A la memoria de Mario Benedetti José Tadeo Tápanes – Cubainformación.- A veces la memoria se hace un lío, así que no se atrevan a preguntarme qué me dijo en verdad Mario Benedetti aquella noche en que me acerqué a estrechar su mano después de terminado su recital poético en aquel salón inmenso y atestado de la Casa de las Américas. Texto publicado en Cubainformación en papel nº 10 - Verano 2009

 

No se atrevan a preguntar fechas. Creo que fue a finales de 1994, tal vez un sábado. Yo estudiaba entonces en la Universidad de La Habana, y había tomado el autobús hasta el barrio de El Vedado. Había caminado de prisa por toda la Avenida de los Presidentes, desde la calle 23 y, una vez frente a la entrada de la conocidísima institución cultural, no me importó empujarme con todos para conseguir un buen lugar desde donde poder observar y escuchar a uno de los gurús de la palabra.

Siempre sucede que escuchar la poesía en la voz del creador, nos produce un impacto mucho mayor que cuando la leemos o se la escuchamos a un declamador cualquiera. Ya me había pasado con Rafael Alberti, con Nicolás Guillén, con Dulce María Loynaz y tantos otros. Y aquella noche, el milagro de los versos volvió a ocurrir.

Benedetti se sentía como en casa, y rápidamente convirtió en cómplice a todo el auditorio, también a mí. De sus labios salían a borbotones los versos maravillosos de poemas como Chau pesimismo, Táctica y estrategia, Los formales y el frío, Viceversa, Utopías, No te salves, Una mujer desnuda y en lo oscuro, entre muchos otros.
 
Tal vez a consecuencia de aquel poema que nos hizo advertir la extraña luz que toda mujer desnuda desprende, empecé a intuir entre los asistentes la presencia de una muchacha que, tiempo atrás, me hizo comprobar aquella verdad irrefutable de los versos del poeta uruguayo.
 
Su luz era distinta. Algún resplandor creía contemplar, salido de la segunda fila de butacas negras. Yo embebido en las palabras y las evocaciones me dejé llevar. Flotaba con el viento y las palabras mi corazón coraza.
Mario Orlando Hardy Hamlet Brenno Benedetti Farrugia, o lo que es lo mismo, nuestro Mario Benedetti, había nacido en Paso de los Toros, Tacuarembó, Uruguay, el 14 de septiembre de 1920, pero a los cuatro años de edad ya se encontraba viviendo en la capital del país: Montevideo. Allí realizó sus primeros estudios.

En 1934, a la edad de 14 años, se vio obligado a trabajar ante los problemas económicos de su familia. Durante ese tiempo, combinó el trabajo con el estudio, y en 1938 se fue a vivir a Buenos Aires, Argentina, donde residió casi ininterrumpidamente hasta 1941.

Durante la década del 40, empieza a destacarse como escritor. En 1945 comenzó a trabajar en el semanario Marcha, llegando a ser nombrado director del mismo en 1954.

El triunfo de la Revolución cubana en 1959, tuvo para él una significación muy especial. Como parte del movimiento poético conocido como Coloquialismo o Conversacionalismo, surgido en Latinoamérica en las décadas del 50 y 60, la lírica del poeta se integró perfectamente en ese movimiento poético de izquierdas que encontró en el proceso político cubano una importante fuente de inspiración, no sólo poética, sino también política e ideológica.

Benedetti, como tantos otros intelectuales latinoamericanos, empezó a tomar conciencia de la importancia del momento histórico que le había tocado vivir, y empezó a ponerle voz a ese pensamiento político que devino en movimiento literario en forma de poesía conversacional.
En 1966 viaja a la Isla para participar como jurado en la categoría de novela del premio Casa de las Américas. Se trataba de su primera oportunidad de comprobar, en primera persona, la envergadura del proceso transformador que estaba viviendo la sociedad cubana.

Un año más tarde, en 1967, regresa para participar nuevamente como jurado del premio Casa de las Américas, esta vez en la categoría de cuento. Y al año siguiente, 1968, y hasta 1971, permaneció en la Isla trabajando en Casa de las Américas.

Había sido invitado para que creara un departamento llamado Centro de Investigaciones Literarias y que se encargara de la formación de su personal. Luego terminaría dirigiéndolo por tres años. Después, sin abandonar dicha responsabilidad, pasó a integrar el Consejo de Dirección de la propia Casa de las Américas, lo que constituyó para él una experiencia inolvidable, la cual le permitió adentrarse de un modo muy singular en la vida cultural y social de la nación cubana. Desde entonces y ya para siempre, Benedetti se sintió ligado a nuestra tierra, a nuestra cultura, a nuestra poesía y también, a nuestra Revolución.

A lo largo de sus años de andadura cubana nos dejó un buen ramillete de poesía, retrato personalísimo de la epopeya que le tocó vivir en suelo cubano. La Revolución desde sus versos parece más gloriosa, o en todo caso, más bella. Desde su bosque lírico, la trayectoria política de ese pueblo que tanto admiró, alcanza una magnitud insospechada y brilla más en su verbo privilegiado e inmortal.

Por eso Mario Benedetti regresaba una y otra vez a su Cuba querida. Por eso mantuvo un vínculo especial con los artistas y escritores locales, y se encargó de estudiar sus obras, y hasta nos legó algunos ensayos que nos permiten hoy catalogarlo como un profundo conocedor de la lírica antillana.

Era la fiesta literaria del sábado noche. Media Universidad de la Habana estaba allí reunida, aprovechando la cercanía de las residencias estudiantiles de F y Tercera y 12 y Malecón a la Casa de las Américas. Cientos de caras conocidas podía divisar entre los  congregados y, a lo lejos, iluminado por las luces del escenario, el poeta uruguayo, a quien le habían salido raíces de ese árbol que es Cuba, en su corazón.

Cayó el telón de las frases hermosas, y los aplausos emocionados no se hicieron esperar. Segundos después, sus admiradores y admiradoras se amontonaban junto a él. Le alargaban la recopilación de versos recién comprados en los improvisados puntos de venta. Me acerqué con mi pequeño tesoro entre las manos. Benedetti llevaba guayabera blanca y un aire de placer en las pupilas. Me preguntó el nombre y yo le dije que el libro no era para mí, sino para una amiga. Escribió algo que hablaba del amor y la amistad. No me pregunten qué, porque mi mente es la patria del olvido. Busqué con la mirada a la muchacha de la segunda fila, pero sus ojos miraban a otros ojos tan de cerca, que comprendí al instante que aquella no iba a ser mi noche. No obstante, antes de marcharme, me acerqué para saludar. Después del beso y el apretón de manos de rigor, puse el libro entre sus manos diciendo: Para ti. Me marché sin decir más, pero había colocado estratégicamente el marcador de libro en un poema titulado “Lovers Go Home”, que decía algo así:

Ahora que empecé el día
volviendo a tu mirada,
y me encontraste bien
y te encontré más linda.
Ahora que por fin
está bastante claro
dónde estás y dónde estoy.
Sé por primera vez
que tendré fuerzas
para construir contigo
una amistad tan piola,
que del vecino
territorio del amor,
ese desesperado,
empezarán a mirarnos
con envidia,
y acabarán organizando
excursiones
para venir a preguntarnos
cómo hicimos.
Cuba
Daniel Devita - Doble D.- La Casta fue grabado en estudios ÁGUILA MAGNÉTICA (Buenos Aires, Argentina) y VT ESTUDIO (La Habana, Cuba)....
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