra perspectiva, las mujeres han asumido muy distintas esferas de la vida para dejar su huella en el concierto de la narrativa cubana, y lo han hecho con una fuerza, rigor y profesionalismo no alcanzados antes. El escritor Pedro Pérez Rivero, con el rigor que le caracteriza, prepara su tesis para el grado científico de Doctor. A partir de la lectura crítica de textos, muchos de difícil encuentro, el acucioso filólogo se debate entre el gusto y el juicio para tratar de alcanzar la presunta objetividad que todo proyecto científico exige y demanda de un investigador; de ahí el prolongado oficio y la exégesis. Narrador él mismo, debe vencer un impedimento aún mayor: la propia tendenciosidad de sus escritura y estilo, para no caer en la falacia de exigir a otros autores que escriban como él, error que muchas veces cometen jurados, críticos y editores al juzgar la obra ajena, incapaces de domar la dosis de subjetividad que habita siempre en toda valoración.

Merecedor del Premio Videncia, y editado por Ediciones Ávila, acaba de aparecer La formidable coda del cuento cubano, donde este crítico reconoce el predominio narrativo que hoy viven las letras cubanas. Subraya cómo aún no es la novela, como explosión masiva, sino el cuento el género que reina; y así lo demuestra capítulo a capítulo de su polémico conjunto de ensayos donde se adentra en los 80 y, sobre todo, en los complejos, contradictorios y, por eso, más enriquecedores 90, con las secuelas de este lustro de la nueva centuria de nuestros días. En su texto se destacan las mujeres narradoras, en sus plurales manifestaciones, generaciones y promociones.

Se despiezan los temas hasta ayer tabúes, como el de la homosexualidad ―masculina y femenina― y el tratamiento narrativo, primero desde la mirada heterosexual, condenatoria o piadosa ―así las califica―, y la expresión de una estética gay que reclama su espacio; así como su valoración de la presencia del tema del Sida en la nueva cuentística cubana. También el realismo sucio, la hiperbolización de temas y problemas, la reducción de la anécdota en la escritura, la mayor presencia del narrador como sujeto y, sobre todo ―subraya el crítico con agudeza―, cómo el fenómeno de la identidad, de la llamada “cubanía”, se somete a revalorización, y se deconstruyen paradigmas para presentarlo como un proceso en permanente y problémica construcción en el que inciden con mayor fuerza las nuevas generaciones de escritores, escritoras y del público lector.