¿Qué ha pasado con la calidad del servicio en estos lugares y qué les depara el futuro con la inevitable y próxima unificación de la moneda cubana? En muchas tiendas recaudadoras de divisas se puede pagar tanto el CUC como el CUP. (Dilbert Reyes Rodríguez / Granma)


José Armando Fernández Salazar - Cubahora.- Cuando en los años 90 del pasado siglo surgieron las tiendas de venta en divisa, el cubano convirtió el hecho en un suceso que sobrepasó el plano económico y entró en las fronteras de los fenómenos socioculturales.

  • Red minorista TRD CARIBE: Distribuida por toda Cuba. Surgió como alternativa de recaudación de divisas que permitiesen una valuación de la moneda circulante en el país. Fue creada por el Ministerio de las Fuerzas Armadas Revolucionarias y comprende más de 312 tiendas de productos varios distribuidas en el país con un ingreso neto anual de aproximadamente 116 millones de dólares.

Las nuevas unidades llegaron para cambiar la vida de muchas comunidades. Vidrieras con cristales oscuros, aire acondicionado, luces, cajas registradoras electrónicas, productos de marcas con nombres en inglés y envoltorios brillantes, incluso los vendedores, con sus uniformes y buena imagen, causaron un impacto muy fuerte en la imaginación popular.

Para aquel suceso muchos se quedaron sin palabras y fue necesario recurrir a extranjerismos como por ejemplo shopping (comprar en inglés), también en algunos lugares se les llamó diplotiendas, que recordaba la famosa tienda habanera en la que compraban los diplomáticos. A partir de ese momento comprar en esas instalaciones fue una muestra de estatus. Te llamaban señor y hasta te daban una bolsita para guardar los productos al salir.

Las shopping comenzaron a influir en la forma de comportarse las personas. Las jabitas de nailon comenzaron a llamarse cubalses (nombre de una de las cadenas), y los fines de semana, la familia que antes iba al cine o al parque, se dedicaba a visitar las nuevas tiendas para mirar y “coger aire acondicionado”.

Cuando alguien ponía en tela de juicio la calidad de un producto, revelar que su procedencia era “de shopping” bastaba para zanjar la discusión y avalar su buena factura.

Hasta el patrimonio arquitectónico se transformó. Muchas veces el viejo edificio en ruinas del pueblo fue el escogido para la nueva unidad de ventas y, por tanto, remodelado. No siempre estas intervenciones constructivas tuvieron un final feliz, pero al menos se salvaba el inmueble del derrumbe.

Pero si ir a las shopping era “de lujo”, trabajar en ellas lo era mucho más. Surgió una especie de renacer de la vocación del comerciante. Maestros, ingenieros, médicos, periodistas, abandonaron sus profesiones atraídos por las nada despreciables ofertas laborales de las corporaciones.

Aquella etapa dorada de las shopping ha quedado atrás. Las buenas prácticas del marketing y el merchandise que las distinguieron han sido sustituidas por la estética del almacén, en la que las mercancías son apiladas aleatoriamente sobre los estantes y el propio piso, en urden caótico y generalmente sin tener identificado siquiera el precio.

Las “cubalses”, esas jabitas que se convirtieron en una suerte de marca comercial de sus servicios, hoy son especies en peligro de extinción. He visto a clientes realizar verdaderos actos circenses de malabares para que no se le caigan los productos, mientras los dependientes los observan con una mirada algo compadecida pero distante.

Y es que antes, en estos lugares, usted era considerado un cliente (y el cliente siempre tiene la razón), pero últimamente ha sido rebajado a la categoría de “usuario”. ¿Qué ocurre entonces? Usted tiene la sensación de que molesta cuando pregunta los precios de los productos, muchas veces no le contestan el saludo, tiene que hacer mil señas para pedir que le alcancen un producto, o le hacen saber que interrumpe una alegre conversación entre colegas de trabajo cuando increpa a alguien para una orientación.

Eso por no hablar de la imposibilidad de alcanzar bolsitas de nailon, y lo peor, caer mal por pedir otra talla de ropa o zapato o insistir en comprar algo aún cuando no le hagan caso desde el otro lado del mostrador.

Aprovecho aquí para aclarar que la presente investigación periodística tuvo que realizarse de incógnito, porque como ya se ha demostrado en otros medios, los profesionales de la comunicación tenemos limitado nuestro acceso a estas instalaciones para realizar un trabajo. Me pregunto por qué, cuando muchas personas utilizan cámaras y celulares dentro de esas tiendas y nadie les reclama.

Por último quisiera referirme a nuevas tendencias asociadas a estas cadenas de tiendas.

Está el caso de la conexión lenta. Si usted tiene la oportunidad de utilizar una tarjeta magnética le recomiendo que incluya en sus compras una merienda o lleve una de la casa. Debe prestar mucha atención porque la compra de un carrete de hilo, por ejemplo, exige su dirección, carnet de identidad, dos firmas y tres papelitos.

Otra tendencia tiene que ver con el síndrome del secretismo. Usted ve que están descargando cajas de losas de grey. Usted ve que las están colocando en la zona que dice venta de losas de grey. Usted ve que les están poniendo el precio. Se acerca entonces a un trabajador y le pregunta ¿cuándo van a vender las losas de grey? Y la respuesta típica es: ¿losas de grey?, no, no sé, yo creo que aquí no van a vender losas de grey.

Esta tendencia se relaciona mucho con otra que eufemísticamente llamo la extensión de las tiendas. Le avisan que están vendiendo tornillos coloraos pero al llegar a la entidad descubre que se acabaron y pone cara de preocupación. Entonces, alguien de la tienda, con el interés de ayudarlo, le sugiere que salga y vea a un colega suyo que tiene tornillos coloraos, pero que le van a salir un poco más caros (el doble). Para colmo, el susodicho colega se los envuelve en una jabita de nailon y todo.

Muchos se preguntan cuál será el futuro de estas tiendas ahora que nos encaminamos a la unificación monetaria y, con el tiempo, los salarios se incrementarán y la gente tendrá más capacidad de compra. Habrá que rescatar la cultura profesional del buen vendedor. Sobre todo porque en Cuba el acto de comprar tiene un carácter utilitario, fruto de la necesidad, y aún no ha adquirido la carga simbólica de otros países. Y esto le da también un carácter social a los servicios que prestan estas instituciones.

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